EL TRIUNFO DE BUSH
Artículo de MANUEL CASTELLS en “La Vanguardia” del 28.06.2003
La reconciliación entre Estados Unidos y la Unión
Europea, negociada en Salónica y sellada en Washington, supone, en la práctica,
un alineamiento de la política exterior de la Unión Europea sobre la de la
Administración Bush. Aun con matices semánticos, el frente común se ha hecho en
torno a la prioridad a la política de seguridad contra el terrorismo y contra la
proliferación de armas de destrucción masiva, incluido el uso de la fuerza en
caso necesario. Hay algunas diferencias menores entre la posición estadounidense
del ataque preventivo y la actitud europea de la operación punitiva. En
realidad, si el objetivo es prevenir el armamento nuclear de un país, parece
difícil pensar en operaciones punitivas una vez que dicho país ya disponga de
ese armamento. La nueva alianza se concreta en una advertencia común y directa a
Corea del Norte y a Irán, poniendo así en marcha un engranaje parecido al que
condujo a la ocupación de Iraq.
En las últimas semanas, el gobierno estadounidense ha consolidado sus apoyos en
todos los frentes. Ha reforzado la alianza con Putin, mediante la asimilación de
los guerrilleros chechenos a las redes terroristas. Ha conseguido la
intermediación de China en el caso de Corea. Ha consolidado sus bases en Europa
Oriental y premiado a los polacos con un miniprotectorado en Iraq. E incluso
Bush se ha hecho un nuevo e inesperado amigo, Lula, la esperanza de los pueblos
del mundo en este momento, a quien su acendrado realismo le ha llevado a tender
puentes con el país de quien depende el desarrollo económico de Brasil y, por
tanto, la posibilidad de su proyecto de cambio.
Más importante todavía: a pesar de las escasas concesiones de Israel en la
negociación con los palestinos, Colin Powell ha conseguido consolidar la
influencia de Abu Mazen y que la “hoja de ruta” reciba un apoyo suficiente como
para que incluso sus adversarios, y en particular Hamas, hayan aceptado una
tregua de tres meses. Por frágil que sea esta incipiente paz (cuyo contenido
para los palestinos rebaja lo que rechazó Arafat después de los acuerdos de
Oslo, antes de lanzar la segunda “intifada”) es una prueba de la capacidad
actual de Estados Unidos para imponer su política a unos y otros.
En la base de lo que cada vez más aparece como el triunfo de una estrategia
geopolítica de largo alcance encontramos tres hechos básicos. En primer lugar,
el sólido apoyo que la administración sigue teniendo en su política exterior por
parte de la opinión pública estadounidense, aunque haya descendido algo desde el
fin de la guerra y este matizado por el descontento creciente con la situación
económica. Pero ni siquiera la mentira patente sobre las armas de destrucción
masiva les ha sido tenido en cuenta a Bush y a sus aliados, con la excepción
parcial del Reino Unido. También es verdad que el nivel de miedo e ignorancia de
la mayoría de norteamericanos en estos temas se manifiesta en el hecho de que,
la semana pasada, un 25% de una muestra representativa de la población creía que
los soldados aliados habían sido atacados con armas químicas y biológicas
durante la guerra de Iraq y otro 15% no estaban seguros de lo que había pasado.
En segundo lugar, la demostración de supremacía militar tecnológica que hace
factible guerras relámpago en cualquier parte del planeta con bajo coste de
perdidas para Estados Unidos y sus aliados. Y en tercer lugar, la determinación
implacable de la Administración Bush a premiar y castigar a unos y otros según
su nivel de fidelidad. Chirac y Schröder parecen haberlo entendido así y,
manifiestamente, han recogido las velas de su proyecto de autonomía europea en
espera de mejores tiempos.
Claro que quedan flecos que pueden complicar las cosas sobremanera. Al Qaeda aún
es capaz de golpear. Bin Laden y su gente se convierten en fantasmas que
recorren el mundo. La ocupación de Iraq está generando el caos, la resistencia
civil, el resurgimiento del fundamentalismo islámico en el país y algunos brotes
de resistencia armada, tras algunos de los cuales podría estar lo que queda de
Saddam y sus milicias. Los palestinos no serán domesticados fácilmente. Y la
hostilidad de la opinión pública mundial contra Estados Unidos está en un punto
álgido, sobre todo en el mundo musulmán.
Corea del Norte e Irán tienen todos los incentivos necesarios para hacerse
nuclearmente intocables. Fidel Castro aprovecha para intimidar a la oposición,
en parte por reflejo defensivo. Las guerras del bandidismo se intensifican en
África. De modo que el mundo es más inseguro y más caótico ahora que antes del
inicio de la puesta en orden global decidida por los estrategas del American
Enterprise Institute. Pero el incremento del peligro favorece en realidad dicha
estrategia, la justifica, la alimenta cada día en la mente de los ciudadanos, al
tiempo que incrementa los presupuestos militares y de los servicios de
inteligencia. Ahora sí, y de forma clara, hemos entrado en un proceso en el que
se intenta imponer un nuevo orden mundial a través de una transición tormentosa
utilizando esencialmente la razón de la fuerza. Se comenta que esto es
insostenible a largo plazo. Pero en la historia, los largos plazos no están
predestinados sino que se construyen con los acontecimientos de los cortos
plazos. Y en el corto plazo, estamos asistiendo al triunfo de Bush. Y recuerde
que ese es también, aun en tonos menores, el triunfo de Aznar.