PARTIDO ESTE-OESTE

 

 

  Artículo de ANDRÉ GLUCKSMAN  en  “El País” del 05.05.2003

 

André Glucksman es filósofo francés. Traducción de News Clips.

¿Con quién, contra quién existimos? Los europeos, llevados por la Berezina [río que cruzó Napoleón en retirada para evitar su derrota total] diplomática del conflicto iraquí, no saben a qué santos encomendarse y se disputan el demonio a exorcizar. Nada sería más calamitoso que ocultar a posteriori la grave crisis de identidad de un Viejo Continente que ya no sabe -o no sabe todavía- decir "yo". Ni el maravilloso logro de la unificación monetaria, ni los remiendos institucionales de las "cumbres", "encuentros" y "convenciones" hacen olvidar la avería mental del primer conjunto económico del mundo, a ratos cacofónico o paralizado. Es obligado advertir hasta qué punto el banco de Francfort, los despachos de Bruselas y el Parlamento de Estrasburgo gestionan un desierto conceptual. Para hablar con una sola voz, se prevé para dentro de poco la entronización de una especie de ministro de Asuntos Exteriores... ¿Qué hubiese podido hacer a comienzos de 2003, salvo quedarse callado o vociferar en el vacío?

El fortísimo altercado que enrabietó a nuestros ministros y movilizó a la calle europea enfrentó a dos "bandos", que los periódicos bautizaron apresuradamente "de la paz" y "de la guerra". En el bando de la "paz" se alzaban una minoría de gobiernos y una mayoría de encuestados, imágenes instantáneas de una opinión pública volátil; para ellos, fuesen pacifistas o partidarios de una Europa-potencia, George Bush era el principal enemigo. En el bando de la "guerra" había una mayoría de gobiernos y un puñado de intelectuales, es decir, los fieles de la Alianza Atlántica y de la solidaridad de las democracias occidentales; para ellos, el principal enemigo era Sadam Husein. Lejos de ser anecdótico y limitarse a la cuestión iraquí, este desacuerdo se anuncia crucial; en el momento álgido de la disputa, Dominique de Villepin consideró que se enfrentaban "dos visiones del mundo". Una fórmula así no deja de ser enfática, tiene la intención de referirse a la suma existencial de nuestros compromisos básicos en política, cultura, economía y costumbres. Tras haberla utilizado de forma abusiva durante largo tiempo, los profesores de filosofía evitan hoy invocar una "visión del mundo", pretensión abarcadora que a menudo procede del cajón de sastre. Digamos con más sobriedad que ambos "bandos" divergen en su evaluación de la situación mundial, de los riesgos que amenazan y de los desafíos a los que hacer frente. De ahí que haya dos estrategias en competición y a menudo antinómicas sobre el futuro de nuestro continente.

Francia y Alemania, a las que se han sumado Bélgica y Luxemburgo, proponen un esquema sencillo y claro de autoafirmación de Europa, que equivale a una declaración de independencia. Los europeos se definen por oposición, deben romper con el "Imperio Americano" y convertirse en paladines de una "multipolaridad" que equilibraría a la única superpotencia. Rusia, China y el "mundo árabe" supuestamente amigo, India y Latinoamérica se sumarían a esta coalición antihegemónica que mantendría en jaque la voluntad de poder estadounidense. Resulta inútil entrar en detalles. Tras dicho programa se encuentra un análisis que no puede ser más tradicional, el nuevo equilibrio mundial "multipolar" no es más que la copia certificada del viejo modelo del equilibrio europeo dirigido mal que bien por algunas grandes capitales de 1648 a 1914. El credo antiamericano de esta Europa-potencia combina los lemas antiimperialistas de la Internacional Comunista de antaño con los sentimientos de hostil rivalidad que el Quai d'Orsay

