¿HACIA LOS BALCANES?

Artículo de Joan B. Culla i Clarà en "El País de Cataluña" del 18-10-02

Con un muy breve comentario al final. De momento, pues es un tema complejo y difícil, que merece continuar la reflexión (L. B.-B.)

Ciertamente, no es la primera vez que, en nuestros anales políticos recientes, alguien invoca las convulsiones balcánicas como espantajo o como proyectil descalificador. Cuando, hace poco más de una década, el nacionalismo catalán tuvo uno de sus cíclicos e inocuos repuntes de autodeterminismo verbal, el entonces primer secretario del PSC, Raimon Obiols, evocó con gesto grave la imagen balcánica de 'trenes llenos de refugiados' si se persistía en cultivar tan peligrosas veleidades... Por aquellas mismas calendas de 1991, el incombustible Julio Anguita se opuso enérgicamente al reconocimiento de las independencias de Eslovenia y Croacia..., y lo razonó con la tesis de que no se debían dar ejemplos, estímulos ni esperanzas a Euskadi o a Cataluña.

Por tanto, la referencia peyorativa al viejo 'polvorín de Europa' no es nueva, pero adquiere otra repercusión cuando es el presidente del Gobierno quien denuncia -primero en Bilbao, después en Barcelona- que Ibarretxe y los suyos 'están dispuestos a poner rumbo a los Balcanes, que es adonde quieren ir'. Entonces, el mensaje halla eco hasta en la más alta jerarquía militar, e incluso el sobrio Rodrigo Rato se agarra a él para sentenciar que 'la propuesta de Ibarretxe convertiría al País Vasco en Albania'. ¿Exageración? ¿Demagogia? En todo caso, lo alarmante de la metáfora y la seriedad del contexto en el que se inserta invitan a vencer la tentación del déjà vu y a examinar con algún detenimiento si acaso existen, en la España de hoy, trazas, señales, presagios de un escenario como el que ensangrentó el espacio yugoslavo durante la última década del siglo XX.

Y sí, preciso es reconocer que algunos indicios hay. Por ejemplo, frente al hecho constatable de que, tras cinco lustros de Constitución, los que Manuel Vázquez Montalbán llama con acierto 'nacionalismos aplazados' no terminan de sentirse cómodos en el marco vigente, estamos asistiendo a una ofensiva general del nacionalismo dominante -demográfica, territorial, cultural y políticamente dominante-, esto es, del nacionalismo español; una ofensiva que no deja de presentar ciertas analogías con la recrudescencia del nacionalismo gran-serbio en la Yugoslavia postitista. Salvadas las distancias, ¿a qué responde el inopinado homenaje a la bandera española que se instauró en la madrileña plaza de Colón el pasado día 2, con su parafernalia militar, su derroche textil y su impudor retórico? Pues responde a la misma lógica que, desde 1987, llevó a las autoridades serbias a impulsar, frente a las demandas albano-kosovares de mayor autogobierno, aquellas grandes concentraciones patrióticas en Kosovo Polje, de las que Slobodan Milosevic extrajo la fuerza impulsora para su irresistible ascenso y el combustible emocional que incendiaría la región.

¿Y con qué riman las alusiones del ministro Federico Trillo, en la ceremonia citada, al 'orgullo de tener una lengua, de pertenecer a una tierra, de compartir una sangre, unos sueños y unos recuerdos históricos'? ¿O esa otra joya del mismo orfebre, según el cual 'en la España actual, el ruido de tanques es el ruido del Estado democrático'? Pues riman con la multitud de memorandos académicos y discursos belicosos que, a partir de 1986, intoxicaron a la opinión pública serbia con delirios victimistas y ensueños recentralizadores. Siendo la Yugoslavia de entonces igual que la España de hoy Estados plurilingües y plurinacionales, Estados identitariamente complejos, tales discursos resultan tan torpes aquí como lo eran allí, aun cuando no produzcan -esperémoslo- los mismos efectos.

Y es que, en esta clase de asuntos, las palabras y los gestos hacen estragos siempre antes que las balas. En el caso de la desintegración de Yugoslavia, el baño de sangre que comenzó en 1991 se había visto precedido por una escalada verbal que, desde Belgrado, describía a los partidarios de las secesiones eslovena y croata -sobre todo, esta última- como fascistas y genocidas, o a los líderes bosniomusulmanes como fundamentalistas islámicos sedientos de sangre cristiana; sin esa previa deshumanización del adversario no se explicarían los horrores de Vukovar o de Srebrenica. Es el mismo mecanismo que obliga a los asesinos de ETA, antes de disparar contra sus víctimas, a tildarlas de 'fascistas': necesitan anestesiarse la conciencia.

