DESENCUENTROS ENTRE EUROPA Y NORTEAMÉRICA

Por JULIÁN GARCÍA VARGAS, ex ministro de Defensa, en "ABC" del 20-2-03

LAS manifestaciones de ciudadanos europeos contra la guerra, han puesto de manifiesto una realidad compleja. Muchos de ellos serían probablemente pacifistas opuestos a cualquier guerra, otros antiamericanos, otros europeístas molestos con un exceso de hegemonía norteamericana y otros personas que no ven claro este conflicto.

Fuesen lo que fuesen, un número tan elevado de manifestantes parece demostrar que las razones para la intervención armada en Irak no han calado en una parte sustancial de la opinión pública europea. Esto incluye hasta la opinión inglesa, siempre mejor dispuesta a entender lo que ocurre en Estados Unidos y proclive a las intervenciones militares cuando conviene a los intereses británicos.

Los ciudadanos europeos entendieron la necesidad de intervenir en 1991 y aunque hubo voces en contra de la guerra, fueron minoritarias. Aquello era una guerra defensiva, tras cuatro meses de negociaciones y contactos que dieron origen a un gran consenso internacional a favor de desalojar de Kuwait al ejército irakí. Bush padre supo convencernos de que Estados Unidos era el último garante de un nuevo orden internacional, sin bloques, en el que estarían excluidas las agresiones territoriales de un país sobre otro.

Pocos años más tarde, los europeos entendieron que había que detener de una vez las agresiones de Serbia y aceptaron los bombardeos sobre ese país, aunque no contaban con el respaldo de N.U. debido al veto de Rusia. El respaldo a la OTAN, que lideró esa acción, fue bastante unánime en toda Europa.

En esta ocasión, los ciudadanos parecen sentir que las razones no están tan claras. La presencia del secretario Powell en el Consejo de Seguridad ha tardado mucho en producirse y aunque las pruebas que presentó tenían un contenido inquietante, no llegaron a ser del todo convincentes. La impresión generalizada es que Sadam «tiene algo», pero no lo suficiente para constituir una amenaza muy seria. Tampoco sus vecinos, excepto Kuwait, con los que Bagdad ha ido normalizando sus relaciones en los últimos años, parecen sentirse gravemente amenazados. Sadam no les inspira la menor confianza, pero sus preocupaciones estan más polarizadas por la situación de los palestinos.

La conexión de Sadam con el terrorismo islámico, donde también puede «haber algo», no ha sido demostrada claramente. La impresión que se ha trasladado a las opiniones públicas, es que se han presentado pruebas insuficientes después de haber tomado en firme la decisión de atacar en cualquier caso. Probablemente haya más pruebas que Washinton no desea desvelar, pero eso no lo sabemos con certeza. Tampoco han ayudado mucho las formas utilizadas, con declaraciones poco afortunadas en la tradición de unilateralismo y antieuropeísmo de una parte del Partido Republicano.

Recientemente el profesor Manuel Castells ha presentado un estudio sobre el alejamiento entre los ciudadanos y sus gobiernos en las democracias maduras, que parece ser creciente desde hace más de una década en todos los países. Este asunto de Irak parece destinado a agrandar esa brecha y acentuar el «malestar de los electores».

Los europeos fueron muy solidarios, como era natural, con los norteamericanos tras el 11-S. Sin fisuras, respaldaron la intervención en Afganistán. Están completamente en contra de Sadam, al que consideran un dictador sangriento, y desean su desaparición.

¿Qué sucede pues?

Sucede que no han llegado a entender la urgencia en atacar a Irak sin agotar las inspecciones. Ocurre también que dudan sobre la utilización de medios militares, que, como vimos en la crisis de Kosovo, no dejan de producir daños en la población civil. Muchos están seguros de que la presencia de tropas norteamericanas en las fronteras de Irak es lo único que puede obligar a Bagdad a un desarme completo, pero eso lo ven distinto a un ataque preventivo. Sucede por último que no entienden del todo los mensajes, más o menos explícitos, a favor de un rediseño del mapa de Oriente Medio por razones de seguridad energética.

La situación económica tampoco añade claridad. Los ciudadanos observan que los vientos de guerra deprimen aún más sus muy mermados ahorros bursátiles y temen caídas adicionales.

Los europeos no somos, ni podemos ser, antinorteamericanos. Hemos aprendido a abordar los problemas internacionales con principios de multilateralismo, siguiendo las doctrinas de los presidentes Wilson, Roosevelt y Truman. Hemos encontrado en el vínculo trasatlántico la garantía de seguridad para nuestro continente. Reconocemos su liderazgo en materia de defensa y seguridad. Nos ha ido bien, y esto incluye la España en democracia, cuando hemos tenido una buena sintonía con los Estados Unidos.

Por todo esto, la situación actual es francamente incómoda y confusa. Los gobiernos europeos no pueden dejar de escuchar a sus electores. Esto seguramente se entiende bien en los medios políticos norteamericanos, siempre muy atentos a la orientación de su propia opinión pública. También deben entender que el centro de gravedad político de Estados Unidos, últimamente bastante a la derecha, no coincide con el de muchos países europeos, dónde el margen de maniobra de los gobiernos es muy limitado en esa dirección, como ocurre en Alemania.

Los europeos queremos acabar con los graves incumplimientos de Sadam. Deseamos la mayor eficacia a los inspectores de N.U. Si estos fracasan y se redacta una nueva resolución, permitiendo el ataque, que se presente respetando al máximo las formas y las evidencias.

Después de esta crisis, esperamos tener ocasión de reflexionar a ambos lados del Atlántico sobre las muchas tareas que Estados Unidos y la UE pueden llevar a cabo juntos a favor de la democracia y el progreso en Oriente Medio y en el resto del mundo.