¿UN JAPÓN EN MEDIO DEL MUNDO ÁRABE?

 

 Reportaje de IGNACIO CEMBRERO  en  “El País” del 23.03.03

 

Los ex combatientes norteamericanos aún recuerdan las sonrisas con las que fueron acogidos, a principios del otoño de 1945, por los ciudadanos de un Japón devastado por la guerra.

El 2 de septiembre de ese año, los delegados japoneses firmaron en el acorazado Missouri, fondeado en la bahía de Tokio, la capitulación sin condiciones, y, a partir de entonces, se inició, bajo la autoridad del carismático general MacArthur, una espectacular transformación de un país feudal y militarizado para convertido hoy en día en una sociedad próspera y democrática en la que el Ejército, defensivo, está a las órdenes de los civiles.

Cincuenta y ocho años después, EE UU quiere reeditar esta experiencia en Irak. Se están estudiando planes que se inspiran en los "diferentes modelos históricos, como el de Japón y Alemania" después de la Segunda Guerra Mundial, declaraba, hace ya cinco meses, el secretario de Estado, Colin Powell, a la emisora de radio NPR. Alemania, a diferencia de Japón, sí tuvo, bajo la República de Weimar, un breve aprendizaje democrático.

De sus intervenciones, de las de otros muchos responsables norteamericanos, empezando por el propio presidente, George W. Bush, se deducía desde hace meses que el principal objetivo de su acoso a Sadam Husein no era su desarme, sino el cambio del régimen iraquí. "Vigilaremos que un dictador brutal no sea sustituido por otro", afirmaba Bush, el 26 de febrero, en el American Enterprise Institute. "Todos los iraquíes deben estar representados en el nuevo Gobierno, y los derechos de todos los ciudadanos deben ser garantizados", enfatizaba.

"Algunos estiman que Irak no puede convertirse en una democracia", recordaba, el mismo día, Zalmay Jalilzad, el emisario norteamericano para Irak, dirigiéndose a una conferencia de opositores iraquíes reunida en Salahudin (Kurdistán). "EE UU no está de acuerdo con estas afirmaciones. (...). Creemos que Irak tiene el potencial necesario para lograr su transición hacia la democracia".

El ejemplo kurdo

"Miren a las gentes del norte de Irak", añadía, hace una semana, el secretario adjunto de Defensa, Paul Wolfowitz, refiriéndose al Kurdistán iraquí gobernado desde 1991 por dos partidos étnicos, "han mostrado una impresionante habilidad para superar sus viejas diferencias y desarrollar una sociedad relativamente libre y próspera". Los valores de la libertad y de la democracia "no son sólo occidentales o europeos; son también musulmanes y asiáticos; son universales".

Los planes que tiene en cartera la Administración de Bush para un Irak sin Sadam son, desde luego, los más ambiciosos y comprometidos para la reconstrucción económica y política de un país desde la Segunda Guerra Mundial. Desde mediados de febrero han empezado a vislumbrarse, a través de declaraciones o filtraciones a la prensa, las grandes líneas de lo que será la actuación norteamericana.

El MacArthur de Irak se llama Tommy Franks. Este general estará al frente de la Administración militar que gestionará el país invadido. ¿Por cuánto tiempo? El secretario de Estado adjunto, Marc Grossman, declaró hace un mes en el Congreso que el Ejército podría dirigir Irak durante un par de años, un pronóstico que a muchos militares les parece optimista. "Mi opinión es que puede durar cinco años", repite el general jubilado Barry McCaffrey. MacArthur reinó sobre Japón durante siete años, hasta que transfirió el poder a los civiles.

Al lado de Tommy Franks, otro general, Jay Garner, encarnará el rostro amable del Ejército coordinando el reparto de una ayuda humanitaria generosa con la que se pretende demostrar a los iraquíes que vivirán mejor con la presencia norteamericana. Garner, cuya mano derecha será un general americano de origen libanés, debería ser a su vez sustituido rápidamente por un civil norteamericano de reconocido prestigio, acaso un antiguo embajador.

A medida que se ha ido acercando el inicio de las hostilidades, los responsables estadounidenses han modificado sus previsiones para otorgar cuanto antes un papel ejecutivo, y no de mera asesoría, a los adversarios de Sadam. Y eso que Condeleezza Rice, la consejera nacional de seguridad, no les tiene gran aprecio. "El problema con la oposición iraquí es que son como los polacos de Londres", suele comentar la consejera, refiriéndose, según The New York Times, al Gobierno polaco en el exilio durante la Segunda Guerra Mundial que apenas tenía influencia en Polonia.

Ha sido, sin embargo, la propia Rice quien más detalles ha dado estos últimos días sobre cómo será el pos Sadam. "Hay cosas, obviamente, que la coalición militar tendrá que hacer", declaraba a la cadena árabe Al Yazira, "pero estamos decididos a que, desde un primer momento, los iraquíes tengan en sus manos su propio futuro". Para eso se creará, al segundo o tercer mes de la invasión, una Autoridad Iraquí Interina que irá asumiendo paulatinamente competencias, aunque en cada departamento de la Administración iraquí habrá un enlace estadounidense como en los protectorados británicos o franceses.

Los norteamericanos "ya no hablan de una Administración militar durante dos años", señalaba satisfecho, el lunes, Ahmad Chalabi, el líder del Congreso Nacional Iraquí, una coalición de fuerzas de oposición respaldada por EE UU. "Washington tiene que traspasar cuanto antes el poder a Naciones Unidas, que, a su vez, deberá llevar a cabo consultas para designar a una autoridad iraquí provisional y representativa encargada de convocar elecciones tras un periodo de preparación", afirma el ex ministro de Exteriores Adnan Pachachi. El Departamento de Estado quiere confiar a este exiliado un papel relevante en la nueva era.

El proyecto norteamericano no se limita a Irak. En los círculos académicos conservadores, e incluso en los discursos, el plan es más ambicioso. "Un Irak liberado demostrará el poder que tiene la libertad de transformar una región vital aportando esperanza y progreso en la vida de millones de personas", afirmaba Bush el 26 de febrero.

Si el ejemplo japonés es ya difícilmente aplicable a un país como Irak, mucho menos homogéneo que Japón, la teoría del dominó o del contagio democrático a los demás países árabes no tiene precedentes. Hubo que esperar medio siglo, después de la Segunda Guerra Mundial, para que la democracia se instaurase en otros países de Extremo Oriente como Corea del Sur o Taiwan.

Lo único seguro es que un régimen proamericano en Bagdad proporciona a Washington un poderoso intrumento de presión sobre Irán y los vecinos árabes, algunos de los cuales, como Siria, se encontrarán en una situación delicada atrapados entre Irak, Turquía e Israel.