Demostrada, pues, la peligrosidad de la palabrería en según qué negocios, da grima asistir a la espiral demonizadora contra el Partido Nacionalista Vasco, contra el Gobierno de Ibarretxe y contra la propuesta soberanista de éste por parte del poder central y de sus adláteres: insensatos, miserables, excluyentes, sectarios, fanáticos, iluminados, traidores a la causa democrática, filoetarras... ¿Y esa ingeniosa alusión al modelo irlandés para sugerir de nuevo la suspensión de la autonomía de Euskadi?

Pero hay algo más inquietante aún, que el escenario español de hoy comparte con el yugoslavo de hace 12 años, y es el afán del nacionalismo más fuerte por destruir los puentes, por cegar las terceras vías, por descalificar a los intermediarios posibles, por buscar un choque frontal del que cuenta con salir vencedor: en el país balcánico, apenas el titismo sin Tito devino inviable, Milosevic se apresuró a eliminar a quienes apostaban por una reforma de la federación en sentido confederal que, tal vez, hubiese mantenido juntas a las distintas repúblicas; aquí, el PP y su Gobierno execran a los partidarios de una evolución federal del Estado autonómico, de una reforma constitucional; el ministro Arenas acusa a Maragall -el peor de esos infiltrados- de 'estar más cerca del PNV que del PSOE' y el señor Jiménez de Parga carga contra 'los tibios'.

No, la implosión yugoslava no fue una lucha maniquea entre ángeles y demonios, pero el principal foco centrífugo estuvo en Belgrado, no en Zagreb ni en Liubliana. Convendría que el señor Aznar y otros balcanólogos de ocasión no lo olvidasen.

 

MUY BREVE COMENTARIO (L. B.-B.)

 

Existen simultáneamente dos cuestiones que se deben mantener distintas: la derrota de ETA y la configuración definitiva del Estado español.

La derrota de ETA constituye ahora la prioridad, y la configuración definitiva del Estado debe esperar. Por ello, aunque se debe plantear el qué, también es muy importante el cuándo, por lo que se refiere a esta segunda cuestión. Y ahora el objetivo de los demócratas debe ser ETA. Porque es que si se mezclan las dos cosas, se estará instrumentalizando la violencia al servicio de objetivos políticos. Aquello del "árbol y las nueces", o las "pomas",  "ou as cereixas". ¿Se acuerdan? Y esa es una tentación que el PNV no consigue purificar. Es cierto que algunos de ellos piensan que combinar incentivos positivos para los terroristas puede impulsarlos a abandonar la violencia, pero también es cierto que a algunos de ellos "se les ve el plumero": disfrutaban enormemente con sus camisetas con el anagrama de "independencia" recientemente. Hacían gala de estupidez irracional, pues el programa máximo del nacionalismo consiste en eso, en hacer de la necedad virtud.

Por eso, ante esta tentación, los no nacionalistas deben mantener una unidad férrea: el objetivo es la derrota de ETA, y las tentaciones irracionales del  nacionalismo deben ser contenidas con el máximo de firmeza.

Pero una cosa es la oportunidad y la medición de los tiempos estratégicos y otra cosa es renunciar a un horizonte obligado de desarrollo del Estado español en el futuro. No es cuestión de volver a enumerar las razones por las que muchos creemos que el Estado español debe reformar el Senado y conceder acceso a la UE a las CCAA, junto a la representación del Estado. Pero eso es inevitable y habrá que hacerlo. Y el problema existe también por ese lado, pues el PP no acaba de clarificarse, o se clarifica en el inmovilismo. ¿Es que no es posible un pacto a medio plazo entre los partidos no soberanistas para finalizar en una perspectiva integradora el desarrollo del Estado español? ¿No se da cuenta el PP de que hay que fijar un horizonte de desarrollo? Si les resulta un tabú olviden la palabra federalismo, pero acepten algún tipo de reforma constitucional para hacer un Senado que sirva para algo y para incorporar al proceso a los nacionalistas sin aceptar sus propuestas soberanistas.

En fin, sin querer, el apasionamiento me lleva a alargarme. Volveré sobre ello.