OPOSICIONES PREMATURAS

 

 

  Artículo de ÁLVARO DELGADO-GAL en “ABC” del 30.05.2003

A los dos, tres días de las elecciones, ha terminado por adquirir hechura estable y probablemente definitiva el análisis de lo ocurrido. Este análisis es común a los medios de izquierdas y de derechas, cuyas enunciaciones de distinguen más por el tono, por el sesgo prosódico, que por el fondo. Hago un balance brevísimo. Zapatero se ha equivocado de medio a medio al centrar su campaña en las movilizaciones y la denuncia ética. ¿Por qué? Porque una cosa es que alguien se eche a la calle para protestar en nombre de la paz, y otra, que confíe los asuntos de casa a éste o al de más allá. El fervor contestario, en fin, no ha guardado proporción con las conducta efectiva de los votantes.

Segundo punto: el amago frentepopulista ha impedido -según declaraciones del propio Llamazares- que IU se aproximara a la extinción técnica. De resultas, el PSOE se ha hurtado votos, y sobre todo, se obliga a coaliciones que podrían pasarle factura en las generales. Cojamos Madrid. En la Comunidad madrileña, los resultados del PP han sido buenos. De hecho, se acortan las distancias entre el voto de derecha y el del conglomerado PSOE/IU. Si en el gobierno autónomo IU impone condiciones draconianas, y fuerza a políticas artificialmente desplazadas hacia la izquierda, nos encontraremos con que se está administrando el poder, no sólo contra la voluntad del partido más votado, sino, por añadidura, a contrapelo de lo que desearía el grueso de la parroquia socialista. Y así sucesivamente.

Nada de esto es discutible. Lo que es discutible, es la interpretación diacrónica de lo ocurrido, o si se prefiere, el análisis de las causas. Y aquí discrepo de las fulminaciones que se están haciendo contra Zapatero. Y no porque piense que no se ha equivocado, sino porque estimo que no lo ha hecho en solitario. Y sobre todo, porque no equivocarse le habría constreñido a una línea de actuación política para la que aún no está preparado. Me explico.

Después de ganar la secretaría general, Zapatero inició su despliegue en un registro eminentemente moderado. Pero las encuestas seguían dando una distancia sideral entre su partido, y el PP. Y le llovieron los reproches. Le llovieron desde la propia izquierda. «¡Fájate, muévete, enseña los dientes!», le conminaban a coro. Y Zapatero no se decidía a ser temible. Hace año y pico, las encuestas insinuaron una inflexión. Las distancias se reducían, bien que suavemente. Y vino la huelga general, y después las caceroladas a cuenta del Prestige, y el cisco apocalíptico cuando lo de Irak. Y la opinión dio la vuelta, si hemos de creer en la prospección del CIS. La situación se prestaba a dos lecturas muy distintas.

1) El cambio de opinión estaba indiciado a los errores del Gobierno, no a la beligerancia de la izquierda.

2) La izquierda había logrado salir de su pasmo y su desconcierto, y se había reencontrado a sí misma en el pavés callejero. Ésa era, pues, la tecla en que había que insistir.

Zapatero escogió la segunda lectura. ¿Por qué? En parte, porque era una lectura que suscribían muchos, con alborozo en la izquierda y con preocupación en la derecha. Pero había una segunda razón, mucho más interesante a mi parecer. Y es que Zapatero vio llegada, ¡por fin!, la oportunidad de moverse, y de moverse conforme a los recursos intelectuales y morales de que actualmente dispone. Los cuales encuentran un acomodo más sencillo en la retórica, en la apelación sentimental, que en los programas, o si se prefiere, en la explotación política de ciertas cuestiones técnicas.

Pensemos en el caso opuesto. Pensemos en Blair. Hasta la guerra por lo menos, Blair ha conseguido hacer una política de centro -dirán algunos que de centro derecha- sin exponer electoralmente a la izquierda. Ello exige dos condiciones. Uno, convencer al ciudadano de que se puede hacer mejor lo que ya estaba haciendo el partido rival. Dos, combinar el continuismo con señales identitarias que no destruyan el sentimiento de que se sigue perteneciendo a una tradición. Es un proceso elaborado, que exige oficio y gran premeditación.

El actual equipo socialista no ha desarrollado, todavía, estos talentos. Y se enfrenta, además, a una tarea difícil. Los descalabros gubernamentales han sido más de imagen que de sustancia. El empleo va bien, la economía va bien. Es imposible negar el firme compromiso popular en materia de unidad nacional. Hay otras cosas que no van bien. Pero en estas cosas, el PSOE no maneja tampoco bazas convincentes. Daré dos ejemplos.

Uno, la seguridad ciudadana. Está quebrantada. Pero resulta muy complicado a un partido de izquierdas traer esto a primer plano, y salir con bien de la puja. Se ha intentado durante las elecciones. Y el asunto se ha diluido muy pronto. ¿Quién es el auténtico responsable de la disminución de los contingentes policiales? ¿Qué hay del Código Belloch? ¿Es bueno el argumento de que los ricos están más seguros, porque se pueden pagan servicios privados de seguridad? ¿Estaríamos mejor si todos estuviéramos igual de inseguros? Después se cruza el contencioso de la justicia social, la idea de que el delincuente se ve impelido a delinquir, etc., etc... Y a las amas de casa con tres cerrojos en la puerta les suena más rotunda, más fiable, la derecha.

Cojamos el caso de la inmigración. Es verdad que el PP no termina de modular una ley eficaz. Pero sabe lo que quiere: que no haya ilegales, y que la inmigración esté indiciada a la capacidad productiva del inmigrante. Pero el PSOE se halla en una fase de incertidumbre preliminar. De vez en cuando, se deja invadir por los sentimientos evangélicos y propone poco menos que una política de puertas abiertas. No, no tiene ahí votos que rascar. Si acaso, que perder.

Recuperando el hilo. Lleva razón Bono cuando afirma que el caladero de votos socialistas está a la derecha, o dicho lo mismo con otras palabras, que hay que intentar la conquista del centro. Los buenos proyectos, con todo, son más fáciles de formular que de ejecutar. La conquista del centro exige empaque institucional, propuestas ligeramente alternativas, una exageración inteligente del mérito de esas propuestas alternativas. Exige, en fin, tiempo, capacidad para rumiar las cuestiones. Y antes que nada, la capacidad de tomarse las cuestiones en serio.

Es aquí donde el líder socialista tiene aún mucho camino que andar. Quedó ello evidenciado durante la guerra. Durante los meses previos, el PSOE no se asomó siquiera a la cuestión. Y después lo hizo de modo destartalado. El primer mensaje de Zapatero, fue la paz sin condiciones, con independencia de los detalles moralmente irrelevantes que pudiera aportar la legalidad internacional. El segundo mensaje, fue que lo importante era la legalidad internacional. No hubo, detrás, una aproximación sistemática al problema. Mejor, no hubo la actitud que impele a aproximarse sistemáticamente a los problemas.

«¡Da el salto! ¡Tírate por el tobogán!», porfiaban en decir muchas voces. Y apareció el tobogán. Y Zapatero no pudo resistirse. Propongo una metáfora complementaria. Se han convocado oposiciones antes de que el opositor hubiese tenido tiempo de estudiar todo el temario. La cosa ha salido regular. La pregunta que viene, sin embargo, es otra: ¿tiene madera de notario el opositor a notarías? Dejo las respuesta a los ojeadores de profesión. La vida da muchas vueltas. Y la política, todavía más.