COMPROMISOS EN EL LARGO PLAZO

 

  Artículo del GEES (GRUPO DE ESTUDIOS ESTRATEGICOS) en “Libertad Digital” del 10.01.2004

 

El primer, no sabemos si único, mandato del presidente George W. Bush no pasará a la historia por ser un ejemplo de coherencia doctrinal en el terreno de la política exterior, sino por representar un momento de cambio revolucionario, cuya trascendencia sólo el tiempo ayudará a evaluar. Como continuación de los extraordinarios ocho años de Reagan, la actual administración republicana vive en la tensión entre sus viejos hábitos kissingerianos, de clásica realpolitk, y el compromiso wilsoniano de extender la democracia por el mundo como mejor salvaguarda de los propios intereses.

 

A menudo se ha tildado esta segunda posición de idealista, porque idealista fue Wilson y muchos de sus seguidores. Sin embargo, la versión republicana de esta filosofía, denominada por Max Boot “hard wilsonianism”, responde más a una actitud moral y al puro pragmatismo que a comportamientos quijotescos.

 

Centrándonos en el segundo aspecto, se llega al convencimiento de que hay que democratizar porque sólo así se reducirá el riesgo de gobiernos que supongan un peligro. No se trata, como algunos críticos han señalado, de una ingenua creencia en que democratizar supone la aparición por doquier de gobiernos pro-norteamericanos. Con que dejen de ser una amenaza es más que suficiente.

 

Si nos fijamos en el mundo islámico, la zona de mayor tensión en nuestros días, encontramos gobiernos que atacan o intimidan a sus vecinos y gobiernos que dan respaldo a grupos terroristas. Junto a ellos, hallamos otro tipo de peligro, menor en el corto plazo, pero mucho mayor en el largo, los estados incapaces de desarrollarse social y económicamente; aquellos que condenan a las nuevas generaciones al desempleo y al espectáculo de la corrupción. El resultado ya lo conocemos: el caldo de cultivo para la expansión del islamismo y la emigración masiva, cuyos peores momentos están por llegar.

 

No nos engañemos, sólo rehabilitando esos estados, sobre el derecho y la libertad, podremos afrontar los problemas citados. Una economía bien gestionada y una educación correcta son las bases para el establecimiento de unas clases medias, que habrán, a su vez, de ser la garantía última de unos regímenes representativos. Una sociedad desarrollada tiene menos probabilidades de caer en la tentación de hacer la guerra a sus vecinos sin motivo, de apoyar a grupos terroristas o de caer en el islamismo.

 

Las dificultades son gigantescas, pero no tenemos otro camino. La realpolitik fue ensayada hasta la saciedad por Kissinger y por sus seguidores republicanos y demócratas y hemos llegado a un callejón sin salida. Algunos de los aliados de Estados Unidos en la región –Egipto, Arabia Saudí, Pakistán- son una amenaza para Occidente mayor que la que suponen estados reiteradamente condenados. No se trata de declararles la guerra, sino de cambiar de política. Y eso es lo que finalmente ha hecho George W. Bush.

 

Democratizar no es sólo votar. Es más, votar puede ser la vía para impedir la democratización. Lo vimos en Turquía y en Argelia. De la misma forma que a lo largo del siglo XIX y buena parte del XX los europeos anduvimos desarrollando nuestro estado liberal hasta llegar, con enormes dificultades, al actual estadio democrático, el resto del mundo debe avanzar en un proceso gradual desde el establecimiento de estados de derecho hasta la consolidación de auténticas democracias. Democratizar no es un acto, sino el inicio y sostenimiento de procesos políticos, que conllevan importantes cambios culturales, sociales y económicos.

 

La guerra civil argelina, el fuerte islamismo egipcio, la penosa discusión de la Asamblea de Notables afgana para la elaboración de la futura Constitución, la responsabilidad de la casa de Saud en el desarrollo del terrorismo o de Pakistán en la proliferación nuclear nos dan una idea de los obstáculos que nos esperan. No será fácil, pero no tenemos alternativas. No basta una democracia formal, que puede suponer la vía rápida para la transformación de la región en una sucesión de estados islamistas. Hay que cambiar sus culturas políticas y para ello es necesario dinamizar sus economías y desarrollar sus sociedades. Sólo un firme compromiso a lo largo de muchos años podrá lograr cambios sustanciales en el Islam.