TINIEBLAS DE LA MORAL

 Artículo de Luis González Seara  en “La Razón” del 14/06/2004

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

El Occidente europeo vive en pleno desconcierto. La dura realidad de un mundo peligroso y caótico, que le repugna moralmente, ha venido a sustituir el optimismo ingenuo desatado por la caída del muro de Berlín y el hundimiento del comunismo y del imperialismo soviético. Durante la guerra fría, las dos superpotencias se vigilaban en el equilibrio del terror, atentas a lo que pudiera ocurrirles a los alineados en cada bando en cualquier lugar del mundo. Ahora, eliminada la rivalidad entre los dos imperios ideológicos y establecida la indiscutible superioridad militar y política del único imperio hegemónico, no está claro a quien le corresponde intervenir en los continuos conflictos y guerras que se suceden en diversas partes del globo. Una retórica banal, que se pasa el tiempo divagando sobre la mundialización, la aldea global y la sociedad del riesgo, no da pista alguna para legitimar, imponer o aconsejar la intervención, la ayuda humanitaria y el envío de tropas a cualquiera de los puntos calientes y catastróficos del mundo: Croacia, Kosovo, Golfo Pérsico, Afganistán, Somalia, Ruanda, Burundi, Angola, Filipinas, Oriente Medio, Chechenia, Sri Lanka, Zaire, Haití, Iraq, Líbano y tropecientos más. Se habla mucho de la ONU, que ha ido casi siempre de fracaso en fracaso. Y se habla aún más de solidaridad, como rasgo distintivo de la moral presente; de las estrategias de apoyo; de la conciencia cosmopolita; de la exigencia ética de evitar o parar el genocidio y frenar las matanzas. Sin embargo, a la hora de adoptar una decisión, todo ese universalismo moral basado en la solidaridad se diluye en la más pura impotencia e indefinición. ¿Quién tiene la obligación de intervenir allí donde se produzcan crímenes contra la humanidad? ¿Cuándo se debe emplear el uso de la fuerza para evitar una masacre o guerra civil? ¿Cuándo es legítimo apoyar una minoría que quiere separarse de un Estado? ¿Dónde está el límite entre la ayuda humanitaria y logística y la intervención armada? ¿Cómo se protege mejor a la población civil en caso de conflicto bélico? ¿Cuál es el grado de exigencia económica o militar que se puede establecer para cada país? Si no se avanza en este orden, lo demás es mera palabrería ¿Hay que hacer algo! ¿No se puede tolerar! ¿Abajo los tiranos! ¿No a la guerra y las masacres!: he ahí un ejemplo de falsa conciencia pacifista y humanitaria, si no se está dispuesto a gastar un solo euro ni arriesgar un único soldado por tan justa causa. No debe sorprender que se extienda por nuestra época un sentimiento de repugnancia moral, similar a la que expresaba J. Conrad en «El corazón de las tinieblas» respecto del viejo imperialismo europeo, donde los belgas del Congo parecían dispuestos a exterminar a todos los salvajes que no se integraran en su visión civilizadora. Nuestra moral yace en tinieblas, perdida entre la globalización y el caos, a la espera de un nuevo Conrad que ayude a convertir la repulsa moral en compromiso político y seguro.