LA CRISIS CHIÍTA

 

 Artículo de GEES  en “Libertad Digital” del 25/08/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

Nayaf es el símbolo de la contienda civil entre chiítas. Más allá de los problemas generales de la postguerra y de la reconstrucción de Iraq, lo que está ocurriendo en la ciudad santa es el resultado de la tensión entre los distintos programas políticos presentes en aquella comunidad, tan distintos entre sí que no cabe la convivencia pacífica, sino el triunfo de unos sobre otros.

 

El primer ministro iraquí Iyad Alaui es un exponente de los sectores modernizadores. Sin renunciar a su identidad árabe y chiíta están abiertos a la democracia y a una intensa colaboración con Occidente, para facilitar su desarrollo económico y estabilizar el país en un entorno hostil. No tienen duda de que el aliado es Estados Unidos, cuyo compromiso con Iraq deberá mantenerse, desde su punto de vista, todo el tiempo que sea necesario.

 

Frente al chiísmo laico y prooccidental, el gran ayatollah Ali al-Sistani representa la tradición religiosa. Aplastados y humillados por los clanes sunitas durante generaciones, reconocen que tienen ante sí una oportunidad irrepetible para establecer un régimen que les garantice influencia y seguridad. No confían en Estados Unidos, porque el gigante norteamericano, en tiempo de Bush padre, les engañó, animándoles a levantarse frente a Sadam para luego olvidarse de ellos y permitir un sangriento aplastamiento. A la traición se suma su carácter inmoral: Estados Unidos representa valores incompatibles con la tradición y doctrina chiíta. La jerarquía está apoyando el proceso de reconstrucción y desea el establecimiento de un estado de derecho. No son persas ni comulgan con la visión teocrática de Jomeini. Ellos no buscan la confusión entre jerarquía religiosa y gobierno del estado. Comprenden la necesidad de una cierta autonomía civil, en el marco siempre del Islam. De ahí que deseen el establecimiento de un régimen político apoyado en el imperio de la ley, el nombramiento de un gobierno fuerte y la retirada de las tropas extranjeras en cuanto sea posible.

 

Moqtada al-Sadr, un mulá sin prestigio teológico pero un importante jefe de clan, es el exponente de la versión fundamentalista del chiísmo iraquí. Como los dirigentes teocráticos iraníes, rechaza la presencia norteamericana y el proceso de reconstrucción que proponen. El modelo pre-democrático en marcha es para ellos un mecanismo cristiano, o si se prefiere liberal, y, por lo tanto, inaceptable. Su éxito supondría la corrupción del Islam y un paso adelante en su ya avanzada decadencia por efecto de la contaminación ideológica. Al-Sadr tiene ante sí el cometido de poner fin al liderazgo moral del anciano y respetado al-Sistani y empujar a las masas chiítas al levantamiento general. Para ello utilizará la violencia y provocará a las fuerzas americanas con la esperanza de que cometan el error de violar los santos lugares.

 

Al triángulo árabe chiíta, con todas sus complejidades, debemos sumar el factor persa para poder entender lo que día tras día sucede en Nayaf. El gobierno provisional iraquí ha acusado a Irán de alentar y apoyar las acciones violentas dirigidas por al-Sadr. El problema es saber quién es Irán. La sociedad persa, mucho más desarrollada en todos los sentidos, para lo bueno y para lo malo, que la chiíta iraquí, sufre del mismo mal que su hermana árabe: está profundamente descompuesta en sectores cuyos programas políticos resultan incompatibles entre sí. No hay duda de que los ayatolás que controlan la jefatura del estado, el poder real, animan el reclutamiento de terroristas suicidas en sus calles, las acciones del Mahdi y a través de su multinacional terrorista, la libanesa Hezbollah, están colaborando con al-Sadr. Y ello por los mismos argumentos ideológicos. Pero también es verdad que no todo el clero chiíta persa está en la misma línea y que son muchos los que valoran la necesidad de que Iraq se estabilice y de que los clanes sunitas pierdan para siempre la hegemonía detentada durante décadas y se ponga fin a las agresiones que han sufrido en los últimos años. Para algunos ayatolláhs persas es tan importante que la reconstrucción fracase como para otros que triunfe. No es tanto la posición de Irán como de los distintos sectores de su clero. Mientras tanto, la mayor parte de la sociedad iraní lo que aparentemente desea es devolver a sus dignidades eclesiásticas a las mezquitas y establecer una clara división entre estado e iglesia.

 

El chiísmo en particular, como el Islam en general, vive un momento especialmente importante para definir su propia identidad. Occidente no puede permitir, bajo ningún concepto, el éxito de los radicales. No se ha derribado a Sadam para construir una nación islamista. El mundo ideológico que representa Alí al-Sistani está muy lejos de nosotros, pero es el referente ideológico y cultural de aquella sociedad y la base sobre la que deben desarrollar su propio camino hacia la libertad. Nuestra misión hoy es bloquear el paso a los radicales y apoyar las posiciones de la jerarquía y de las fuerzas políticas mayoritarias. Sólo así será posible la reconstrucción de Iraq y su conversión en un modelo de desarrollo para el conjunto del Islam.