LA IZQUIERDA A OSCURAS

 

  Artículo de Juan Carlos Girauta en “Libertad Digital” del 25.10.2003

 

Muchos vaticinan un sonoro fracaso de la izquierda en las elecciones generales de 2004 por su falta de proyecto y de solidez, su apego a conceptos anticuados y su fariseísmo. Las premisas están a la vista, pero la conclusión puede ser precipitada. Si la inmoralidad, la aversión al pensamiento y la obsolescencia del discurso determinaran los fracasos electorales, Felipe González no habría ganado en 1993 ni habría pisado los talones a Aznar en 1996, cuando hasta el último español sabía lo que el señor Porconsiguiente era capaz de hacer con el poder.

 

Que las categorías de derecha e izquierda son significantes sin significado resulta ya cansino recordarlo. Aunque quienes lo hacen son situados sumariamente a la derecha por los siniestros declarados. Desde Giddens y Blair, cierta izquierda ilustrada y extranjera ha abandonado viejas banderas y se ha puesto a buscar ideas que, manteniendo su identidad diferenciada, encajen con la presente estructura socioeconómica occidental, con las actuales amenazas mundiales y con las nuevas aspiraciones de los individuos.

 

En España se ha escogido el camino inverso. Ante la disolución de su identidad, nuestros siniestros se agarran a los clichés, a la repetición ad nauseam de seculares consignas. Esto puede ser lamentable, que lo es, pero no necesariamente ineficaz. La ideología siempre funcionó bien en esos pagos como un sustituto del pensamiento, y las consignas como un sustituto de la ideología. La izquierda española ni quiere ni puede adaptarse a la explosión de novedades que han transformado el mundo, por mucho que se llene la boca con términos exactos, como diversidad. Su inadaptación coincide con la de quienes se consideran apartados de las ventajas de la sociedad del conocimiento y con todos los que, por las razones que sea, se resisten a los cambios. Se han especializado en la frustración. La campaña de Madrid demuestra que no pretenden confrontar ideas sino excitar pulsiones y encender emociones.

 

Para ello cuentan con el puño en alto, con la arenga fácil, con la lágrima pronta de los simples y con el análisis dicotómico: explotadores y explotados, ricos y pobres, centro y periferia, norte y sur, ofensores y ofendidos. Todo esto encaja como anillo al dedo con los gimoteos de una parte de la Iglesia y con los muy materiales intereses de miles de profesionales de la solidaridad.

 

Pero el mundo sigue rodando, y la identidad progresista diluyéndose. Sabiéndolo, escogen el contraste. Para que ellos existan, los demás debemos ser percibidos como autoritarios, homófobos, enemigos del medio ambiente, machistas, especuladores, rancios españolistas, racistas. No se manejan bien en la complejidad y empiezan el siglo XXI como empezaron el XX. Si su llama no prende como entonces no es por su moderación sino por la profunda mutación de todo el resto de la realidad. Pero los mensajes simples y obsesivos seguirán encontrando oídos y anuencia; identificarse con ellos no es difícil para quienes sufren la misma desorientación y la misma amargura, que nada tiene que ver con la pobreza ni con la falta de oportunidades, sino con la oscuridad, con una visión del mundo que no consigue penetrar la realidad.