EUSKADI 2003

Artículo de ANTONIO ELORZA en "El País" del 17-10-02

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense.

El formateado es mío (L. B.-B.)

El próximo año, el 25 de noviembre, se conmemora el centenario de la muerte de Sabino Arana Goiri, el fundador del Partido Nacionalista Vasco. Su figura fue objeto desde muy pronto de una sacralización visible tanto en las publicaciones de sus discípulos y seguidores como en las peregrinaciones anuales a la tumba en el cementerio de Sukarrieta, si bien la evolución política del partido hizo que cada vez más la invocación de 'la pureza doctrinal' del legado del fundador se convirtiera en piedra arrojadiza contra los planteamientos autonomistas. Su prestigio, no obstante, permaneció intacto. La fortuna cambió a partir de la guerra civil, y sobre todo después de 1945. Un aspecto central de la doctrina sabiniana, el racismo, pasaba a resultar incompatible con las concepciones democráticas dominantes en una Europa occidental recién salida de la pesadilla nazi. Ante el nuevo panorama, el PNV mantuvo el culto a Sabino en su calidad de descubridor de la idea central de que 'Euzkadi es la patria de los vascos', con su retrato presidiendo los batzokis a modo de santo patrón del chiquiteo abertzale. Por su parte, los retoños de ETA, inspirándose en el Vasconia de Krutwig, prefirieron distanciarse formalmente de tan arcaico personaje, al mismo tiempo que asentaban la discriminación en la lengua y no en la raza, lo que en definitiva no alteraba mucho el censo de excluidos. De las ideas de Sabino Arana se ocuparon, nos ocupamos, los historiadores, con el objeto de buscar una explicación simultánea de las características del nacionalismo vasco originario y de la continuidad de las mismas en sus herederos políticos. Y el resultado de las investigaciones no tuvo nada de arqueología política.

La razón es que el sabinianismo, o el 'aranismo' como otros prefieren llamarle siguiendo a Krutwig, sigue vivo en ambas ramas de la comunidad nacionalista. Según ocurre en tantos otros procesos ideológicos, un antecedente incómodo resulta borrado de la superficie de la comunicación, pero sus contenidos se mantienen vigentes. Sabino Arana había logrado una síntesis muy coherente de los mitos políticos del fuerismo, pureza de sangre incluida, dando forma a un planteamiento maniqueo que habilitaba a los grupos autóctonos para expulsar los conflictos propios de la modernización al designar un chivo expiatorio sobre quien recaían todas las culpas. No inventó la xenofobia ni el racismo, sólidamente asentados en la Vizcaya del Antiguo Régimen y ahora, a fines del siglo XIX, más activos que nunca por los cambios demográficos de la industrialización: les convirtió en una fórmula política de extrema sencillez. Vizcaya primero, Euzkadi luego, estaban en riesgo de desaparición por el contacto y la dependencia política de un pueblo racialmente inferior y agente de degeneración, los españoles. De ahí la proposición capital: aquí Euzkadi, fuera España. Esa pretensión se apoyaba en el mito fuerista de la indemostrable 'libertad originaria', violada por España en 1839, al someter los fueros al ordenamiento constitucional. Entonces acabó la independencia que resulta necesario recuperar, por la violencia si es posible, o de acuerdo con el pragmatismo ignaciano, por cualquier otro medio. Para cerrar el círculo, esa misión no es solamente política, ya que Euzkadi se perdía para Dios al contacto con España. Era, pues, una causa sagrada y abarca un territorio asimismo cargado de sacralidad, por ser el espacio imaginario propio de un sujeto cuya identidad racial está por encima de la historia, el pueblo vasco. El PNV era, más que un partido, el instrumento para que fueran alcanzados los fines de una religión política.

La vigencia de este pensamiento mítico constituye la base de la propuesta puertorriqueña de Ibarretxe y en particular de su intención declarada de llevarla adelante por encima de todos los 'vetos', léase oposiciones políticas y obstáculos derivados del Estatuto y de la Constitución. Cuando declara respetar el Estatuto, es sin duda por ejercer su magistratura en función del mismo, no porque la pretensión de articular un poder constituyente vasco tenga cabida en su espíritu o en su letra. El órdago sólo se justifica, en los términos de su discurso del 27 de septiembre, al existir un personaje suprahistórico en una y otra vertiente de los Pirineos, de Bayona a Laguardia, de Mauleón en Soule a las Encartaciones en Vizcaya, 'el Pueblo Vasco' con mayúsculas, el cual, a pesar de que nunca constituyó una unidad política ni es hoy homogéneo políticamente y menos nacionalista, posee 'identidad propia en el conjunto de los Pueblos de Europa', y es depositario de un 'patrimonio histórico, social y cultural singular'. Y de esta mentira podrida en el plano político Ibarretxe deduce un derecho ilimitado de autodeterminación.

