ERRE QUE ERRE
Artículo de GEES en “Libertad Digital” del 20.09.2003
Con la constancia de un iluminado, el presidente francés, Jacques Chirac,
prosigue con el giro estratégico iniciado a fines del 2002. En coherencia con la
visión gaullista sobre el papel de Francia en el mundo, trata de soltar
las amarras que durante décadas han mantenido unidos a Estados Unidos y a
Europa. En los años de la Guerra Fría, Francia escenificó su disgusto con el
liderazgo norteamericano, pero se mantuvo unida al rebaño ante el riesgo
objetivo que el oso soviético planteaba. Pero desaparecida la Unión Soviética y
con una Rusia amiga, ¿qué necesidad hay de soportar el humillante protagonismo
de Estados Unidos?
Para la Francia de Chirac, Irak ha sido la excusa, no el argumento, para
plantear la crisis. Se daban circunstancias únicas que no podían
desaprovecharse: un gobierno alemán débil, comprometido con sus votantes a una
política antihegemónica y contraria al uso de la fuerza; una Rusia humillada por
el resultado de la Guerra Fría y por el intervencionismo de Washington en su
área tradicional de influencia, poniendo en peligro importantísimos contratos
vinculados al levantamiento de las sanciones; y una China amenazada por Estados
Unidos y dispuesta a sumarse a las acciones de contención de la hiperpotencia.
Chirac sabía lo que hacía y ahora se mantiene fiel a su objetivo. No va a
colaborar en la aprobación de una nueva resolución en Naciones Unidas que
facilite la llegada de nuevas tropas a Irak. Por lo menos, no lo hará mientras
sienta que cuenta con el apoyo de Alemania. Francia no hubiera lanzado este
jaque sin el apoyo de Berlín. Pero Schroeder no es de fiar y Chirac lo sabe y le
teme. La entrevista concedida por el canciller alemán al diario The Wall
Street Journal o el artículo publicado en el rotativo The New York Times
apuntan a un acercamiento germano-americano, pero tampoco aquí hay que fiarse de
Schroeder.
Chirac desea que Estados Unidos se empantane en Irak para domar su soberbia
imperial y controlarlo más fácilmente desde el Consejo de Seguridad de la ONU.
Por eso no tiene inconveniente en llamar "resistentes" a los miembros del núcleo
baasista, legitimando así sus acciones. Sabe que una mayoría de los europeos
hubiera deseado que la guerra no se declarara y confía en que los problemas de
la reconstrucción minen el prestigio de Washington y faciliten la imposición de
un liderazgo francés en el Viejo Continente. La cumbre entre Alemania, Francia y
el Reino Unido responde a esta filosofía. No pueden ignorar al Reino Unido, pero
le niegan a Aznar un puesto en la mesa. Es su respuesta a aquella carta de los
ocho, que tanto dolió en París y en Berlín, y es una forma de presión a los que
llegan después, confiando en que su pragmatismo les haga reconsiderar las firmes
posiciones mantenidas por España hasta la fecha.
Mientras tanto, el "club de los chocolateros" (Francia, Alemania, Bélgica y
Luxemburgo) avanza en su plan de establecer un Cuartel General europeo. Un paso
que tendrá escasas consecuencias militares, pero ¡qué más da! No están
interesados en que Europa tenga una fuerza militar que pueda actuar en la Guerra
contra el Terrorismo, sino en desmontar la Alianza Atlántica, el vínculo
institucional entre las dos orillas. Ni Francia ni Alemania se sienten
amenazadas, creen que pueden seguir haciendo buenos negocios con dictaduras de
toda condición. Chirac actúa con la pasión y la confusión de ideas propias de un
nacionalista francés. Como buen aprendiz de brujo, carece del sentido de la
realidad del maestro. No es Richelieu, y por dañar a Estados Unidos hace el
juego a quienes son una amenaza para el mundo. Al final se quemará, y será en su
propia casa.