OTRA ESPAÑA POSIBLE

 Artículo de LLUÍS FOIX  en “La Vanguardia” del  23/07/2004

 Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

Con un muy breve comentario al final, a desarrollar en días posteriores: LA ESPAÑA POSIBLE Y LA IMPOSIBLE (L. B.-B., 25-7-04, 13:30)

 


No sé hacia dónde conducirá el cambio político que está viviendo España después de las últimas elecciones municipales, autonómicas y generales. Lo que es cierto es que el panorama ha cambiado. Hemos pasado de una España única en la que sólo cabía una idea motriz, sólida y constitucional, una España en la que sólo podía vivirse con una cierta comodidad si se seguían los parámetros que un Aznar muy seguro trazaba para todos los españoles. Una España sin matices, sin claro oscuros, sin desviaciones periféricas. Una España en la que su grandeza había que buscarla en su homogeneidad.

La Constitución de 1978 fue un acuerdo explícito para superar las viejas pugnas entre un concepto centralista y jacobino y otro más abierto y plural en el que las distintas sensibilidades históricas, culturales y lingüísticas pudieran encontrar acomodo. Uno de los éxitos de los últimos veinticinco años ha sido precisamente el articular una nueva realidad que se materializó en la España de las autonomías. El país ha crecido en todos los campos en buena parte porque las decisiones se han tomado en los ámbitos municipales y autonómicos.

Esta idea la neutralizó Aznar en su último mandato al combatir el terrorismo etarra, con bastante éxito por cierto, introduciendo el factor nacionalista vasco como uno de los soportes sociales de la banda terrorista. El nacionalismo fue considerado como enemigo de la libertad y, en consecuencia, como un estorbo para el progreso de España. Aznar acabó sus días en la Moncloa sin hablarse con el gobierno vasco, sin pagar la deuda a los andaluces y rompiendo las relaciones con el nacionalismo de Pujol.

El Partido Popular sostiene que la matanza del 11-M en Madrid dio la victoria a los socialistas. Los que cambiaron el gobierno fueron los españoles que acudieron a votar en mayor proporción y que también estaban cansados de la idea uniforme que Aznar había impuesto a los españoles en los últimos cuatro años.

La llegada de Rodríguez Zapatero al poder, con un gobierno que no cuenta con mayoría en el Congreso, ha supuesto la introducción de un nuevo concepto de las relaciones de interdependencia entre los españoles. No sé el éxito que va a tener esta nueva orientación política en un país en el que la pugna entre el centro y la periferia ha sido una de las desavenencias constantes desde la Guerra de Sucesión.

Pero el cambio se ha producido. Es cierto que Zapatero es presidente en buena parte debido al apoyo de los socialistas andaluces y catalanes. Un partido como el PSOE, tan jacobino y tan centralista históricamente, parece que ha escogido una deriva que en buena parte es idea del federalismo de Maragall y de la España plural que otros barones socialistas han asumido.

Ver a Zapatero recibiendo a Rodríguez Ibarra, a Maragall y a Iglesias en la Moncloa con las banderas de Extremadura, Catalunya y Aragón al lado de la española es todo un símbolo. Cuando Maragall asegura que él representa y es el Estado en Catalunya, entre otras cosas porque lo dice la Constitución, viene a decir que Catalunya no quiere irse de España sino que quiere colaborar con ella para hacerse así más fuerte y más segura de si misma.

El catalanismo de Maragall no es independentista sino interdependentista. Y no sólo con el resto de las comunidades autónomas ibéricas sino también con el Languedoc y el Rosellón, la Lombardía y el Midi francés. Las fronteras entendidas como límites entre estados, queramos o no, van a ir desdibujándose para dar paso a realidades que interesan a gentes que comparten muchos intereses e inquietudes.

España debe entender que esta puede ser una salida viable que la haría más fuerte y no más débil. Y haría también más llevable para todos el hecho de pertenecer a un mismo estado, con una lengua común, pero también con las lenguas particulares. Con historias y culturas propias pero complementarias. La España plural puede parecer una quimera o una fantasía. Pero es posible. Quizás es la única posible.

 

 MUY BREVE COMENTARIO, A DESARROLLAR EN DIAS POSTERIORES: LA ESPAÑA POSIBLE Y LA IMPOSIBLE (L. B.-B., 25-7-04, 13:30)

 

La España posible es la configurada en la Constitución española de 1978, complementada mediante las reformas constitucionales necesarias para actualizarla después de 26 años de desarrollo autonómico y europeo. Pero existe una España imposible que es la que están reclamando algunos con ideas tales como la soberanía para las nacionalidades, el Estado asociado, la independencia o la confederación de las nacionalidades históricas con el Estado.

Los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos,  y quienes les siguen, ya han superado la Constitución del 78 y están demandando una España imposible que rompe el acuerdo constitucional del 78 y pretende un cambio de régimen para el país. Un cambio de régimen apoyado en ideas anacrónicas e inconstitucionales sobre asimetrías constituyentes, concepción de España, el Estado español y las "naciones", privilegios económicos insolidarios, y vaciamiento de los elementos estructurales esenciales del Estado y del poder constituyente del pueblo español.

Con estas demandas se están haciendo inviables la España posible y la imposible que ellos demandan.

Volvemos a las andadas, a causa de la cerrazón fundamentalista de los nacionalistas vascos y a la falta de sentido de Estado y espíritu pueblerino victimista de sectores importantes del nacionalismo catalán. Uno tenía la esperanza de que las élites del nacionalismo periférico hubieran asimilado los cambios de la realidad social producidos durante el siglo XX en el conjunto de España, pero el bloqueo perceptivo es tal que la sensación de peligro se acentúa, aunque uno no se resigna a adoptar la posición desesperanzada de Ortega. El pueblo ha cambiado, las que están bloqueadas por fundamentalismos, victimismos y particularismos son las élites políticas de estas  sociedades,  que han hecho de la necedad virtud. Por eso, una tenue esperanza late por debajo de la decepción producida con posterioridad a la recuperación de la democracia.

Léanse el informe de hoy 25-7-04 de Josep M. Sória en "La Vanguardia" sobre las opiniones de Azaña en el exilio.