EL POSPUJOLISMO

LAS AUTONÓMICAS DE OTOÑO ABREN UNA NUEVA ETAPA

Artículo de ENRIC COMPANY en "El País" del 5-1-03

El 2003 será el último año de Jordi Pujol como presidente de Cataluña. En otoño habrá elecciones al Parlamento catalán y nuevo presidente, tanto si se reedita la actual mayoría del centro-derecha como si ésta cede el paso al centro-izquierda. El líder nacionalista, que cuenta ahora 72 años, ha renunciado a presentarse para conseguir un nuevo mandato que, de lograrlo, hubiera sido el séptimo consecutivo. 2003 es, por tanto, el año del adiós de Pujol. Y después de las elecciones, será el primer año de Pasqual Maragall o el de Artur Mas, delfín de Pujol.

Las expectativas a 10 meses de las elecciones no son muy distintas a las que se abrían cuando faltaba un año para las anteriores autonómicas. Como en el invierno de 1998, los sondeos de opinión indican también ahora que Maragall es el preferido como candidato a presidente de la Generalitat. Pero, si no se tiene en cuenta al candidato, los nacionalistas de Convergència i Unió (CiU) aún tienen una intención de voto superior al PSC.

Partidos y candidatos

El último sondeo del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), dado a conocer en noviembre por el Gobierno, atribuyó a CiU una estimación de voto del 35,2%, frente a un 33,6% para el partido socialista. En esta encuesta, sin embargo, se preguntaba por los partidos, pero no por los candidatos, un detalle que relativiza su valor.

El sondeo fue recibido como agua de mayo por CiU porque contradice los que han realizado diversos medios de comunicación y el partido socialista, que apuntan claramente a una victoria de Maragall. La ausencia de unanimidad en los sondeos remite al equilibrio que en 1999 terminó por arrojar un resultado insólito: Maragall ganó en votos, pero Pujol venció en escaños, aunque sólo por uno.

Esta vez, sin embargo, algunas cosas importantes son distintas. Y la primera es que Pujol, que parecía eterno, ya no estará en la candidatura de CiU. Los nacionalistas y la derecha temen que, sin él, en el otoño de 2003 llegue la hora de la alternancia en la Generalitat. Es decir, la hora de Maragall. De ahí que estén empeñados en una intensísima campaña de promoción de su nuevo candidato, Artur Mas, un tecnócrata de 46 años a quien Pujol ha nombrado conseller en cap de su Gobierno para catapultarle.

Pero el candidato no acaba de despegar y en las filas de CiU cunde la inquietud. En los últimos meses están gastando ingentes recursos en propaganda para contrarrestar la pujanza de Maragall, que ha hecho sus deberes como líder de la oposición, en contra de lo que auguraban incluso muchos de sus partidarios. El ex alcalde de Barcelona era en 1999 un político que sólo había ejercido desde posiciones de gobierno. Y aunque está demostrado que lo suyo no es la esgrima parlamentaria, a lo largo de la legislatura ha sabido mantener la presión sobre CiU y colocarse al frente de un centro-izquierda que suma 67 escaños frente a los 68 de CiU-PP. En octubre de 2001, Maragall presentó una moción de censura a Pujol que sirvió, sobre todo, para mostrar la existencia de su alternativa, pero también la solidez de la alianza CiU-PP. Algo que Pujol intenta que pase inadvertido para esa parte de su electorado, la mitad aproximadamente, que hubiera preferido formar una mayoría parlamentaria con los independentistas de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC).

Las próximas autonómicas se plantean en Cataluña como una cita crucial para sus principales protagonistas. Todos se juegan su supervivencia política, además del triunfo o la derrota. Si Maragall, que la semana próxima cumple 63 años, fracasa en su segundo intento de alcanzar la presidencia, habrá perdido ya toda opción de futuro y los socialistas tendrán que replantearse su propuesta para Cataluña.

En el campo nacionalista sucede lo mismo. En la propia Convergència se considera que Artur Mas sólo podrá aspirar a una segunda oportunidad en el caso de salir derrotado por poca diferencia. Si no es así, nadie duda de que Josep Antoni Duran Lleida, el líder de Unió Democràtica, el segundo partido de CiU, reclamará el turno.

De todas formas, una derrota que le relegue a la oposición sería un desastre para CiU. Significaría la pérdida de la extraordinaria base de poder social en que se ha convertido la Generalitat para la coalición al cabo de 23 años de dirigirla y configurarla según sus parámetros ideológicos y su conveniencia política. La Administración catalana se ha convertido en una segunda casa para las huestes de CiU, que la tienen como dominio propio.

También para José Luis Rodríguez Zapatero las elecciones catalanas del próximo otoño pueden resultar decisivas, y no sólo por el mero hecho de que sus correligionarios ganen o pierdan. Maragall lo ha explicado con claridad meridiana. El objetivo de los socialistas es lograr una recuperación del voto urbano en toda España en las elecciones municipales del 25 de mayo, dejar a CiU en la oposición en Cataluña en las autonómicas de otoño y, finalmente, romper la mayoría absoluta del PP medio año después, en las legislativas de 2004. Los socialistas confían en que la victoria de Maragall levante una oleada de entusiasmo y abra la vía del cambio en España. Aspiran a que una situación de este tipo permita reproducir a escala española el modelo de alianzas progresistas articuladas en torno al PSOE que ahora gobiernan en Aragón y Baleares.

Las expectativas de las legislativas en España serán muy distintas para todos si el centro-derecha cae del Gobierno de la Generalitat o se mantiene en él. Los herederos de Jordi Pujol han comenzado ya a soltar lastre y han anunciado su renuncia a algunos de los más caros paradigmas del líder de CiU. Uno de ellos es el de mantenerse siempre fuera del Gobierno de España. Otro, el rechazo a plantear la reforma del Estatuto de Autonomía catalán. Ambas cuestiones han sido ya replanteadas por Artur Mas, aunque remitidas a la próxima legislatura.

"Nosotros" y "ellos"

La entrada de CiU en el Gobierno de España ha sido propuesta a los nacionalistas en su momento por Adolfo Suárez, Felipe González y José María Aznar. Todos han recibido la misma negativa. Pujol considera que para un nacionalista catalán deja de ser operativo el hablar de "nosotros" y "ellos" como elementos antagónicos, el planteamiento que está en la base de su política, si uno forma parte del Gobierno de los otros. Ésta es la razón por la que ha utilizado su ocasional posición de bisagra en el Congreso de los Diputados para completar mayorías parlamentarias, pero nunca para integrarse en los Gobiernos españoles.

Para justificar el abandono de esta política, Artur Mas ha puesto como condición que los posibles aliados, PSOE o PP, acepten la reforma del Estatuto de Autonomía, la primera tras más de dos décadas de vigencia. Se trata de una propuesta que, pese a los aspavientos del PP, es fácilmente aceptable a poco que se mantenga en los términos en que ha sido ya prefigurada por los recientes acuerdos del Parlamento catalán para la mejora del autogobierno.

Así pues, en otoño de 2003, pase lo que pase, Cataluña entra en el pospujolismo y mueve una ficha que puede arrastrar otras en el escenario español.