EL DEBATE AUTONÓMICO EN EL PSOE

 

  Artículo de Fernando Jáuregui en “Diario Directo” del 29-8-03.

 

Los socialistas, que se reúnen este sábado en un Consejo Territorial que ellos insisten en que tiene carácter de "ordinario", pero que tiene mucho de extraordinario, han aportado ya, al menos, un documento. Por lo que sabemos de él -en el PSOE no se han podido resistir a filtrarlo al periódico amigo, con lo que el efecto sorpresa de la reunión en Santillana del Mar se diluye algo-, contiene algunas aportaciones interesantes. Y es la primera reflexión política medianamente seria que se realiza mientras afloran los 'planes Ibarretxe', los inventos estatutarios de Mas, las sorpresas eurorregionales de Maragall y se extiende un cierto descontento general ante la marcha del Estado de las autonomías diseñado en 1977 para salir apresuradamente del mapa elaborado por Javier de Burgos a comienzos del siglo XIX, entroncando el diseño territorial, en cambio, con los experimentos republicanos iniciados, o mejor acrecentados, en 1932.

Que España necesita una reflexión sobre la marcha del Estado casi similar a la de 1977-78, pero ahora buscando fórmulas más originales, salta a la vista: hay que conseguir que los nacionalismos se sientan cómodos en el diseño de España como Estado y, claro, como nación. Si ello implica alguna reforma constitucional, habría que comenzar a estudiarla. La Constitución como arquitrabe legal intocable podría ser la peor cuña en contra de esta carta magna de la que ahora se cumplen veinticinco años y que tantos servicios nos ha rendido y ha rendido a la convivencia nacional. Ahora podría ser al contrario, y la intransigencia mostrada por
Aznar -por el último Aznar- en contra de cualquier cambio, por mínimo que sea, puede resultar contraproducente antes que beneficiosa para preservar las esencias de esta Constitución que necesita, sin duda, algunos ajustes.

En ese sentido, puede que el texto que va a surgir este sábado del Consejo Territorial socialista, al que asisten
Zapatero y los 'barones' territoriales, sea, incluso, tímido. Pero significa un avance, tanto en lo que se refiere a la posibilidad de reformar estatutos de autonomía como en la reflexión de incardinar -y Maragall no ha ido mucho más allá de esto, aunque sus planteamientos se hayan desorbitado exageradamente- las autonomías en algunos órganos europeos. No resuelve este texto, al que hay que considerar como base para una discusión más a fondo, el problema de las 'diferencias' entre vascos, catalanes y el resto de España, ni acaba de definir en qué consiste el federalismo que el PSOE predica y que siempre ha sido una de sus señas de identidad, por más dormida que esta seña estuviese hasta ahora.

Cierto que el PSOE ha mostrado muchas incoherencias en su trayectoria autonómica, y que nadie ha sabido encauzarlas hasta ahora. Cierto igualmente que las controversias se han vulgarizado y minimizado, presentándolas, por ejemplo, como un mero debate entre
Bono, o Vázquez, y Maragall, o Patxi López. Y no es eso: hay incoherencias y diferencias, sí, pero son, en verdad, las incoherencias que se aprecian en muchas facetas del Estado español, en tantas conductas políticas, en cuántos programas ideológicos. Negar las contradicciones con un "Santiago y cierra España", abominando incluso del proceso de reforma del Senado para tratar de convertirlo en una cámara territorial, un proceso que el PP antes abanderaba y que ahora rechaza, va a servir de bien poco.

Así que, con todas sus limitaciones, insuficiencias, circunloquios y hasta oportunismos (sí, que ahora vienen las elecciones catalanas que Maragall tiene que ganar; y, aunque algunos destacados socialistas, pensando en el voto casero, le critiquen, la dirección federal del PSOE tiene que colocarse a su lado), con todo, hay que saludar este cónclave de los socialistas. Han mostrado no poco valor al convocarlo en estos momentos de tribulación, en los que, teóricamente, según la máxima ignaciana, nadie debería hacer mudanza. Por mucho que ellos traten de minimizar su importancia, temerosos de la coyuntura que vivimos, lo cierto es que este encuentro de Santillana del Mar, del que esperemos que surja, al menos, un texto con voluntad de irse consolidando, constituye nada menos que un primer paso para abordar el problema de la vertebración de España, de la unidad de un país en el que el sentido del Estado no está siempre tan presente en las conciencias como debería de estarlo.