¿INVASIONES DE LIBERTAD?
Artículo de RALF DAHRENDORF en "La Vanguardia" del 24-1-03
Cualquiera que sea el resultado final, el debate sobre una
posible guerra contra Iraq ha sacado a la luz cuestiones fundamentales sobre las
que no hay un acuerdo, incluso entre amigos, pero que no se pueden ignorar. En
efecto, si no las resuelven aquellos que aman la libertad, el precio será alto.
Hay tres temas que resaltan. Primero, los ataques terroristas del 2001 sobre
Nueva York y Washington nos recordaron (por si lo habíamos olvidado) que existe
una unidad de valores llamada "Occidente". Estos valores iluminados forman la
base de la constitución de la libertad y vinculan a los países de América del
Norte, Europa y otras partes del mundo.
Sería malo que se abriera una brecha entre esos países en lo que se refiere a la
interpretación de los valores occidentales. Tal vez esto ha sucedido entre
Estados Unidos y muchos europeos. Si ése es el caso, el reto ahora es cerrar esa
brecha en lugar de explotarla, ya sea en favor de intereses unilaterales
estadounidenses o para reforzar la unidad europea.
Segundo, la defensa de nuestros valores requiere de instrumentos de poder. Quizá
el poder se ha vuelto más difuso en el mundo contemporáneo. Hay incluso quienes
hablan de "administración sin gobierno" porque las fortunas económicas se
determinan en parte sin gobernantes identificables. No obstante, el poder
tradicional permanece, y es algo más que el tamaño de las poblaciones o su
producto interno bruto. En última instancia, el poder sigue siendo la capacidad
para coaccionar.
En ese sentido, Europa tiene capacidades modestas, al igual que Japón, India,
las democracias de Asia y las de América Latina. Europa debe recurrir a las
alianzas para ejercer el poder, y es probable que éstas todavía dependan de
EE.UU. durante un tiempo. Lo mismo se aplica en gran medida entre los miembros
asiáticos y latinoamericanos de la constitución de la libertad. En esta área,
más que en las otras, las ilusiones son un error mortal.
Tercero, si los valores básicos en los que cree Occidente se ven amenazados en
cualquier lugar, debemos estar preparados ya sea para defenderlos o para
abandonarlos sin pelear. Por supuesto, la fuerza militar es sólo una forma de
defender las convicciones propias, y su uso debe ser mesurado pero también
oportuno. El apaciguamiento en Munich en 1938 (la "paz en nuestros tiempos" que
en realidad significó la rendición ante un dictador salvaje) llevó al desastre.
La victoria final de la democracia en 1945 llegó a un precio terrible, y pudo no
haber llegado en absoluto sin la intervención de Estados Unidos.
Todo esto es relevante en la crisis actual. Estados Unidos es pieza central para
los valores de Occidente. Si ese país es objeto de un ataque, lo somos todos.
Iraq es un Estado delincuente que ha demostrado ser una amenaza para su propio
pueblo y para sus vecinos. Al menos en parte, se sabe que ha buscado armas de
destrucción masiva. Por lo tanto, debe de haber una inclinación en favor de la
línea de acción de Estados Unidos, punto que ha expuesto con fuerza y de manera
convincente el primer ministro británico, Tony Blair.
Ciertamente ésta no es la última palabra sobre el tema; pero es la primera. Más
que eso, es el primer principio que debe guiar las acciones de quienes comparten
los valores occidentales.
Esto plantea dos conjuntos de cuestiones de importancia crítica. El primero es
que las democracias no pueden participar en una guerra sin al menos el
consentimiento tácito de sus pueblos. Es necesario persuadir a los ciudadanos de
que los motivos (sobre todo para una acción preventiva) son sólidos. Por eso
(incluso en estos momentos en que las cosas ya están tan avanzadas) se debe
hacer más para presentar el caso en favor de la guerra ante el público en
aquellos países que están dispuestos a luchar por la libertad.
Asimismo, es necesario convencer a otras democracias; en efecto, las acciones
deben estar sancionadas por los cuerpos internacionales. Por eso las
inspecciones de la ONU son vitales, y también por eso Blair y el presidente
francés, Jacques Chirac, tuvieron razón en apoyar y reforzar a aquellos miembros
de la Administración Bush que reconocieron el lugar que le corresponde al
Consejo de Seguridad de la ONU en el proceso.
El segundo conjunto de cuestiones tiene que ver con las condiciones que se
prevén para cuando terminen las acciones que se lleven a cabo, cualesquiera que
sean. Hablar de "cambio de régimen" no basta. Hablar de ocupar Iraq durante
dieciocho meses más o menos es interesante pero insuficiente. La ocupación de
Alemania (y de Japón) después de la Segunda Guerra Mundial se dio tras muchos
años de lucha, y llegó en el momento en el que los países vencidos vieron su
derrota como irreversible.
Incluso entonces, establecer órdenes democráticos viables llevó mucho más de
dieciocho meses.También está la duda de que haya algo en la textura de la
sociedad iraquí que se pueda utilizar como cimiento para establecer la
constitución de la libertad en el valle del Tigris y el Éufrates.
Las respuestas a estas interrogantes se pueden encontrar. Los socios de Estados
Unidos pueden darlas. Una analogía desafortunada que se utiliza en el asunto de
Iraq presenta a Estados Unidos como el cocinero y a los demás, particularmente a
Europa, como el personal de limpieza. Sería mejor decir que Estados Unidos rompe
los huevos y otros cocinan la tortilla. Reafirmar los valores occidentales de
forma unificada y después asignar tareas a quienes las puedan cumplir mejor
sería un enfoque más efectivo y digno que el espectáculo que estamos
presenciando de Estados Unidos avanzando casi a ciegas mientras los europeos
tratan de girarse hacia otro lado.
R. DAHRENDORF, miembro de la Cámara de los Lores del Reino
Unido, ex rector de la London School of Economics y ex decano del St. Anthony's
College de Oxford
© Project Syndicate / Instituto para las Ciencias Humanas
Traducción: Mario de Gortari Rangel