EXCOGITACIONES Y QUIJOTISMOS

  

 

 Artículo de Luis González Seara   en “La Razón” del 10/05/2004

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

La próxima celebración del cuarto centenario de la salida pública de Don Quijote, debiera ir encaminada a que los españoles aprendan de una vez a distinguir lo que corresponde al noble caballero de lo que es propio del peor Sancho Panza. De paso, se pueden iluminar también las interpretaciones quijotescas de nuestros vecinos. A raíz del reciente movimiento contra la guerra, André Glucksmann dice que se sostiene gracias a un gigantesco proceso de excogitación, y afirma que el neologismo «excogitar» lo inventó Jacques Maritain para caracterizar, no ya una vulgar ceguera del espíritu, sino un arte metódico para quitarse mentalmente los ojos. El neologismo no lo inventó Maritain. Es palabra derivada del latín excogitare, y hace tiempo que el diccionario de la Real Academia lo define como «hallar o encontrar algo con el discurso y la meditación». Lo que sí le dio Maritain es esa connotación de voluntaria ceguera mental, que no se contenta con ocultar las realidades desagradables, sino que se esfuerza en prohibir la posibilidad misma de que existan tales circunstancias. Una buena excogitación debe inmunizar contra los desmentidos de la realidad.Y, así, en el caso de la guerra, el hecho de su presencia cotidiana en el mundo de ayer y en el de hoy, no es obstáculo para que se declare abolida. No se trata de una plausible condena moral de la guerra, del hambre o de la tortura. Se trata de considerarlas suprimidas por decreto, atribuyendo a una intervención diabólica su presencia en un mundo justo y benéfico, en el que el excogitador es el justo y los otros los perversos. Dicho esto, se comprende mal que Glucksmann afirme que Don Quijote fue, en cierto sentido, el primer excogitador moderno, porque «la separación entre los sueños en los que vivía y la realidad contra la que se estrellaba no preocupaba al caballero español», echando la culpa de los desmentidos que le inflingía la experiencia a los magos y gigantes perversos. Para empezar, nunca Don Quijote pensó eliminar el mal y la injusticia por decreto voluntarista. Al contrario, estimaba necesaria la acción, el combate, la intervención de su espada. Don Quijote pensaba que existir es obrar, aunque sus empresas resultaran quiméricas. Fue un héroe derrotado. Pero jamás creyó que hubiera heroísmo en la retirada, antes de combatir. Del alma castellana, escribe Unamuno, vivo como ella, brotó Don Quijote. Y se abrió al mundo, proclamando que si algo es hermoso y justo, entonces es verdad. No es un excogitador que quiera inmunizarse contra los riesgos y peripecias de la realidad. Al contrario, los afronta, aunque esté solo y vaya de descalabro en descalabro. Ni huye cobardemente, ni pasa factura por sus servicios. Es un soñador del ideal, aunque choque con la realidad. No es un Sancho pendiente de ganar la ínsula. Y en él nunca anidó el odio, esa lacra que, según Ortega, se apoderó hace tiempo de la morada íntima de los españoles. Vencido el caballero, los excogitadores prosperan, sin aventurarse ya para nada por los campos de Montiel.