EL PRAGMATISMO DE BLAIR
Artículo de
LLUÍS FOIX
en “La Vanguardia” del
06.05.2003
Es sorprendente que el socialismo europeo no haya encontrado un discurso homogéneo
El político
europeo más interesante del momento es Tony Blair. No tanto por haber haber
enviado decenas de miles de soldados a una guerra cuya justificación no ha sido
aún probada, sino por haber introducido en el panorama político de la izquierda
europea una nueva forma de ver las cosas, una compleja mezcla de thatcherismo,
de convicciones personales y de gestión que poco tienen que ver con el laborismo
clásico que se despidió del poder en Inglaterra cuando James Callaghan fue
derrotado por un solo voto en los Comunes, después del “invierno del
descontento” de 1979.
La guerra de Iraq ha puesto de relieve también las distintas percepciones, por
no decir divisiones, en la familia socialista europea, que en los últimos años
ha sido desplazada del poder en Portugal, Dinamarca, Italia, Francia y España.
Es sorprendente que en la crisis de los últimos meses la Internacional
Socialista haya brillado por su ausencia a la hora de fijar posiciones comunes
ante la beligerancia militar del presidente Bush.
No lo ha hecho, sospecho, porque uno de sus más relevantes representantes, Tony
Blair, estaba con muy pocos matices del lado de Estados Unidos. Habría sido más
que razonable que Rodríguez Zapatero provocara un encuentro con Blair mientras
se sumaba legítimamente a la corriente de opinión contraria a la guerra que la
mayoría de españoles compartimos. Tampoco lo que queda del derrumbado socialismo
francés ni los italianos ni los griegos ni los portugueses.
Cuenta el editor político del “Financial Times”, James Blitz, que la decisión de
ir a la guerra contra Saddam Hussein la tomó Blair en una excursión a los
Pirineos al final del verano pasado. Es un paseo de fin de semana que el pri-mer
ministro viene realizando en los últimos años con un puñado de amigos. La de
agosto último fue más breve, después de una noche en la que Blair no pudo dormir
y en la que les comunicó que “ha-bía tomado grandes decisiones”.
Mientras las bombas caían sobre Bagdad, una alta personalidad socialista europea
me contó que si esta guerra sale bien, Blair se puede convertir en el líder
europeo de los próximos años, el único que puede recomponer las maltrechas
relaciones transatlánticas. Si esto fuera así, decía la misma fuente, Blair
podría convocar un referéndum en Gran Bretaña sobre el euro y colocar a su país
al frente de la Unión Europea.
La guerra ha terminado militarmente, pero la reconstrucción de Iraq traerá
muchos quebraderos de cabeza a los invasores, simplemente porque nadie ha
explicado cómo se va a construir una sociedad democrática sin el concurso de la
mayoría de iraquíes que no están rendidos a las tropas anglo- norteamericanas.
Blair ha arriesgado la historia de más de cien años de laborismo, sesenta años
de multilateralismo y también su propia continuidad como primer ministro. Lo
puede perder todo o ganarlo todo. Pero lo más significativo, a mi juicio, no es
su posición en la guerra, sino el sentido no determinista sobre la política, que
la entiende como las relaciones con la complejidad de las gentes.
Blair ha cambiado el discurso de la izquierda europea haciéndolo más pragmático
y menos ideológico. El canciller Schröder, que se ha jugado su cargo si no se
aceptan las reformas de una cierta regresión social, le ha invitado a hablar en
el Congreso del SPD. En estos momentos se perfila más una alianza
germano-británica que un eje entre Berlín y París.