LA INVENCIÓN DE LA INSATISFACCIÓN AUTONÓMICA

 

 

  Artículo de EDURNE URIARTE Catedrática de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco en “ABC” del 30.08.2003

Una buena parte de los problemas políticos surgen de la sociedad, y los políticos se limitan a entenderlos, a asumirlos y a intentar resolverlos. Pero a veces son los propios líderes los que crean un problema, porque su estrategia partidista lo necesita o lo provoca. Y el de la supuesta necesidad de reformar los Estatutos que plantea el PSOE es de ese segundo tipo.

Porque, veamos, ¿dónde está el problema ciudadano de la insatisfacción con el Estado de las Autonomías y con los actuales Estatutos? ¿Cuál es el clamor popular que exige su reforma? ¿Qué profunda aspiración social de los españoles pretende satisfacer el Partido Socialista con sus confusos planes de reforma de los Estatutos?

La respuesta a las preguntas anteriores es abrumadoramente sencilla. Porque el clamor popular para la reforma de los Estatutos no está en ningún sitio. Lo dicen las numerosas encuestas de todo tipo y origen que se han hecho sobre el modelo autonómico, lo muestran los ciudadanos en la calle. Los Estatutos de Autonomía no constituyen un problema para la inmensa mayoría de los españoles. Lo preocupante para esa inmensa mayoría es la actitud nacionalista que quiere romper con esos Estatutos y que se niega sistemáticamente a aceptar el Estado de las Autonomías.

¿Cómo entender, por tanto, esta asunción socialista de lo que es el punto de vista sobre los Estatutos inspirado por los nacionalistas, es decir, por una minoría de los españoles que ni siquiera constituye una mayoría clara en sus regiones de implantación? Porque éste es el problema estructural de la reforma de los Estatutos pretendido por el PSOE, que generaliza entre los españoles una aspiración que es básicamente de los nacionalistas y convierte en problema nacional lo que es exclusivamente un objetivo nacionalista.

Entonces, ¿por qué lo plantea el Partido Socialista? Por tres razones que agravan aún mucho más la preocupación que a muchos nos suscita esta estrategia: la razón Maragall, la razón nacionalista y la razón PP. La razón Maragall es la de la debilidad de liderazgo que existe en este momento en el Partido Socialista: ante la falta de un liderazgo nacional que oriente al partido en el conjunto de España, se impone el liderazgo de Maragall. Porque el proyecto de reforma de los Estatutos del PSOE es en primer término una incorporación de las tesis de Maragall, hasta ahora limitadas al PSC, al conjunto del PSOE. Lo que era el proyecto para Cataluña se extiende a otras federaciones socialistas que descubren ahora que también están insatisfechos con sus Estatutos o que, como diría Montilla, deben defender los «intereses nacionales» de sus respectivas autonomías.

Pero la segunda razón, la razón nacionalista, es, sin duda, la más grave. Porque si el PSOE asume una parte de las tesis nacionalistas es porque cree que eso resolverá el problema nacionalista. Y es aquí donde hay un profundo error de análisis que invalida completamente la posible utilidad política de las propuestas socialistas.

Porque una parte de los dirigentes socialistas piensa aún en los mismos términos que en la Transición y persiste en la idea de que si en España tenemos un problema nacionalista es porque no hemos sabido responder adecuadamente a sus demandas. Esta es la tesis que ha defendido estos últimos meses Rodríguez Zapatero, por ejemplo, en el debate sobre el estado de la nación, cuando ha dicho que la radicalización nacionalista se ha producido con los gobiernos del PP, es decir, que la radicalización nacionalista es culpa del PP.

No sé si lo anterior es una incapacidad para entender la naturaleza del nacionalismo o simple tozudez en la negación de los hechos que desmienten radicalmente la tesis de la provocación exterior de la radicalización nacionalista. Porque la radicalización de CIU se ha producido precisamente en un contexto de relaciones notablemente positivas con los populares. Y, por el otro lado, en el País Vasco, son los nacionalistas los que rompen con el PSE tras largos años de esfuerzos socialistas por la integración y se van de la mano de Batasuna. No los expulsa ni los rechaza el PSE. Ocurre exactamente al revés.

Es sorprendente que a estas alturas haya tanta gente que no entienda que el nacionalismo ha agotado todas sus reivindicaciones clásicas y que sólo una huida hacia el independentismo le permite mantener su diferenciación con los partidos constitucionalistas y sus posibilidades de mantener el inmenso poder que controla en sus comunidades. La radicalización nacionalista tiene una explicación interna y no externa.

Pero el error del análisis socialista se agrava aún más cuando del diagnóstico pasa a las recetas para la solución. Porque el PSOE piensa que sus propuestas de reformas de Estatutos satisfacen al menos parte de las aspiraciones nacionalistas. Y esto es radicalmente falso. El problema de la propuesta socialista no es sólo que no surja de ninguna aspiración ciudadana extendida, sino que, además, no sirve en absoluto para satisfacer a los disconformes, a los nacionalistas.

Al PNV o a EA, y también a CIU, la reforma del Senado o la participación de las autonomías en la UE les da exactamente igual. Eso no satisface ni lejanamente sus más profundas aspiraciones. El Plan Ibarretxe aspira a la soberanía para el País Vasco, al derecho a la independencia, por lo que todo proyecto que respete la unidad de España no le ofrece el más mínimo interés. Y CIU quiere lo que es una independencia en la práctica, no la integración de las distintas comunidades en el Senado.

Y nos queda la tercera razón, la razón PP. Porque, además, el PSOE ha ideado este discurso y estrategia para ofrecer lo que considera un modelo alternativo al PP. Frente a la defensa del actual modelo de Estado de las Autonomías, el PSOE propone el cambio. Esta es probablemente la razón más eficaz desde el punto de vista electoral: «nosotros nos movemos, el PP no. Somos un partido dinámico, abierto a los cambios, el PP no». Esto, unido a la alimentación de la esperanza de la resolución del problema nacionalista, sostiene la justificación interna de esta estrategia.

El problema es que este discurso se ve obligado a una profunda distorsión del sentido del Estado de las autonomías y del sistema político construido en la transición. Porque identifica ese sistema con el centralismo y pretende hacer creer que la «España plural» es lo que está por venir, que el sistema autonómico que ya tenemos ni refleja ni respeta la España plural.

Y he aquí que ya no sólo tenemos la invención de un problema inexistente, la insatisfacción con los Estatutos, sino el falseamiento y la deslegitimación del modelo político que construimos con tanto esfuerzo. Uno de los estados más descentralizados del mundo es convertido por arte de magia en centralista y la pretensión de fortalecerlo en involución. Todos los españoles somos obligados a volver a veinticinco años atrás, allí donde los nacionalistas, especialmente los vascos, se quedaron y pretenden volver a llevarnos a los demás.