LA RECONVERSIÓN DE LOS NACIONALISMOS PERIFÉRICOS

 

 

 Artículo de ANDRÉS DE BLAS GUERRERO  en “El País” del 19/02/2004

 

Andrés de Blas Guerrero es catedrático de Teoría del Estado de la UNED.

Van aflorando datos suficientes para poder hablar de una incipiente reconversión ideológica de nuestros nacionalismos periféricos. En síntesis, se trataría de la emergencia de unos planteamientos de nacionalismo político o cívico con los que se trataría de sustituir los tradicionales postulados de un nacionalismo cultural o étnico. El discurso de Carod Rovira en Cataluña, con independencia ahora de su alarde de irresponsabilidad política en Perpiñán, una irresponsabilidad que el comunicado de ETA hace extensible a ERC, al PSC y en alguna medida al propio PSOE, ha manifestado esta inflexión en la línea del viejo catalanismo. Los planteamientos de Imaz y otras voces significativas del nacionalismo vasco no estarían muy distantes del discurso de la Esquerra de Catalunya. Muy probablemente, se trata de una reacción táctica a las nuevas realidades de Cataluña y el País Vasco. El nacionalismo más avisado de ambas Comunidades Autónomas es consciente del bloqueo a medio y largo plazo que amenaza a unos planteamientos nacionalistas aferrados a los viejos temas decimonónicos. Se trataría de buscar proyección a los nacionalismos catalán y vasco presentándolos como proyectos cívico-políticos abiertos, por su propia naturaleza, a todos los ciudadanos que forman parte de su territorio.

Unos nacionalismos que tienen como motor la conquista de un creciente bienestar no pueden seguir prisioneros de unos discursos que dejan fuera de su alcance, aunque solamente sea en un sentido simbólico, a muy amplios sectores de su sociedad. Éste es el momento en que nuestros nacionalismos de propensión secesionista hacen suyo un nacionalismo de inspiración liberal que ha sido hasta hoy el soporte fundamental de las naciones políticas de base estatal.

Mi impresión es que esta evolución de los nacionalismos catalán y vasco es inevitable. El modelo de nacionalismo étnico es válido para el ejercicio de la resistencia, pero es un modelo que lleva irremediablemente al fracaso en unas sociedades modernas, obligadamente abiertas a un proceso de creciente mestizaje cultural. El camino emprendido de modo rotundo por el nacionalismo catalán, del mismo modo que el iniciado en su momento por otros nacionalismos occidentales como el quebequés o el escocés, habrá de ser seguido inevitablemente por el nacionalismo vasco. Un nacionalismo que terminará siendo consciente del lastre que le supone el viejo discurso sabiniano. Durante un periodo de transición, coexistirán el uno y el otro discurso en una amalgama ya intentada por el nacionalismo abertzale. Pero finalmente, todo hace indicar que será el discurso nacionalista de signo cívico-político el que terminará imponiéndose.

Desde el punto de vista del Estado y la nación españoles, caben dos reacciones ante este proceso de reconversión ideológica. La primera es verlo como un ajuste táctico que no disminuye la gravedad de la amenaza nacionalista. En cierta medida, la agravaría, como resultado de los previsibles rendimientos que puede ocasionar a los nacionalismos periféricos. Creo, sin embargo, que cabe introducir una visión más optimista del giro nacionalista. La adopción de un modelo de nacionalismo cívico o político abre unas posibilidades de entendimiento entre las nacionalidades existentes en España y la nación española. En la medida en que España es fundamentalmente una nación de corte cívico-político, cabe pensar en un campo hipotético de diálogo con otros hechos nacionales que asuman su misma lógica. Las lealtades compartidas y la práctica del pluralismo son expedientes facilitados por unas realidades nacionales concebidas como comunidades de ciudadanos constituidas en torno a unos proyectos constitucionales que son expresión de unos derechos y libertades compartidos y de un programa de consolidación y desarrollo del Estado de Bienestar.

Sería ingenuo engañarse respecto a las intenciones de los señores Carod e Imaz. Su comprensión de Cataluña y el País Vasco como naciones cívico-políticas no es, seguramente, sino el descubrimiento de la vía que ofrece mayores posibilidades para alcanzar sus objetivos políticos soberanistas. No importa. El problema es que, una vez elegido el camino, se puede abrir paso una concepción liberal-democrática de la cuestión dispuesta a hacerse compatible con la existencia de hechos nacionales capaces de convivir libremente dentro de un orden constitucional. Lo que se plantea como una estrategia para desbloquear el estancamiento de los nacionalismos periféricos puede ser, por lo menos en cierta medida, el inicio de un camino de diálogo y entendimiento entre la nación española y las nacionalidades catalana y vasca. El ensayo de este camino exige, eso sí, la renuncia de los nacionalismos locales a constituirse en representación genuina de sus pueblos. Por lo que hace al País Vasco, la vía para ello es clara: el fin del terrorismo y la consiguiente eclosión del pluralismo político de fondo dominante en la sociedad vasca. Algo más complicadas pueden ser las cosas en Cataluña. La ausencia de terrorismo viene acompañada aquí por la ambigüedad del PSC y la debilidad del Partido Popular. Estas dos circunstancias no son, sin embargo, datos inamovibles, y el resultado final no es previsible que sea muy diferente al que cabe imaginar para un País Vasco en paz. Cabe pensar que la crisis de Convergència i Unió se salde con la reconstrucción de un Partido Popular catalán capaz de heredar la función histórica de la Lliga. La evolución del PSC es posible que se traduzca en una revisión de sus planteamientos catalanistas en provecho del afianzamiento de un partido de izquierdas satisfactoriamente integrado en un marco español.

Creo, en definitiva, que, con cautela y vigilancia, hay motivos para alegrarse de la nueva inspiración que parece hoy iluminar a los nacionalistas de Cataluña y el País Vasco. Que merece la pena cogerles la palabra si ésta se va afirmando en su nueva cosmovisión política.