¿RECONCILIACIÓN?

 

 Editorial de  “El Correo” del 16/10/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el editorial que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

La vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, asistió ayer en Barcelona al homenaje de quien fue presidente de la Generalitat republicana, Lluís Companys, fusilado en Montjuic en 1940, muy poco tiempo después de finalizada la Guerra Civil. El Gobierno socialista ha pretendido con ese gesto rehabilitar la figura de Companys y también estudia la solicitud del presidente Pasqual Maragall para que sean reconocidas igualmente las víctimas de los fusilamientos llevados a cabo por los republicanos. Nada hay que objetar, evidentemente, ni a la recuperación de la memoria histórica ni a los gestos que cierren viejos e irresueltos contenciosos civiles. Pero esta reivindicación de Companys no es un hecho aislado, sino que tiene el recientísimo precedente de la invitación a los actos de la Fiesta Nacional -para dar visibilidad de nuevo a la 'reconciliación'- de un representante de la División Azul y de otro de la División Leclerq; y todo indica que la secuencia no va a agotarse por ahora. Una vez descartada la idea peregrina de promover una 'segunda transición', el Ejecutivo de Zapatero parece empeñado en abordar una suerte de 'segunda reconciliación' cuando la nuestra es una consolidada democracia que no tiene que transitar hacia ninguna parte.

Por fortuna, tras la normalización democrática que culminó en la Constitución de 1978, las viejas heridas están cerradas. Y aunque haya que cauterizar aún alguna llaga pendiente o zanjar alguna injusticia no resuelta, este afán ya no puede, ni debe, convertirse en una grave cuestión de Estado. Más bien, el Gobierno debería cuidarse de que la machacona invocación del gran drama que supuso la Guerra Civil no termine por abrir heridas nuevas. Aunque sólo sea para evitar que, bajo el pretexto de recordar la historia para no tener que volver a vivirla, algunos aprovechen para tergiversarla y 'reescribirla' conforme a sus intereses. Mucho más productivo sería, desde luego, relajar la memoria y limpiarla de todo resto de agresividad y revanchismo absurdo, para volcar todas las energías en construir el futuro, que es lo que demanda la mayoría de la sociedad, especialmente las nuevas generaciones.