CAROD TOMA EL RELEVO

 

 

 Artículo de CARLOS MARTÍNEZ GORRIARÁN. Profesor de Filosofía. Universidad del País Vasco  en  “ABC” del 26/02/2004

¿SE puede seguir aceptando la tesis de que Carod-Rovira actúa guiado por una mezcla, quizás explosiva, de ingenuidad y megalomanía? Creo más bien que sus tratos con ETA siguen un cálculo arriesgado, sin duda indigno pero instrumentalmente racional, un poco al estilo de las retorcidas dobleces en las que descollaba Arzalluz. Abunda en esto que su partido, del que sigue siendo secretario general y figura eminente a pesar de las desatendidas peticiones socialistas de retirada, está recogiendo notables beneficios de esa excursión que hasta Ibarretxe ha calificado, con notable fariseísmo, de «grave error político y moral» -pero error facilitado por él prestando la ETB como altavoz de estas indignidades. Tales errores tienen un precio en política, pero no es probable que sea ERC quien corra con los gastos. Explotando la debilidad de sus socios, Carod ha transferido la factura a Maragall y el PSC, que a su vez se han apresurado a traspasarla al PSOE y Zapatero. Lo grave es que, como pasa en las grandes quiebras que arrastran tras de sí todo el sistema financiero de un país, el PSOE puede acabar quebrando bajo el vapuleo de las tensiones nacionalistas y haciendo tambalearse al conjunto del sistema constitucional, como ya pasó por otros motivos en Francia e Italia.

Es público y notorio que los nacionalistas vascos y catalanes, con el auxilio de los gallegos y otros menos importantes, desean abrir en sus respectivos territorios sendos procesos constituyentes disfrazados de reformas estatutarias. En vez de competir entre sí para llegar a la meta en solitario, cada nacionalismo aprovecha la estrategia del otro para reforzar la suya propia, y esa solidaridad medra a costa del concepto constitucional de una nación española cívica y común. Porque lo que hay tras la entrevista entre Carod y ETA es la solidaridad de fondo entre dos formaciones nacionalistas que comparten los fines, aunque la segunda sea una infecta banda de asesinos. Carod, faltaba más, abomina de la violencia y quiere la paz, pero explota esa tregua-farsa que niega haber negociado como palanca de sus propios ambiciones; una simbiosis como la que el PNV intentó jugar en el Pacto de Lizarra. Pero hoy parece que el independentismo vasco se ha estancado y sumido en un lento declive, mientras el catalán se asemeja a una estrella ascendente como esa de la senyera independentista primorosamente dispuesta sobre la mesa por los dos encapuchados que peroraban tranquilamente sus amenazas en la ETB.

El nacionalismo vasco ha sido la locomotora del tren de los etnicismos celtibéricos, pero el empuje abertzale se ha debilitado por la impotencia de ETA y el pobre juego que está dando el Plan Ibarretxe. El papel tractor ha pasado a Cataluña, y en particular a ERC, porque este pequeño partido, populista e insolidario, cuenta con la complicidad de la izquierda maragalliana y de parte de la del resto de España, siempre dispuesta al aplauso de cualquier memez que parezca «alternativa». Pero esta vez la memez es nada menos que un pacto con ETA. Esgrimir la amenaza terrorista para pedir nuevas concesiones a cambio de frenarlo -aunque sólo con declaraciones verbales- es un viejo truco nacionalista, y por su parte ETA necesita, para sobrevivir a Batasuna, un escaparate político alternativo.

Está por ver si ERC conseguirá cabalgar la hiena etarra y si mejora sus resultados defendiendo el inverosímil, inútil y desacreditado «fin dialogado de la violencia», pero es muy posible que arranque votos a un socialismo catalanista empujado hacia el nacionalismo por el discurso y la práctica maragallianas.

La obsesión de Maragall por poner su mando en la Generalitat sobre todas las cosas ya no coincide con el interés del PSOE. Pero la dirección socialista no puede presentar muchas excusas creíbles para defenderse. La cadena de errores que confluyen en Carod comenzó cuando el PSOE defenestró a Nicolás Redondo tras sus buenos resultados en las elecciones autonómicas vascas, dando por agotada la política constitucionalista común contra ETA y el independentismo. En cambio, los malos resultados electorales de Maragall se interpretaron como un triunfo histórico que permitía, por fin, iniciar un ciclo ascendente de alianzas con socios como ERC. Fue la ejecutiva de Zapatero la que quiso pactar con los nacionalistas para desalojar al PP del gobierno. Seguramente no previeron hacerlo en condiciones tan desfavorables como las catalanas, pero quizás en ese punto ya no hubo otra estrategia alternativa.

Este cuento de la lechera ha tropezado con la abultada piedra de los intereses nacionalistas, totalmente opuestos a los del PSOE ... pero no a los de Maragall. La declarada prevalencia de los intereses del terruño catalán sobre los generales ha sido confirmada premiando a ERC en tanto que partido rigurosamente centrífugo y el más coherente con el cultivo del particularismo catalán que pretende el tripartito. ERC retiene su conseller en cap y envía a Carod a Madrid para preparar su retorno a Barcelona cual MacArthur de Canaletas. ERC puede equivocarse o no sobre su futuro político, pero nadie puede negar que no esté explotando astutamente el extraordinario guirigay de una izquierda española cada día más semejante a un Arca de Noé que flota sin rumbo por el mar de la confusión, mientras espera la tierra firme del primer gobierno disponible. Ni los errores, ni la prepotencia ni los abusos en que pueda incurrir el PP compensarán los efectos de un problema que trasciende de la mera personalidad de ZP.

La siguiente jugada de ERC puede ser la de apoderarse de las manifestaciones contra la tregua etarra reclamadas por Maragall. Esta clase de ubicuidad y doblez -con las víctimas y contra ellas- es habitual en los nacionalistas. Semejante evento daría un ejemplo de la solicitada ampliación del Pacto Antiterrorista en un sentido tal que todos puedan firmarlo precisamente porque hacerlo no obligue a nada. El vaciado de la política antiterrorista para convertirla en mera e inútil declaración de indignación moral es cosa vieja. Permite, eso sí, ponerse tras una pancarta contra el terrorismo, convenientemente aguada, y sentarse a la vez a dialogar con los terroristas. Lo bueno de todo esto es la confesión de impotencia que revela la patética «catalanización» de ETA. Y lo malo es la fractura que sus incongruencias, las conveniencias de Maragall y las traiciones de Carod acabarán generando en una izquierda constitucional imprescindible para la democracia.