cultiva desde siempre contra la pérfida Albión y el acaparador Tío Sam. En esta misma vena, un gran número de obras francesas, alemanas, italianas o estadounidenses, tanto de izquierdas como de derechas, duermen en las bibliotecas y pueblan por oleadas sucesivas las librerías. Las vituperaciones, ya con un siglo de antigüedad, dirigidas contra Wall Street y Hollywood apenas se ven refrescadas con la denuncia contra la CNN, Mc Donald's, Coca-Cola y el FMI. Generaciones de académicos, desde Georges Duhamel hasta Maurice Druon, rara vez han olvidado maldecir la incultura yanqui, mientras que, bajo la batuta de Maurice Thorez y de Toni Negri, los desfavorecidos son llamados a desfilar contra el "sistema", contra el Kapital, el imperialismo y la globalización. ¡Corramos, el viejo mundo y los antiguos pensamientos están delante nuestro!

¿Qué hay de nuevo bajo el sol del siglo XXI? Nada para los pacifistas y nada para los partidarios de una Europa-potencia rival de EE UU. Todos rechazan la argumentación de Washington. El desafío terrorista, cuando lo tienen en cuenta, incumbe a los medios ordinarios de represión del gran crimen, a la economía política y a la terapéutica psicológica. A corto plazo, la Interpol y la colaboración entre las policías nacionales debe erradicar a los promotores de los atentados suicidas. A largo plazo, el pauperismo, supuesta causa única del desorden mundial, incumbe a las medicaciones rivales y complementarias elaboradas en Davos o en Porto Alegre. Mientras tanto, deberían administrarse unas necesarias píldoras psiquiátricas a los desgraciados estadounidenses traumatizados por una sacudida tan grande, obsesionados, neuróticos, incluso, dependiendo de los diagnósticos, esquizofrénicos o paranoicos. Así, la caída de las Torres Gemelas pasa por ser un simple suceso, un poco inflado y dramatizado por su difusión en directo en mundovisión. Invocar este detalle dos años más tarde como si se tratase de un cambio decisivo en la política mundial es de mala fe, propio de un "cerebro de gorrión" caído en un nido de "halcones", o de las alucinaciones de un país desequilibrado.

¿Y si, por el contrario, el mayor atentado terrorista de la historia revelase una mutación fundamental en las relaciones de fuerza, incluso una mutación en la idea misma del fuerte y de la fuerza? En todo caso, ésa fue la intuición inmediata del telespectador planetario, que aceptó sin problemas que se bautizara como Zona Cero al Manhattan devastado. Nadie objetó a la apelación, nadie reivindicó los derechos de autor, sus padrinos fueron anónimos y difusos, se aceptaba que se estableciera un paralelismo entre la aventura de los aviones kamikazes y la explosión de la última carga experimental atómica unas semanas antes de Hiroshima (en el desierto de Nuevo México, en un perímetro bautizado como "zona cero"). El 11 de septiembre de 2001 fue vivido en todo el planeta, fuese entre risas o entre lágrimas, en el horizonte de un Hiroshima bis, como la aparición de una capacidad devastadora tan peligrosa como la energía nuclear, pero ya al alcance de todos.

En 1945, cegado por la terrorífica explosión, Jean-Paul Sartre expresó un sentimiento muy generalizado: "Hemos vuelto al año 1000, cada mañana será la víspera del fin de los tiempos". Pero el arma apocalíptica siguió siendo durante medio siglo el privilegio y el monopolio de un puñado de grandes y supergrandes, y en nuestro trozo de Europa el paraguas estadounidense protegía nuestra paz. Ahora, el poder devastador se "democratiza", basta un cutter, unos cuantos billetes de avión y una buena dosis de fanatismo para provocar unos daños propios de Hiroshima. En abril de 1994, lo hemos olvidado, bastaron unos machetes para batir, ante nuestros ojos, la plusmarca de genocidio (en relación cantidad/tiempo) en Ruanda. El fin del mundo por rodajas sucesivas está al alcance de todas las manos, de numerosas bolsas de dinero y de innumerables chiflados. Así, el futuro de nuestra especie se decide en la esquina de al lado, en las cafeterías de las universidades, incluso en la penumbra de los enormes barrios de chabolas que florecen en el planeta: "Es necesario que cada día, cada minuto, la humanidad acepte vivir", concluía Sartre, con 55 años de antelación. Sin duda, una inseguridad tan radical e imprevista excede el marco de los planes de seguridad habituales.

