PREGUNTAS A CONTRACORRIENTE

Artículo de JESÚS FERRERO en "El Correo" del 15-2-03

La mayoría de los ciudadanos no quiere la guerra. Normal y evidente. La alternativa, sin embargo, no es paz o guerra, sino cuál es el mejor medio para asegurar la paz. Yo tampoco quiero la guerra, pero no comparto la idea de que sólo hay una forma de ser pacifista, de querer evitar eficazmente la guerra. Y por eso creo que es importante analizar la argumentación que se ha ido formulando para fundamentar la voluntad pacifista y plantear algunas preguntas a contracorriente. Los problemas son más complejos de lo que a primera vista parecen, y pienso que dejar de lado la complejidad y reducir todo a la voluntad de paz o de guerra es, quizá, una forma de permitir que los conflictos cargados de violencia perduren.

Se habla casi exclusivamente de guerra contra Irak, pero la guerra, de haberla, será contra Sadam Hussein. Todo el mundo, o casi, está de acuerdo en que se trata de un dictador y genocida, aunque tengo la impresión de que muchos no están dispuestos a hacer nada efectivo para que deje de serlo. Los ejes de la argumentación giran en torno al derecho internacional, el respeto a la ONU y sus mecanismos de decisión, la coherencia de la argumentación de EE UU, las verdaderas razones de la posible guerra contra Sadam Hussein, y también, colateralmente, en torno al papel de EE UU en el concierto mundial. En cada uno de estos ejes es posible y necesario formular preguntas a contracorriente. Y hacerlo en nombre de la paz.

No es posible atacar a Sadam Hussein sin un mandato explícito de Naciones Unidas, se dice. Se olvida que la intervención de la comunidad internacional en Kósovo se llevó a cabo sin mandato expreso de la ONU, pues se sabía que Rusia impondría su veto. El Ejército alemán está en Kósovo, sin mandato explícito de la ONU. A pesar de los augurios que decían que Bush iría a la guerra sin recurrir a la ONU, acudió a la ONU -y pocos han rectificado su profecía y lo que implicaba-, y ésta dictó la resolución 1.441: Sadam Hussein tiene que demostrar no contar con armas de destrucción masiva, no a la inversa -aunque la mayoría lo hayamos olvidado y argumentemos invirtiendo los términos-; si miente u oculta -lo cual es una certeza ya-, se le amenaza con consecuencias graves.

¿En qué pueden consistir esas consecuencias graves partiendo como partimos de una situación de embargo y de control y exclusión aéreos, y si, como argumentan muchos, la resolución 1.441 no implica permiso para atacar a Sadam Hussein? ¿Qué puede significar de manera efectiva la petición de que los inspectores tengan más tiempo, eliminando así la posibilidad de la guerra, si lo que ha forzado la presencia de los inspectores ha sido precisamente la amenaza de la guerra, y sin ella no hubieran podido volver nunca? ¿Cuál puede ser la efectividad de su trabajo si se descarta cualquier intervención armada? ¿Quién y cómo responderá de su efectividad o de su no efectividad y de las consecuencias que se pudieran derivar de ello?

¿Quién debilita a la ONU: Sadam Hussein con el incumplimiento de años de las resoluciones de Naciones Unidas, quienes piden que se hagan cumplir dichas resoluciones, quienes han estado llevando a cabo lo marcado por Naciones Unidas durante estos más que diez años, con las críticas de muchos que ahora confían en medidas análogas, quienes, como el canciller alemán, dicen que, decida lo que decida la ONU, Alemania no va a participar en ninguna acción bélica?

Si la ONU debe ser algo así como un gobierno mundial es preciso plantear algunas preguntas básicas. ¿Cómo se configura el monopolio legítimo de la fuerza física, base y fundamento del Estado de Derecho, en el caso de la ONU-gobierno mundial? ¿Por qué, si en un Estado existe policía, existen cárceles, código penal, represión y persecución del delito, a nivel internacional sólo debe existir la diplomacia, que debe prevalecer sobre todo lo demás, a partir de una renuncia previa al ejercicio de la violencia?

Da la impresión, escuchando a algunos líderes políticos que hablan de que ninguna guerra es ni puede ser legítima, de que ninguna guerra es inevitable, de que el problema de la maldad del ser humano se acaba en las fronteras de cada Estado, pero cuando la política se vuelve internacional el monopolio legítimo de la violencia ha perdido su virtualidad.

