ESTADOS UNIDOS DEBERÍA LIDERAR, NO GOBERNAR

Artículo de WILLIAM J. CLINTON en "El País" del 19-12-02

William J. Clinton es ex presidente de Estados Unidos.

Estados Unidos se encuentra en un momento único de la historia humana con un dominio político, económico y militar. Pero dentro de 30 años, la economía china podría ser tan grande o más que la estadounidense. La economía india también, si dejan de luchar contra Pakistán y malgastar dinero en armamento. Dentro de 30 años, si la Unión Europea sigue uniéndose política y económicamente, aumentará de igual manera su influencia política y económica. Por lo tanto, en un mundo independiente, podemos liderar pero no dominar.

Estados Unidos será juzgado sobre la base de cómo utilizó este "momento mágico". ¿Intentamos introducir al mundo en el siglo XXI? ¿Intentamos obligar a la gente a vivir según nuestro punto de vista? ¿O intentamos, por el contrario, mediante el liderazgo, el ejemplo y la persuasión construir un mundo en el que la gente nos trate en el futuro como nos gustaría que nos tratase por nuestra manera de actuar en nuestro momento de primacía?

Mi mentor, el senador J. William Fulbright, dijo una vez que lo mejor que Estados Unidos podía hacer era ser "un ejemplo inteligente para el mundo, mediante la utilidad material sin presunción moral"; que "deberíamos hacer de nuestra propia sociedad un ejemplo de felicidad humana, hacernos amigos de la revolución social e ir más allá de la simple reciprocidad en el esfuerzo por reconciliar mundos hostiles". Dijo que preferiría enormemente vernos convertidos en "un amigo comprensivo de la humanidad que en su severo y orgulloso maestro".

Bien, ¿qué importancia tiene esto en el presente? ¿Significa que Estados Unidos no debería disponer de un ejército fuerte? No. ¿Significa que nunca deberíamos utilizarlo, ni siquiera cuando se requiere la fuerza para salvar gran cantidad de vidas? No. Pero sí significa que deberíamos ser suficientemente humildes como para recordar que raramente hay soluciones definitivas en los asuntos humanos. Por lo tanto, bastante a menudo, la forma en que hacemos algo es tan importante como lo que hacemos.

Debemos reconocer que nuestra interdependencia planetaria, a pesar de ser algo maravilloso para aquellos de nosotros que estamos bien situados para aprovecharla, sigue teniendo sus pros y sus contras. Nuestra apertura mutua en un mundo lleno de divisiones políticas, religiosas, económicas y sociales aumenta también nuestra vulnerabilidad e intensifica el dolor y la alienación de aquellos que se sienten apartados de las ventajas de la interdependencia. Al fin y al cabo, el 11 de septiembre, Al Qaeda utilizó las mismas fronteras abiertas, la facilidad para viajar, y el acceso a la información y a la tecnología que todos damos por hecho para matar a 3.100 personas de 70 países, incluidos más de 200 musulmanes.

Por lo tanto, la pregunta es: ¿cuál es la responsabilidad de Estados Unidos en este momento de nuestro dominio? Creo que es la de construir un mundo que avance más allá de la interdependencia, hacia una comunidad planetaria integrada, con responsabilidades, beneficios y valores compartidos.

Debemos respaldar las instituciones de la comunidad planetaria, empezando por Naciones Unidas, una organización que todavía se está formando, todavía imperfecta. No siempre hemos cumplido nuestro papel en ella, pero es todo lo que tenemos, y ahora que vivimos en un mundo interdependiente, debe tener todo nuestro apoyo a la hora de construir una comunidad planetaria integrada. Debemos tener una sensata estrategia de seguridad, y utilizar el poder estadounidense para prevenir las acciones y castigar a aquellos que pretenden hacernos daño. Y debemos también recordar el ejemplo del general George C. Marshall y el Plan Marshall, del senador Fulbright, y el Programa Fulbright, y construir un mundo con más amigos y aliados, y menos terroristas. Ése es el propósito de la ayuda exterior y la reducción de la deuda, de la lucha contra el SIDA y de la escolarización de todos los niños del mundo. No deberíamos ser demasiado utópicos en nuestras expectativas, pero sí ser siempre utópicos en nuestros valores y sueños.

