REVOLUCIÓN PERMANENTE
Artículo de ÁLVARO DELGADO-GAL en “ABC” del 19/09/04
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Se ha
enconado el conflicto de los astilleros, por causas que vienen de lejos y
también por la ligereza con que el Presidente prometió lo que no debía. La
promesa alocada confirma una pauta de comportamiento en sí misma significativa.
Luego hablaremos de esto. Antes, los hechos y su contexto.
La situación de nuestra industria naval es técnicamente insostenible. Al
integrar los costes laborales un porcentaje muy apreciable de los costes
totales, resulta difícil a países como España competir con otros en que la mano
de obra es barata. Durante un tiempo, se toreó el problema mediante el
libramiento masivo de subvenciones. Pero la Comisión Europea declaró ilegales
las ayudas no destinadas específicamente a la construcción de navíos militares,
y exigió la devolución de una parte importante de los fondos transferidos. Ello
colocó a la industria en quiebra objetiva, y la SEPI, el holding público del que
dependen los astilleros, hubo de elaborar un plan de reconversión. El plan
contempla que se desglose la construcción con fines militares, de la civil, y
que se privatice la última. La SEPI, naturalmente, está sujeta a la tutela del
actual gobierno.
Las negociaciones entre la SEPI y los sindicatos eran tensas, según corresponde
a todo proceso de reconversión industrial. Llega, por fin, el día 12, y Zapatero
se desplaza al País Vasco para confirmar la candidatura de Patxi López. Tiene
lugar un encuentro con el comité de empresa de Izar, y el Presidente da a
entender que él salvará los astilleros. La afirmación causa estupor y una
brevísima alegría entre los afectados. Digo brevísima, porque transcurre poco
tiempo antes de que la SEPI declare que prosigue con su plan y el propio
Zapatero entrecomille, relativice y, en último extremo, desmienta su mensaje del
domingo. ¿Desenlace? Convocatoria de huelgas, violencia en la calle,
declaraciones desabridas sobre la poca credibilidad del Presidente, y una
musitación amarga de José María Fidalgo, secretario general de CCOO: «Cuando
están en juego miles de empleos, es malo generar expectativas falsas por el
discurso o comunicación de un dirigente político».
Como he dicho, el repelón de Zapatero, su tarascada verbal, confirman una pauta
general. Muy poco después de ser investido presidente, anunció desde un plató de
televisión, sin haber reunido al Consejo de Ministros, la retirada de la tropa
española de Irak. La decisión era gravísima, y rompía los términos propuestos
por el propio Zapatero, quien se había comprometido a retrasar la decisión hasta
el 30 de junio, a la espera de que el Consejo de Seguridad de la ONU diera
cobertura política a la ocupación. El asunto, en fin, era de los que merecen ser
meditados, o por lo menos consultados. Pues no, el Presidente tiró monte a
través, y aquí paz y después gloria. No mucho más tarde, e igualmente sobre la
marcha, hizo saber que subiría el salario mínimo. No está claro, al revés, está
más bien obscuro, que hubiese contrastado la medida con Solbes y Jesús Caldera,
ministro de Trabajo. Hace menos de dos semanas, instó desde Túnez al abandono en
masa de las tropas instaladas en Irak. Sabemos que Moratinos, ministro de
Exteriores, profesa una marcada simpatía hacia el mundo árabe. Ahora bien, se
trata de un diplomático profesional, y resulta imposible, metafísicamente
inconcebible, que haya avalado semejante declaración, la cual es inútil en sí,
agravia innecesariamente a los Estados Unidos y acentúa la desesperada
desubicación de España en el escenario internacional. Si bien se mira, ignoramos
aún qué podría dar de sí Moratinos como ministro. Las salidas de su Presidente
le han sumergido en una especie de torbellino permanente. Recuerda a un boxeador
que dedicase lo más de su tiempo a no enredarse con los cordones sueltos de sus
botas. Sería injusto reclamar de ese boxeador que diera puñetazos formidables. O
que acertarse a evitarlos.
El síndrome se repite si se toma ministerio por ministerio, sin excusar, por
supuesto, al de Economía. Y es que el desparpajo de Zapatero no parece
conciliable con una administración ordenada de las cosas. Técnicamente, la
política que está haciendo el Presidente es populista. Entendiendo por tal la
que se ejerce espasmódicamente, a golpe de efecto y sin reparar demasiado en las
consecuencias. Las etiquetas, con todo, son lo menos importante. El caso es que
Rodríguez Zapatero parece más determinado por el reclamo de ciertas frases,
ciertas consignas, que por la severidad de la lógica. Representémonos el
pensamiento político de una persona cualquiera como un texto, plasmado en sus
circuitos neuronales. Habrá dos clases de texto: el que se puede leer de
corrido, y está trabado aunque aloje defectos y hasta incongruencias, y el que
se compone de palabras estupendas, aunque aisladas o como desprendidas del
conjunto. Zapatero está haciendo méritos para ser incluido en la segunda
categoría. Es preciso reconocerle virtudes y admitir su bisoñez. Pero han pasado
de sobra los cien días de gracia. El Presidente está en la obligación de sacar
de su error a quienes, además de perplejos, empiezan a sentirse pesimistas.