A LAS DURAS Y A LAS MADURAS

  Artículo de ROBERTO CENTENO. Catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid, en “ABC” del 13.03.03

Estados Unidos, con el apoyo de Gran Bretaña y España, atacará Irak y ganará la guerra. Un nuevo equilibrio estratégico en Oriente Próximo y un nuevo orden en las relaciones y las alianzas internacionales serán la consecuencia inmediata. Nadie, ni el Consejo de Seguridad ni los intereses políticos y económicos de Francia y Rusia van a evitarlo. Por ello, y dado que vamos a ganar la guerra, parece llegado el momento de empezar a planificar en lo verdaderamente trascendental: cómo ganar la paz.

En primer lugar, parece necesario el desmontar la gran patraña de que la guerra sin el consentimiento de Naciones Unidas es una barbaridad que rompe la legalidad internacional. ¿De qué legalidad estamos hablando? Todas las acciones militares importantes en el período 1945-2000 se han hecho al margen del Consejo de Seguridad. La ocupación anglo-francesa del Canal de Suez, Vietnam, la invasión soviética de Afganistán, Granada, el bombardeo de Trípoli, la intervención en los Balcanes, y muy particularmente la intervención de Francia en numerosos países africanos, sin pedir jamás autorización a las Naciones Unidas. La realidad es que la supuesta legalidad del Consejo es un anacronismo inoperante.

Centrémonos en el hoy. ¿Es respetar la legalidad internacional el plegarnos a los intereses políticos y económicos de Francia y Rusia, que en este último caso consiste simplemente en que EE.UU. no ha aceptado las seis demandas económicas que Rusia pedía para cambiar su voto?, y no digamos el resto de países, Guinea Conakry, por ejemplo, un país gobernado desde 1984 por un dictador con mano de hierro, que sólo dispone de electricidad 6 horas al día, es uno de los que va a decidir si EE.UU. puede o no emprender una acción militar para defender la seguridad mundial y la de sus ciudadanos. Esto no es sólo contrario a la razón, es simplemente grotesco.

Es evidente que tras esta mascarada, el papel del Consejo de Seguridad y de la ONU tendrá que ser redefinido, particularmente el de «legitimidad internacional», que podría recaer en una Corte Suprema Internacional, pero no en manos de intereses bastardos o de países irrelevantes y analfabetos. ¿Cómo vamos a confiar la seguridad de nuestros hijos a estos personajes?

El presidente Aznar ha hecho la única elección que defiende de verdad los intereses de España y su posicionamiento estratégico, y los que opinan lo contrario no pueden escudarse en la reacción de la opinión pública, siempre emocional y por definición contraria a cualquier guerra, sino que deben explicar negro sobre blanco las ventajas e inconvenientes para el futuro de España, de cualquier otra alternativa que proponga, ya que si no los ciudadanos tenemos derecho a pensar que lo único que pretenden es ganar las elecciones a cualquier precio, como el inepto de Schröder, pasando completamente por encima de los intereses de su país.

El posicionamiento de Aznar ha logrado, en primer lugar, desafiar la hegemonía europea del eje París-Berlín, y mostrarle al señor Chirac que no somos su comparsa, sino que tenemos el mismo derecho que Francia a defender nuestros intereses, y ocurre que el nuevo eje Londres-Madrid tiene hoy muchos más apoyos europeos que la concepción del señor Chirac de «Europa soy yo». Aparte de que es inconcebible una UE divorciada de EE.UU. con quien compartimos nuestra cultura y nuestros valores, el mantenimiento de la identidad Euro-Atlántica es la piedra angular de la construcción de Europa. Pero no sólo eso, numerosos líderes árabes que antes nos consideraban muy poca cosa, ahora pierden el turbante cuando Aznar les llama por teléfono. España por primera vez en más de 200 años ha empezado a contar en el panorama internacional.

España o más concretamente el presidente Aznar ha estado a las duras, pero cuando el régimen de Bagdad sea sustituido, tenemos que estar a las maduras. Y esta segunda parte es a la vez lo esencial y lo verdaderamente difícil. Si después de aguantar lo que está aguantando, el señor Aznar se deja comer la sopa en el plato, todo su loable esfuerzo habrá sido en vano, y serán legión los que lo intenten, el primero Chirac, cuyo entorno ya ha empezado a decir que «los americanos pueden conquistar Bagdad, pero la experiencia europea -léase francesa- será imprescindible para reconstruir Irak y estabilizar Oriente Próximo».

Estamos hablando no sólo de dinero, que también, sino ante todo y sobre todo de posicionamiento estratégico de España en el nuevo orden mundial, en las alianzas, en los acuerdos, y en las instituciones que configurarán el mundo en el siglo XXI. Económicamente estamos hablando de 20.000 millones de euros que se necesitan en ayuda humanitaria a 10 millones de personas, alimentos, medicinas y bienes de primera necesidad, de 200.000 millones de euros para la reconstrucción de Irak, hospitales, escuelas, infraestructuras de todo tipo, etcétera, y de participar en el desarrollo de las reservas de Irak, cuya producción va a pasar de 2 millones de barriles día a 6 millones en cinco años.

EE.UU., Gran Bretaña y España van a liderar el derrocamiento de Sadam y deben liderar la reestructuración del país y la estabilización de todo Oriente Próximo, ¿quién mejor que España para intermediar entre EE.UU. y el mundo árabe?, desde luego no el señor Chirac. El mismo coraje y capacidad de liderazgo que Aznar ha demostrado en la defensa de sus convicciones debe ponerlo en que España tenga el papel que le corresponde en la reconstrucción de Irak, en el desarrollo de sus reservas petroleras y en la fuerza permanente que va a instalarse en la zona.

Y en cuanto al nuevo orden mundial, no será en meses sino en años que éste será diseñado y realizado para que España pueda desempeñar el papel que se ha ganado a pulso. Existe una condición «sine qua non», Aznar tiene que volver a ser candidato, ya que nadie, absolutamente nadie, tiene su prestigio y las relaciones para llevar a buen puerto el futuro de España en esta coyuntura. Si Aznar se va, como prometió, cometerá un error histórico, y tirará por la borda el inmenso capital político que ha acumulado.

El propio Aznar dejó una puerta abierta a su continuidad si se producían «acontecimientos extraordinarios» que requirieran su presencia, ¿puede alguien imaginar un acontecimiento más extraordinario que el alumbramiento de un nuevo orden mundial y el posicionamiento de España en el mismo? La frase «nadie es imprescindible», es sólo eso, una frase. La aparición o desaparición de personas concretas en momentos concretos ha cambiado el sentido de la Historia, por ello tengo que afirmar desde aquí: presidente Aznar, tiene usted la obligación grave para con España de continuar, al menos hasta que nuestro posicionamiento en el nuevo orden mundial esté debidamente encaminado.