Desde los albores de la sociedad humana hasta el presente, hemos estado marcados por una maldición persistente: la compulsión que los humanos sienten por definir el significado de su vida en términos positivos con referencia a aquellos que son como ellos desde el punto de vista racial, tribal, cultural, religioso, político, y por referencia negativa a aquellos que son diferentes. Los humanos se sienten entonces impulsados a oprimir a quienes son diferentes, cuando son suficientemente pequeños e impotentes como para no poder evitarlo. Sin embargo, los círculos cada vez mayores de interdependencia han enseñado a las personas a aceptar la humanidad de aquellos a quienes en otro tiempo degradaron.

De hecho, todo el curso de la historia humana puede considerarse una lucha constante por ampliar la definición de quiénes somos "nosotros" y disminuir la definición de quiénes son "ellos". Desde el comienzo de los tiempos hasta la caída del Muro de Berlín, en 1989, nunca ha sido realmente posible construir una comunidad de cooperación planetaria, en la que celebremos, no sólo toleremos, nuestra diversidad, basándonos en la simple teoría de que nuestras diferencias hacen la vida interesante, pero nuestra humanidad común importa más.

Cuando se creó Naciones Unidas, la comunidad planetaria no era posible debido a la Guerra Fría. Luego, en la década de 1970, China empezó a avanzar hacia el resto del mundo. En 1989 cayó el Muro de Berlín. Así que sólo hemos tenido 13 años para trabajar en la búsqueda de expresiones prácticas del sueño de establecer una comunidad de naciones integrada.

Para avanzar en ese objetivo, deberemos colaborar con otros países en la prohibición de las pruebas nucleares, la reducción del calentamiento del planeta, la creación del Tribunal Penal Internacional y el fortalecimiento de un tratado contra las armas biológicas. Me decepciona que el actual Gobierno se haya retirado de los acuerdos establecidos en cada

una de esas áreas, o no los haya reforzado. Envía al mundo la señal equivocada, justamente en un momento en el que necesitamos más y más alianzas firmes que nos ayuden a identificar a los terroristas y defender nuestra nación.

Pero a pesar de estos contratiempos, sigo siendo optimista. En los últimos 13 años, la Unión Europea ha crecido, Naciones Unidas ha demostrado tener mayor capacidad para enfrentarse a problemas en los Balcanes y en otras partes; Rusia y China se han acercado a Occidente; en Irlanda del Norte se alcanzó el Acuerdo de Viernes Santo; tuvimos siete años de avance hacia la paz en Oriente Próximo hasta que Yasir Arafat rechazó mi última propuesta (ahora opina que todas las partes deberían aceptarla); y las naciones ricas del mundo empezaron a hacer más, con la iniciativa de reducción global de la deuda y el aumento de fondos para luchar contra el SIDA.

No tenemos más remedio que aprender a vivir juntos, escoger la cooperación sobre el conflicto, dar expresión a nuestra humanidad común siguiendo reglas sencillas: todo el mundo merece una oportunidad, todo el mundo tiene una función que cumplir, todos lo hacemos mejor si trabajamos juntos, no somos tan diferentes como pensamos.

Todavía no tenemos las instituciones necesarias para dirigir ese tipo de mundo. Ése es el trabajo de la política, y en ese trabajo siempre habrá diferencias de opinión, conflictos de intereses y de valores, y como vemos hoy, incluso en la simple evaluación de la evidencia.

Pero, en conjunto, creo que el mundo avanza en la dirección correcta, porque se ha vuelto inconcebible que podamos resolver los problemas mundiales sin resolverlos juntos. Todos nosotros debemos desempeñar nuestro papel para intentar que eso suceda tan pronto como sea posible.