OPERACIÓN JENOFONTE

 

 

 Artículo de Ángel Cristóbal Montes, catedrático de Derecho Civil de la Universidad de Zaragoza,  en “La Razón” del 13/07/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 


A veces las palabras trastornan los hechos y expresiones grandilocuentes esconden la penuria de lo sucedido, pues «cada cosa es lo que es, y no otra cosa» (Butler). La retirada-huida, que ordenó Rodríguez Zapatero de inmediato tras su toma de posesión, de los soldados españoles estacionados en Iraq, y no en misión de guerra, fue denominada pomposamente «Operación Jenofonte». ¿Por qué ese nombre? Pues, al parecer, porque hace veinticinco siglos diez mil griegos mercenarios que habían combatido a favor de Ciro, muerto de un lanzazo en la batalla de Cunaxa, tuvieron que retirarse desde Media hasta Grecia comandados, precisamente, por Jenofonte, al que Warner Jaeger, autor de la monumental Paideia, llamaba «caballero y soldado». Hay un mundo de distancia entre una y otra situación. El culto ateniense Jenofonte (discípulo de Sócrates e Isócrates) no sólo dirigió la operación, sino que luego la narró en el más brillante de sus libros, la Anábasis o Expedición de Ciro. Aquello sí que fue una epopeya, pues la retirada se produjo cercados los griegos por amenazadoras tribus bárbaras y ejércitos enemigos, y, sin embargo, en su mayor número a la patria: «Diez mil griegos, abriéndose paso por sus propios medios desde las tierras del Eúfrates hasta las costas del Mar Negro, entre peligros y combates sin cuento, y consiguiendo salvarse después de perder a sus oficiales» (Jaeger).
   Cuán diferente ha sido ahora. Mil soldados españoles que, junto a tropas de otros 34 países, no estaban guerreando sino por mandato de la ONU, colaborando en tareas de reconstrucción y pacificación de Iraq, fueron repatriados, con precipitación y sin visión político- estratégica, tras unas pocas horas por carretera en vehículos blindados y tras un corto vuelo en avión. Y así tuvimos nuestra particular «Operación Jenofonte». Los soldados profesionales cumplieron a rajatabla las órdenes recibidas, como no podía ser de otra manera en un Estado democrático, y una parte del país respiro aliviada ante la presencia de las tropas en casa, pero ¿era eso lo que estaba en juego? Zapatero resultó prisionero de sus desmesuradas y gratuitas promesas, careció de valor para rectificar, se salió del tablero estratégico mundial y nos sumió en una política internacional desorientada, sin pulso y sin tino.
   ¿Cómo explicar y justificar, si no, semejante retirada-huida político-militar? Es fácil. Se podrá alegar el compromiso electoral, el pacifismo del pueblo español, el antiamericanismo siempre latente en el PSOE (¿se escuchó a Kerry, se preguntó a Solana?), el bobalicón progresismo que lleva en tantos casos a confundir y desfigurar la realidad, el electoralismo ante las urnas europeas, insólito caudillismo de un presidente novato («generalísimo» le llamó el ponderado «Wall Street Journal»), la ingenua presión de unos cientos de jóvenes de izquierdas gritando la noche del 14-M «Zapatero no nos falles» (¿qué habían gritado la noche anterior?), o lo que se quiera, pero no parece de recibo que entre tantos países presentes en el problema (once sólo de Europa) y tantos análisis estratégicos en curso, hayamos sido nosotros la nota disonante y los únicos en acertar la solución de aquél. ¿Desde cuándo poseemos tal magnificencia diplomática? Las consecuencias internacionales de tan alocada decisión serán, están siendo ya, graves. Cosas como ésta ni se ignoran, ni se olvidan, ni se perdonan, sino que irremediablemente pasan factura. Moratinos no tiene por qué ser Kissinger, ni Zapatero, Churchill o Brandt, pero la categoría, el peso, la responsabilidad a escala mundial (Bosnia, Kosovo, Centroamérica, etcétera) de España no permiten, no pueden permitir, actuar con semejante irreflexión. En ocasiones, querer obviar ingenuamente una situación peligrosa conduce a un peligro mayor. Internamente, el daño también ha sido muy grave, porque se han irrespetado compromisos exteriores de Estado y se ha dado un mal ejemplo de dejadez, precipitación, abandono, egoísmo y cobardía, y todo ello a cuenta de la dignidad y el buen nombre de España y del honor de las fuerzas armadas. Jenofonte, que daba gran importancia al «ponos», a la fatiga y el esfuerzo, seguramente no habría actuado así.