EL DISCURSO YA VISTO DE PASQUAL MARAGALL

 

  Artículo de   ANDRÉS DE BLAS GUERRERO  en  “El País” del 28.08.2003


 Andrés de Blas Guerrero es catedrático de Teoría del Estado de la UNED.

Tanta apelación a Europa, a USA, a las regiones metropolitanas, a la modernización sin límites de Cataluña y España, oculta en el reciente artículo de Maragall en EL PAÍS el contenido "ya visto" del viejo discurso del nacionalismo catalán. Apenas hay algún elemento innovador. La vieja Castilla poblada de semitas y bereberes, sus calles pululantes de militares y funcionarios, de unas clases ociosas en contraste con el ambiente burgués y trabajador de las calles catalanas, queda reducida al enloquecido Madrid y a su arrabal Marbella. De hecho, esta materialización en Madrid del espíritu de la vieja España tampoco es un dato novedoso en el imaginario catalanista.

No es innovador el intento de propagar el mensaje del nacionalismo catalán por la periferia española en defensa de los sacrosantos derechos catalanes. Galeuzka es un invento con tradición y ambiente en el catalanismo político. Verdaderamente, no hay nada nuevo en el discurso de Maragall. Lo novedoso puede radicar en que el mismo se exprese desde la plataforma política de un partido catalán no nacionalista. Fiado del apoyo incondicional de sus bases sociales, la dirección del PSC decide dar la batalla al nacionalismo en su propio terreno. Y no duda para ello en echar mano de una retórica cien veces explotada a la hora de tratar de dificultar las relaciones de Cataluña con el resto de España. Falta esta vez la referencia a los separadores, a las plumas castellanas que, dando la réplica al discurso catalanista, contribuyan a dar realidad a una dialéctica de enfrentamientos entre nacionalismos. Pero todo llegará. El terreno está sembrado. La batalla de Cataluña va a intentar librarse sobre la espalda de todos los españoles.

La tentación del socialismo catalán de librar en España la batalla de Cataluña es antigua. De hecho, su propuesta de "federalismo asimétrico" no resultó sino el primer embate de este intento. La reforma de los estatutos, la construcción de grandes regiones europeas, no son sino nuevas manifestaciones de lo mismo. Por cierto que el descubrimiento de las grandes regiones europeas no parece que haya reparado en el lugar que estas regiones reservan a las nacionalidades culturales comprendidas en su seno. Un lugar que puede ser menos considerado con éstas que el que actualmente les deparan los viejos Estados naciones europeos.

Lo que llama la atención en las palabras de un político experimentado como Maragall es el no dudar en recurrir a una dialéctica política que tan negativos resultados ha dado en la vida española del siglo XX. El puñado de votos que puede arrancar con ella a los genuinos partidos nacionalistas catalanes en absoluto puede compensar el riesgo de abrir un conflicto entre nacionalismos en lugar de buscar su armonía a la sombra de la Constitución de 1978.

Llama igualmente la atención la osadía con que Maragall lanza este discurso desde la dirección de un PSC que representa en Cataluña, fundamentalmente, a unos sectores sociales que no conectan con el sentimiento nacionalista catalán. Muy seguro tiene que estar el candidato del control de su partido y sus votantes para transitar por una operación política que hay que presumir no cuenta con la comprensión de sus bases sociales. Y muy seguro debe de estar del apoyo del PSOE para atreverse a seguir un camino que choca frontalmente con los intereses electorales y las posiciones programáticas del partido madre. Porque Maragall puede presentar su operación catalanista, con su vocación expansionista incluida, como una operación de ingeniería política a través de la cual desplazar al PP del poder. Pero no hace falta ser un fino analista político para ver que, con mucha mayor probabilidad, la operación ofrece al centro-derecha español la oportunidad de renovar con facilidad su última victoria electoral. La dirección del PSOE es responsable de comprar una estrategia suicida para sus creencias e intereses. Pero corresponde a Maragall la responsabilidad de su diseño.

Si las cosas siguen el camino previsto, la política de Maragall se habrá de encaminar en las próximas semanas a incorporar apoyos del resto de España a su política. Como antes decía, la generalización de los discursos nacionalistas y regionalistas en el resto de España fue inseparable del descubrimiento por parte del nacionalismo catalán de que sus intereses se habrían de encontrar mejor protegidos en medio de una ofensiva general contra el Estado. Esto diferenció históricamente al nacionalismo de Cataluña de un nacionalismo vasco dominado por la idea de que la única singularidad nacional apreciable en el contexto español, además de la española, era la suya.

La generalización de los regionalismos y los nacionalismos españoles, el aumento de la conciencia autonómica, solamente es viable en España en el contexto de una aceptación de la idea de pluralidad de jurisdicciones, en que los espacios subestatales convivan armoniosamente con el espacio estatal y con el espacio europeo. Pero no es esta convivencia acorde y pluralista la que se va a conseguir desenterrando los tópicos del nacionalismo catalán en su visión del resto de España. La existencia de un pueblo de vagos y maleantes es la que permite prever con tanta claridad escándalos como los que han sucedido en la Comunidad de Madrid o en el Ayuntamiento de Marbella. Un pueblo de vagos y maleantes que ha sabido doblar su personalidad con la de explotadores del aparato estatal, imponiéndose a una sociedad de buenos cuidadanos como es la catalana. En este contexto, se entiende que Maragall pretenda decir adiós a España, que piense en grandes regiones europeas que pongan fin a este error histórico que ha sido la nación y el Estado españoles. Pero Maragall tendrá que aceptar que somos muchos en Cataluña y en el resto de España los que no creemos en la fábula de un pueblo de cabreros imponiéndose a honrados trabajadores de todas clases acogidos a los límites de Cataluña. Y que no estamos dispuestos a que se desencadene un viejo enfrentamiento, aunque el motivo sea tan banal como permitirle al señor Maragall darse el gusto de gobernar en Barcelona, hoy a los catalanes, mañana Dios sabe a cuántos ciudadanos incorporados a la renovada Corona de Aragón.

El candidato socialista, si su partido se lo permite en Cataluña y el resto de España, puede plantearnos cualquier iniciativa política que le venga en gana. Pero lo que no puede hacer es volver a sus clásicos para usar un ambiente de fricción entre Cataluña y el resto de España que le pueda servir para encontrar el puñado de votos que le separa del poder. Desconozco si este enfrentamiento será fácil impulsarlo desde Cataluña. De lo que estoy seguro es de su dificultad para levantarlo en el resto de España. Lo cual no quita gravedad y trascendencia a intentos más o menos conscientes de pretenderlo.