GANAR LA GUERRA Y PERDER LA PAZ

Artículo de FAWAZ A. GERGES en "La Vanguardia" del 3-3-03
Al defender la causa del ataque a Iraq y el derrocamiento de su Gobierno, la Administración Bush ha avanzado varias proposiciones, dos de las cuales merecen un examen especial. En primer lugar, el presidente Bush y sus principales asesores han afirmado que la inminente guerra iraquí es una extensión de la campaña militar contra el terrorismo. Más aun, en su opinión, si consigue desarmar a Iraq e instalar un gobierno proestadounidense en Bagdad, Estados Unidos reafirmará su poder y clavará un clavo mortal en el ataúd del terrorismo. La Administración pretende mostrar a los terroristas y a los estados que los apoyan que tiene la voluntad y los medios para proteger sus intereses y los de sus aliados y acabar con los refugios de sus enemigos.

La Administración Bush describe su inminente guerra contra Iraq como una extensión y una intensificación natural de la lucha contra Ossama Bin Laden porque eliminará, en palabras del subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz, "el peligro de que las armas de terrorismo masivo de Iraq puedan caer en manos de terroristas".

En segundo lugar, en su esfuerzo por obtener apoyo interno e internacional para la guerra de Iraq, Bush y su equipo prometen llevar la democracia al país y transformar estratégicamente toda la región. Según afirman, la liberación de Bagdad marcará el comienzo de un nuevo amanecer pacífico y democrático en Iraq que se extenderá sobre otros estados árabes autoritarios.

Este ambicioso plan busca trasplantar la democracia jeffersoniana al corazón del desierto arábigo. Transformando de modo estructural el paisaje político de Oriente Medio, los funcionarios estadounidenses esperan atajar las raíces del extremismo en la región.

¿Cuál es el grado de realismo y sentido práctico del pensamiento oficial en Washington? ¿Hasta qué punto se basa en una valoración sensata de las complejas realidades de Iraq y la región? ¿O se basa sólo en la ideología y las meras ilusiones? ¿Ayudará la guerra a Estados Unidos en su lucha contra los terroristas o hará que el país y su población se vuelvan menos seguros y más vulnerables?

Como sabemos, no son muchos en el mundo del islam los que participan de la testoterónica forma que tiene Washington de abordar el problema de Iraq. Los funcionarios estadounidenses deben reconocer que, aunque los árabes no tienen a Hussein en gran estima, no se creen el intento de la Administración Bush de vincularlo con Al Qaeda ni la tesis de que las armas iraquíes de destrucción masiva suponen una amenaza para la paz internacional. La percepción árabe-musulmana dominante subraya que la inminente guerra no tiene nada que ver con el combate contra el "terror". Su objetivo, más bien, es ajustar cuentas pendientes y convertir a Washington en árbitro de los destinos y los recursos árabes; en particular, del petróleo. Existe la convicción generalizada de que es el control del petróleo y no el desarme de Iraq la fuerza motriz de la política estadounidense.

Por ello, lejos de debilitar la militancia extremista y combatir el terrorismo, una guerra sembrará las semillas de un mayor radicalismo en tierras árabes. Es probable que envalentone a grupos marginales y les suministre las armas necesarias para continuar la lucha contra el nuevo enemigo, Estados Unidos. Un ataque contra Iraq será un don del cielo para Bin Laden. Durante las últimas semanas, los mensajes de Al Qaeda se han centrado más en la crisis de Iraq, y la organización se ha reinventado como defensora del pueblo iraquí. Bin Laden y sus principales lugartenientes conocen a la perfección la intensidad de la oposición árabe y musulmana a la guerra y sacan partido de ello.

Una invasión estadounidense de Iraq, con un gran número de bajas civiles, ahondará la sensación de victimización y derrota de los jóvenes árabes y los llevará a unirse a células como las de Al Qaeda. Por ello, es probable que la incorporación de reclutas a las causas extremistas haga crecer las filas de Al Qaeda y otros grupos marginales. En este contexto, es posible que la política estadounidense hacia Iraq produzca efectos opuestos a los buscados al hacer involuntariamente el juego a Al Qaeda y permitirle nuevos bríos.

