TERRORISMO GLOBALIZADO

Artículo de Lluís Foix en "La Vanguardia" del 25-10-02

Con un comentario al final

Luis Bouza-Brey

 

El terrorismo internacional es una inquietante realidad que sacude a víctimas inocentes en Indonesia, Rusia, Estados Unidos y Europa. No tiene fronteras. Las dos grandes potencias en tiempos de la guerra fría son estos días escenarios de ataques de grupos organizados o de individuos que matan por causas absurdas o por reivindicaciones políticas de procedencias antiguas.

Moscú y Washington han sufrido los zarpazos de las acciones terroristas impensables hace unos diez años. Se ha declarado una guerra internacional contra el terrorismo y los terroristas están respondiendo internacionalmente. El fenómeno guarda una cierta semejanza con el anarquismo de hace más de cien años. La diferencia es que los atentados que costaron la vida a Cánovas del Castillo, al rey de Italia, al archiduque Fernando José en Sarajevo, al líder socialista francés Jaurès o a Eduado Dato eran acciones concretas llevadas a cabo por individuos particulares que se ejercitaban macabramente en el arte del magnicidio por razones muy variadas.

El terrorismo de la era de la globalización se ha socializado. Se asesina en serie, se matan a centenares o miles de víctimas y se perpetran estos crímenes por organizaciones internacionales en nombre de ideas y de sistemas que no quieren subvertir el orden establecido en un país concreto sino que pretenden cambiar el orden mundial. La amenaza es ciertamente peligrosa. Tanto por su magnitud como por la imposibilidad de detectar y destruir estos núcleos de terror que alientan y organizan, desde dentro de nuestras propias sociedades, atentados y secuestros masivos.

Los escenarios del terrorismo se confunden con luchas nacionales y con reivindicaciones históricas de carácter étnico, religioso y cultural. Lo vemos en la latente guerra civil entre cristianos y musulmanes en Sudán, entre Armenia y Azerbaijan, en las fratricidas confrontaciones en los Balcanes y en los choques étnicos y religiosos en los antiguos territorios de lo que fue la Unión Soviética.

La dominación militar permanente de los países más poderosos no parece que pueda neutralizar a los movimientos organizados de terroristas que responden con su propia bomba atómica en forma de los hombres y mujeres suicidas que no demuestran ningún apego por sus vidas que las sacrifican junto con sus víctimas. El mundo occidental, especialmente Estados Unidos, gasta más que nunca en defensa y en seguridad. La doctrina que ha elaborado la administración Bush ha introducido el concepto del ataque preventivo y ha designado a los enemigos que encubren o fomentan el terror para declararles la guerra y destruirlos. Y, sin embargo, el terrorismo sigue desgraciadamente vivo.

Los países sospechosos de cometer errores graves son demasiado poderosos. Por mucho que los diarios nos informen de que China transgrede los derechos humanos en el Tibet, de que la India ocupa Cachemira o que Rusia libre una guerra muy discutible en Chechenia, nadie propone bombardear esos países para poner fin a los abusos. Su precio sería demasiado alto. Lo verdaderamente peligroso de la situación actual es que de la desigualdad militar entre los grandes estados del mundo y los estados más débiles es que están surgiendo de las sociedades más atrasadas y pobres movimientos de gentes que se sacrifican a sí mismos con el único objetivo de destruir a los gigantes.

El primer mundo, desarrollado y confortable, está viendo, estamos viendo, que es vulnerable. Como indica Joseph Nye en su excelente libro "the paradox of american power" es que el arma más poderosa de Estados Unidos, por ejemplo, no es su "hard power", es decir, su poderío militar. Su arma más indestructible es lo que Nye describe como el "soft power", es decir, la influencia diplomática y la persuasión política, su cultura, su prestigio y el respeto que pueda despertar en el resto del mundo. El presidente Bush se ha inclinado claramente por el "hard power" apartándose sustancialmente de lo que ha sido la tradicional política exterior norteamericana desde los tiempos del presidente Wilson.

Ante un mundo globalizado, sin un orden jurídico que garantice los derechos de todos, poderosos y débiles, se ha instalado la doctrina de la fuerza para neutralizar cualquier brote destructivo que venga de fuera. Por desgracia, es tan fuerte una bomba nuclear como un terrorista suicida que se inmola desde su desesperación. Con una arma atómica se pueden destruir ciudades y matar a miles de personas. Un suicida puede entrar en un supermercado, en un autobús o en un estadio de fútbol y morir matando a cientos de occidentales inocentes. Vivimos en un primer mundo más protegido, más seguro, más estable y más próspero. Pero quizás somos hoy más vulnerables que nunca aún siendo más fuertes que en otras épocas.

 

Comentario final

Luis Bouza-Brey

 

Parece indudable que el conjunto de atentados terroristas que se están produciendo estos días en diversos países están conectados: hay una estrategia común, todavía de perfiles difusos y objetivos poco nítidos, pero la hay. El peligro es enorme, y resulta desesperante ver a la ONU rascándose la barriga y perdiendo un tiempo precioso.

Lo que no resulta claro es qué es lo que pretenden en estos momentos los terroristas: ¿por qué atacan a Rusia y Francia? ¿Pretenden atemorizarlas o provocarlas? ¿Falta China?

Si lo que pretenden es provocarlas es que calculan que interesa a los terroristas que se desencadene una posible acción militar autorizada por las Naciones Unidas contra Irak. A lo mejor piensan que así se movilizará mejor al Islam. Pero creo que nuevamente calculan mal los resultados, si esta hipótesis es correcta, siempre que la acción contra Irak esté justificada en la impunidad del régimen de Hussein. Por eso es vital que una posible acción internacional contra Irak esté bien cargada de razones.

Si lo que pretenden con estos atentados es atemorizar a Francia y Rusia no deberían conseguirlo: amilanarse ante agresiones tan virulentas y probablemente cada vez más numerosas sería abonar el terreno a sus objetivos.

En fin, la situación es de suma gravedad para el mundo: ¡despertemos de una vez, hay que detener esta locura fanática!