CASTIGAR A FRANCIA
Editorial de “El Correo” del 25.04.2003
Aunque desde Washington se formulan intenciones
contradictorias, el hecho es que el equipo de George W. Bush está debatiendo o
ha debatido ya posibles represalias contra Francia, país al que acusa de
«obstruccionismo» en la OTAN y en Naciones Unidas durante la crisis de Irak.
Esta peligrosa intención puede estar animada por emociones patrioteras y no por
una visión a largo plazo de los intereses de EE UU, que no puede ignorar que
necesita a sus principales aliados europeos para ganar la paz en Oriente Medio,
desarrollar la lucha antiterrorista y fortalecer la seguridad internacional.
Esta realidad parece comprenderla mejor el secretario de Estado, Colin Powell,
que los 'duros' de la Administración Bush como Cheney o Rumsfeld, cuyo
unilateralismo y menosprecio hacia la ONU quedaron de relieve en las semanas
precedentes a la invasión de Irak. Al hablar sin pudor de represalias, los
'halcones' de la Casa Blanca no hacen sino escenificar una concepción unipolar
del mundo infravalorando los vínculos económicos, políticos y de civilización
que unen a estadounidenses y europeos.
El anuncio de represalias, o los reproches morales y políticos, podrían tener el
efecto de inquietar al empresariado galo, una vez que algunos productos
franceses ya han sido colocados en el punto de mira del patrioterismo
norteamericano. No se puede ignorar que la actitud francesa en los meses previos
al desencadenamiento de la guerra ha irritado profundamente a la Casa Blanca,
por el doble lenguaje de París a la hora de relacionarse con distintas
dictaduras y la incapacidad de Jacques Chirac de entender el cambio de doctrina
militar en EE UU tras el 11-S. Pero Washington debería cuanto antes dejar de
mirar hacia atrás y ponerse manos a la obra para recomponer el vínculo
transatlántico, del que deben formar parte activa Francia y Alemania. Es
perfectamente legítimo y hasta oportuno reformar la OTAN, una organización con
una grave crisis de identidad, pero debe hacerse con el consenso de todos sus
miembros y no con la inaceptable intención de excluir a Francia de la toma de
decisiones en situaciones de crisis.
Del mismo modo, la creación de una organización militar nueva, formada de modo
exclusivo por EE UU y sus aliados 'de confianza', como se ha llegado a
especular, tendría un coste económico y político insoportable para Europa y la
comunidad internacional. El presidente Bush debería poner orden en las opiniones
dispares sobre el nuevo orden mundial que suenan a su alrededor. Francia, por su
parte, ha de aceptar que no puede aspirar a convertirse en el antagonista de EE
UU y que la mejor manera de garantizar su seguridad es con una mayor integración
europea y un atlantismo convencido. Es el momento de que Jacques Chirac facilite
que la ONU desempeñe un papel relevante, pero no exclusivo, en la reconstrucción
de Irak. Lo que une a ambos países occidentales es mucho más de lo que los
separa.