Time is not on our side, o dicho de otro modo, el tiempo no está de nuestro lado. La Providencia es declarada ausente. Estas palabras no habrían salido de los labios de un presidente estadounidense antes del 11 de septiembre, porque entonces EE UU avanzaba "with God on our side" , como cantaba el irónico Bob Dylan. Pasó casi inadvertido, pero Bush utilizó la fórmula sacrílega en el discurso del estado de la nación, aquel en el que arremetió contra el eje del mal. En efecto, ¿qué son los célebres Estados rebeldes sino unos puntos de confluencia donde el tiempo corre el riesgo de dar marcha atrás? Modernos centros de piratería, cultivan 1) la pasión sin ley por un terrorismo furioso y sin límites, 2) la búsqueda de arsenales de aniquilación masiva conseguidos en el mercado mundial de la proliferación y 3) la ausencia totalitaria de escrúpulos ante las masacres de poblaciones, tanto autóctonas como extranjeras. A menudo rivales, en ocasiones asociados, siempre narcisistas hasta el autismo, Bin Laden, Sadam Husein y Kim Jong Il encabezan una lista de nuevos "poseídos" que promete ser larga. Sus redes traspasan alegremente las fronteras geográficas, ideológicas y religiosas. Entre el integrismo fanático, el narco-marxismo, el tráfico de armas, el blanqueo de dinero negro y la corrupción a gran escala existen puentes y viaductos. Nada hay aquí que autorice el regreso a un equilibrio de tipo europeo clásico, en el que cada Estado se afirmaba soberano tras unas fronteras consideradas infalibles.

Más grave aún: tras los llamados Estados rebeldes se extiende la zona gris de los Estados-padrinos, que arman y financian; tras los grupúsculos del terror, Irán, Corea del Norte y el difunto Irak de Sadam están Rusia, China, Arabia Saudí y Pakistán. La santa alianza de los Estados comprometidos, sin miedo y sin tacha, en la lucha antiterrorista proviene de un mito ingenuo: Rusia aterroriza a la población chechena y su ejército da vía libre a sus impulsos genocidas; en el Tíbet y en el país de los uigures China patina del mismo modo. Poco a poco, la noción de fuerza, de su uso y de su afirmación, cambia de sentido. Las relaciones de fuerza se han convertido en relaciones de destrucción.

Los "bandos" que han dividido a Europa a causa de la crisis iraquí no son en absoluto los "de la paz" y "de la guerra", sino que agrupan exactamente a los rezagados del 10 de septiembre y a los despertados por el 11. Los primeros, con Francia y Alemania a la cabeza, sueñan con un mundo regido por una "multipolaridad" de potencias soberanas que, contra el nº 1, se garanticen mutuamente la facultad de hacer cualquier cosa en el ámbito que pretenden dominar: cada uno es rey en su casa, cada carnicero cuenta con su rebaño, y Sadam, con su pueblo. Frente a ellos, los "coaligados", con EE UU e Inglaterra al frente, habían tomado conciencia de una solidaridad de peligros; aprendieron que una tiranía en Kabul puede aniquilar el corazón de Nueva York y que el poder destructor chapucea sin fronteras. El autor de este artículo considera, evidentemente, que el principio de realidad decide a favor de los hijos del 11 de septiembre. No espera en absoluto convencer a sus lectores con estas páginas, sino simplemente darles motivos para pensar, aunque sea a costa suya.