GLOBALIZACIÓN DEL TERROR
Artículo de LLUÍS FOIX en "La Vanguardia" del 14-10-02
El terror globalizado nos ha convertido a todos en potenciales víctimas.
Un loco mantiene aterrorizada a la población de Washington matando absurdamente
a ciudadanos en cuentagotas. En la pacífica Helsinki un súbdito finlandés se
suicidó causando una matanza indiscriminada. Un barco francés ha sido objeto
de un atentado en Yemen y el fin de semana nos ha sobresaltado con el terrible
atentado de Bali.
No estamos ante un fenómeno concreto, limitado a un país o a sociedad
concreta. El terrorismo internacional existe y actúa indiscriminadamente con
una supuesta coordinación en la mayoría de los casos. Una amenaza incierta se
cierne sobre la sociedad global, más informada que nunca, más interrelacionada
que en ninguna otra época de la historia, más segura de si misma, más
próspera y en general más libre.
Sabemos mucho más sobre todo. Y, sin embargo, somos incapaces de identificar a
un movimiento organizado que sacude a nuestras sociedades desde dentro o
actuando desde fuera con plena impunidad. La globalización tiene ventajas
incuestionables. Pero es como un caballo desbocado que actúa sin límites
jurídicos ni barreras políticas.
Los terroristas suicidas del once de septiembre actuaron desde dentro de la
sociedad americana, utilizaron sus aviones, el pasaje occidental, las tarjetas
de crédito habituales, incluso las torres que destruyeron eran uno de los
símbolos y prodigios de nuestra civilización.
Estamos dentro de un orden internacional nuevo que actúa dentro de las hormas
del viejo sistema de estados nación. El enemigo ya no está dentro de fronteras
conocidas. Se encuentra navegando en paralelo utilizando nuestros propios
instrumentos para obtener sus fines destructivos. Cuando Marx escribió el
Manifiesto Comunista en 1848 denunciaba a las monarquías y a las repúblicas
burguesas y proponía la nueva legitimidad del proletariado. Fue la Unión
Soviética la que se encargaría de articular el nuevo orden con la lucha de
clases. El experimento no acabó bien. Fue un desastre. De vuelta a la antigua
legitimidad nos encontramos en un mundo en el que el progreso, la libertad y el
orden están en manos de Occidente y muy en particular de Estados Unidos.
Esta hegemonía liderada por el presidente Bush ha originado una teoría
política que se ejerce desde Washington y que determina qué país es peligroso
o qué país representa un peligro potencial. En consecuencia se dispone de todo
el poderío militar, económico y político para desactivarlo o destruirlo.
Pero el terrorismo no queda neutralizado como estamos comprobando con tristeza
estos días. La dominación militar del mundo no es una garantía para la
seguridad internacional. El momento es delicado y muy grave. No es una cuestión
de fuerza sino de cultura. La historia demuestra que aquellos que valoran más
la vida que la muerte acaban imponiéndose. Pero en el camino queda mucho
sufrimiento. Hay que detectar el mal, las raíces de esta cultura de
destrucción, y atacarlo con todos los medios además de los militares. Si no
sabemos quien es el enemigo difícilmente se podrá destruirlo.