A la identidad nacional, y al sentimiento de pertenencia consiguiente a la unidad vasca así constituida a partir del mito no se le pueden poner puertas: 'Va más allá de normas jurídicas o de fronteras políticas', 'ni se pueden prohibir por decreto, ley o constitución (con minúscula) alguna'. De ahí que todas las violaciones legales estén permitidas para la puesta en práctica de un proyecto que no toma como base a los ciudadanos realmente existentes, nacionalistas y no nacionalistas en su conjunto, sino al famoso 'Pueblo Vasco' sabiniano, entidad 'milenaria' (lo que siempre se dice cuándo falta la base documental) y que 'forma parte de Europa desde los albores de la historia' (sic). El pequeño dato de que de manera mucho más concreta forma parte de España y de Francia desde hace muchos siglos resulta lógicamente olvidado por Ibarretxe, porque lo importante para nuestro buen sabiniano es que el pueblo vasco es portador de una 'soberanía originaria' que puede actualizar cuando lo desee, o dicho en plata, en la forma, tiempo y modo, y con el contenido que fije el portavoz autodesignado de la creencia mítico-religiosa: el Gobierno nacionalista. Ante tan sagrada finalidad, nada importa que salten por los aires las instituciones y el propio Estado democrático, ni que haya que integrar como parte sustancial del plan a los partidarios del crimen político, vascos auténticos al fin, marginando a más de la mitad de los ciudadanos de Euskadi. La meta fijada por Sabino Arana ha de ser alcanzada por encima de todo.

Ahora bien, si las bases históricas del plan Ibarretxe tienen un rigor parecido al de un tebeo de Asterix con ropaje fuerista, el citado pragmatismo ignaciano hace aconsejable vestir de seda a la mona y hacerla presentable. Para los electores a manipular, porque el engaño del Estado Libre Asociado se vende mucho mejor que la independencia, a pesar de que Arzalluz y los abertzales de Altube destapen de inmediato el tarro. Para la opinión pública española, porque eso es 'federalismo asimétrico', no separatismo. Y sobre todo para poner un pie en Europa a partir de esa cosoberanía a la que se llega desde un ejercicio pleno de soberanía euzkadiana sin admitir 'veto' alguno y arrancando de asumir unilateralmente competencias cuyo coste se descontará del cupo también por sí y ante sí. El menú político fijado por Ibarretxe para el falso Puerto Rico tiene la virtud de ser claro: autogobierno político pleno, poder judicial exclusivamente vasco, competencia exclusiva en cultura, lengua y educación, y selecciones propias (es decir, ruptura simbólica total con España), ámbito sociolaboral propio, amén de la soberanía fiscal ya lograda. Y sobre todo, presencia directa en Europa, para que el siguiente paso político, si tal puede llamársele, carezca del menor riesgo. Luego llegará el tiempo del irredentismo, porque el acuerdo tampoco podría detener al 'Pueblo Vasco' en marcha: la proyección del plan sobre Navarra y sobre el País Vasco francés no ofrece espacio para la duda. No parará hasta conseguir el '¡zazpiak bat!', la unidad de las siete provincias vascas, lema que decora la vistosa camiseta de Joseba Egibar en una reciente fotografía.

La opción no se da, pues, en términos de aspiraciones nacionales de los vascos frente a rigidez centralista, sino de independentismo y lógica de exclusión definidas como lo hiciera Sabino Arana frente a orden democrático. Resultaría perfectamente lícito que un partido nacionalista pusiera en marcha un proceso de secesión, siempre que su espacio político no viviera bajo el imperio del terror y se ajustara a la cadena de reformas estatutarias y constitucionales para alcanzar el ejercicio de una autodeterminación hoy del todo ilegal. Constituye en cambio una gravísima responsabilidad política, ante todo ignorar las posiciones políticas de esos ciudadanos vascos en las encuestas que Ibarretxe cita cuándo le conviene, así como el enorme precio que todos podemos pagar por una desestabilización de la democracia en España y en Euskadi. Ibarretxe, cerril en sus determinaciones y en su ignorancia deliberada de la historia vasca, va a intentarlo con la colaboración además del sector nacionalista vinculado al terror, jugando además de forma descarada con el engaño. El riesgo, tanto para Euskadi como para el conjunto de España, se nos antoja excesivo.