LOS SOCIALISTAS Y EL CASO ELORZA

Artículo de CARLOS MARTÍNEZ GORRIARÁN en "ABC" del 18-11-02

Hace unos días, el diario «El País» publicaba un excelente artículo de José Ramón Recalde donde el ex consejero de Educación del Gobierno Vasco de Ardanza exponía que, si bien hay mucho que reprochar a los nacionalistas, también tienen su parte de responsabilidad, y no pequeña, los engañados voluntarios, aquellos que se prestan a ser engañados por los mismos una y otra vez. Lo cierto es que esa clase de personas abunda entre los socialistas. Entre los más dispuestos a dejarse engañar por el PNV descuella por cargo y méritos Odón Elorza, alcalde de San Sebastián. A despecho de lo que su partido vota y sostiene, Odón Elorza se ha declarado contrario al Pacto Antiterrorista y a ilegalizar Batasuna. En cambio, encuentra aceptable el plan de Ibarretxe, apoya la fariseica Conferencia de Paz de Elkarri, pide un referéndum que cambie el sistema al gusto nacionalista, e ignora o injuria a colectivos tan apoyados en la ciudad que gobierna como ¡Basta Ya!. En una sociedad menos hipócrita que la vasca se le reprocharía que sus constantes prédicas sobre la necesidad de tolerancia y diálogo son incompatibles con su arrogante ninguneo de quienes osan contradecirle. A simple vista, es incomprensible que el PSOE tolere divergencias tan enormes como las que Odón Elorza se complace en tener sobre puntos trascendentales que afectan a la propia existencia física del partido en el País Vasco. Que el partido que reclama la paternidad del Pacto Antiterrorista presente a un candidato que como alcalde no cumple el auto de Garzón sólo es posible en la tierra de Ternera, ese país invertido donde un terrorista puede gozar la presidencia de una comisión parlamentaria de derechos humanos. Porque una cosa es disentir en cuestiones de conciencia o abiertas al debate, y otra contradecir la estrategia básica de su partido, y precisamente en la lucha contra el terrorismo.

La tolerancia ilimitada de las deslealtades de Elorza contrasta con la marginación reservada a otros socialistas vascos que han obtenido buenos resultados electorales, como Nicolás Redondo, el candidato socialista a lendakari más votado, o Rosa Díez, que mejoró los resultados de su partido encabezando la lista al Parlamento Europeo. ¿Radica la diferencia entre el primero y los segundos en que éstos no estuvieron dispuestos ni a engañar a sus electores ni a dejarse engañar dos veces por un PNV que ya les traicionaba con ETA en pleno gobierno de coalición? Porque, a la vista de tan diferente vara de medir, hay que preguntarse si la vara mide la disposición de cada cual a pactar con el PNV y hostigar al PP. En contraste con el ostracismo de otros, la carta blanca librada a Odón Elorza alimenta la sospecha de que sigue vigente el síndrome del segundón, la vieja propensión de los Jáuregui y Benegas a subordinarse al PNV a cambio de una ilusoria «moderación del nacionalismo». Sin embargo, el proyecto de Ibarretxe representa una amenaza tan seria que los pocos nacionalistas críticos que se atreven a decir lo que piensan -como Emilio y Javier Guevara, o José Luis Cuerda y Joseba Arregui- afirman que el PNV no cambiará hasta que no sea derrotado. Es imposible compartir programa y gobierno con un PNV que busca imponer un régimen étnico-ideológico, que ha proclamado el principio de desobediencia a la legalidad que le estorbe, y que quiere atropellar a la minoría excluida ofreciendo su plan a cambio de paz.

Lo preocupante es que en el PSOE quepa todo menos lo que Maragall llama «españolismo rancio», y que no sería otra cosa que la unidad de acción de los constitucionalistas contra las amenazas de nacionalismo étnico. Desde esa perspectiva hay sitio tanto para un Ibarra que un día clama por la suspensión del Estatuto vasco, como para un Elorza que pretende vaciar de significado la Constitución. En el socialismo centrífugo de Elorza y Maragall estorban valores tradicionales de la izquierda, sobre todo el ideal de conseguir la igualdad fiscal, jurídica y política de todos los ciudadanos con independencia de su origen y lengua. Lo que según ellos se debe favorecer son los derechos históricos y las identidades diferenciales, esas máscaras que encubren los intereses de elites locales. Si el programa socialista admite sin pestañear el nacionalismo apenas encubierto de Elorza y el federalismo antiigualitario de Maragall, si margina el constitucionalismo de Redondo o Rosa Díez, entonces hay razones de sobra para sospechar que en el aparato socialista hay poca convicción para defender el sistema de convivencia amenazado por el terrorismo y, sobre todo, por los disparates étnicos de Ibarretxe.