Una cuestión más relacionada con la ONU: no todas las resoluciones del Consejo de Seguridad poseen la misma calidad. Las del capítulo seis son resoluciones que recomiendan a dos o más países en conflicto que busquen un acuerdo entre ellos. Las del capítulo siete se refieren a un país sólo y le exigen que haga algo bajo amenaza de intervención de fuerza. Las referidas a Israel y Palestina son de las primeras, las referidas a Sadam Hussein son de la segunda categoría. Convendría recordarlo.

En la argumentación pacifista se ha acuñado la frase 'blood for oil', sangre por petróleo. La frase implica que en los planteamientos de EE UU el peso no lo lleva ni la defensa de los valores, ni la defensa de la libertad, ni la búsqueda de un mundo más seguro. Lo único que busca EE UU es hacerse con el control de las reservas petrolíferas de Irak, se dice. La cuestión no radica, sin embargo, en decidir si el petróleo juega o no un papel en el conflicto: por supuesto que sí. La cuestión radica en si la oposición sangre-petróleo es, en su simplicidad, adecuada para describir la situación.

En primer lugar, las reservas de petróleo de Irak y su uso no afectan sólo a EE UU, sino también a Europa, al mundo llamado libre, en definitiva a la economía mundial. En segundo lugar, hoy por hoy, el margen de maniobra sobre el precio del crudo está en manos de Arabia Saudí por su capacidad de producción y por sus reservas. En tercer lugar Arabia Saudí y su capacidad de financiación están estrechamente relacionados con Osama Bin Laden y Al-Qaida. En cuarto lugar, es de interés general contar con una posibilidad real y efectiva de reequilibrar el poder de control sobre los márgenes de maniobra del precio del crudo. Y en quinto lugar es también de interés general estar en situación de ejercer presión sobre la capacidad financiadora de la red Al-Qaida.

Entre el petróleo, su precio, el abastecimiento de la economía mundial, el control sobre la producción y los valores que deben regir las relaciones internacionales no existe una simple relación de oposición, sino una complicada, gradual y compleja relación de implicación y contraposición. Además, es difícil de entender cómo se puede argumentar desde el simple pacifismo al mismo tiempo con el argumento de la contraposición entre sangre y petróleo, y la afirmación de que la guerra contra Saddam Hussein implicará graves daños a la economía mundial, pues ¿de qué serviría hacerse con el control de los pozos de petróleo si es a costa de una recesión enorme de la economía? Parece una contradicción bastante evidente.

Se argumenta, por fin, con la falta de coherencia de EE UU en sus políticas diversas frente a Sadam Hussein y frente a Corea del Norte. Pero el ergumento se puede invertir: para que Sadam Hussein no llegue a estar en las condiciones a las que ha llegado a estar Corea del Norte, es preciso actuar con firmeza a tiempo.

El derecho internacional se basa en la existencia de Estados nacionales dotados de soberanía total en su interior y sujetos en el exterior a la relación de fuezas del sistema de Estados nacionales. Pero, como ha escrito alguien, el terrorismo mundial es la privatización de la guerra. Esa privatización de la guerra -colocarla fuera del ámbito del derecho internacional- se lleva a cabo no sin la connivencia de algunos Estados. El derecho internacional y la ONU no responden a esta nueva situación. Los problemas se han vuelto extremadamente complejos.

Es preciso rechazar la terminología religiosa maniquea de Bush. Hace falta buscar y formular las bases de unas nuevas relaciones internacionales. El hecho de que sólo EE UU sobreviva como superpotencia se debe a sus propios esfuerzos y a la incapacidad, desidia e irresponsabilidad de los demás, especialmente de los europeos, y no sólo por la falta de unidad, sino por la falta de una política de defensa creible. Y tan peligroso como el lenguaje seudorreligioso de Bush es la creencia, también religiosa, de muchos europeos de que él es la encarnación del mal, constituyéndolo en chivo expiatorio de todos los pecados.

Ojalá se pueda evitar la guerra y sea posible el desarme del régimen de Sadam Hussein sin tener que recurrir a la fuerza. Pero considero tremendamente arriesgado dar pábulo a la creencia de que ello es posible, de que la paz en esa región es posible, de que es posible el fortalecimiento de la ONU, del derecho internacional, a coste cero, sin esfuerzo de ninguna clase. Equivocaciones de este tipo han estado en la fuente de gravísimas tragedias no tan lejanas en el tiempo.