El ministro del Interior alemán, Otto Schily, ha instado no hace mucho a Estados Unidos a considerar el efecto que tendría la guerra en la lucha contra el terrorismo y ha insinuado que las hostilidades inflamarán el mundo musulmán y permitirán a Al Qaeda y otros grupos extremistas reaparecer más grandes y fuertes que antes. "Podemos encontrarnos luchando contra una hidra", ha afirmado un importante responsable del antiterrorismo.

En cuanto a las perspectivas de democratizar Iraq, hay que destacar varios puntos. Ante todo, los funcionarios estadounidenses no parecen reconocer cuán difícil, costosa y prolongada será la tarea de crear un orden pacífico y una democracia viable en Iraq. La humildad y el escepticismo brillan por su ausencia en la retórica oficial; no hay una apreciación de lo complejo que será reconstruir la sociedad civil y resucitar la clase media, aplastada principalmente gracias a las sanciones económicas impuestas por las Naciones Unidas desde 1991.

Se presta poca atención a lo complejo que será el trabajo de volver a relacionar las comunidades iraquíes, alejadas unas de otras por décadas de políticas oficiales divisorias. Desde la llegada en 1958 de un gobierno militar, los sucesivos regímenes han sometido a los iraquíes por medio del terror y han desangrado el país con sus aventuras militares. Cuando en 1979 Hussein se hizo con el poder, el Estado "securitario" estaba a punto de tragarse la sociedad civil. Iraq pasó de ser un Estado semiconstitucional a uno totalitario. Vigilados y oprimidos desde 1958, los iraquíes han perdido la fe en el sistema político y se han dirigido al refugio seguro del tribalismo y el sectarismo religioso o étnico.

No existen los componentes primordiales y las instituciones necesarias para un sistema de gobierno que funcione, y menos aún para una democracia.

Este análisis no implica que la reforma y democratización del sistema político iraquí no sea factible. Por el contrario, de entre todos sus vecinos, los iraquíes son los que más han sufrido y han aprendido del modo más duro los peligros del autoritarismo y la opresión. Tienen un gran interés en superar sus profundos miedos y divisiones y en reconstruir su comunidad política. Iraq también posee los recursos humanos y materiales que obran a favor de la democracia a largo plazo.

No obstante, la democracia no podrá implantarse en Iraq por medio de una potencia exterior, con las armas estadounidenses. Sólo los iraquíes, con ayuda internacional, serán capaces de transformar su país, y no unas personas llegadas de fuera, como parece ser el caso por los planes de contigencia para un Iraq post-Hussein que se están ultimando en Washington. En ellos, se asigna a los iraquíes un papel marginal en el gobierno tras la invasión y ocupación de su país.

Por otra parte, transformar Iraq exige tiempo, paciencia, esfuerzo y suerte. Es probable que la presencia estadounidense en Iraq tras la esperada salida de Hussein se prolongue durante una o dos décadas, no uno o dos años. Si Estados Unidos ataca a Iraq y destruye las instituciones existentes, es posible que el país se fracture y se hunda en el caos. Un Iraq fracturado desestabilizará a sus vecinos y alentará la formación de nuevos grupos extremistas que atacarán a los estadounidenses a menos que éstos continúen militarmente implicados en el país durante muchos años y a menos que inviertan considerables recursos políticos y económicos para favorecer, no para dictar o imponer, la reconstrucción del Estado y la sociedad iraquíes. Aun en ese caso, la aventura será muy arriesgada y costosa. No sólo el país no gozará de democracia, sino que correrán un peligro mayor los intereses de la seguridad estadounidense en Oriente Medio.

Prisioneros de su propia retórica, los funcionarios de Washington apenas han prestado atención a este lúgubre escenario. Los riesgos reales inherentes a una invasión de Iraq superan cualquier beneficio potencial. Estados Unidos logrará ganar la guerra contra Saddam Hussein, pero es probable que pierda la paz en Oriente Medio y, también, la más amplia lucha política.

FAWAZ A. GERGES ocupa la cátedra Christian A. Johnson de Asuntos Internacionales y Estudios sobre Oriente Medio en la Universidad Sarah Lawrence de Nueva York
Traducción: Juan Gabriel López Guix