GUIRIGAY MULTICULTURAL

 

 Artículo de Luis González Seara  en “La Razón” del 05/07/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

Es una obviedad hablar de la crisis cultural de Occidente, y más específicamente de la crisis de Europa. Y es comprensible la insistencia en el lamento. El fracaso político y moral de las grandes potencias europeas, tenía que reflejarse en su conciencia. Las dos guerras mundiales, la explosión de la barbarie, culminada en el holocausto judío y el exterminio del gulag; la ambivalencia de las Iglesias varias, bendiciendo a la vez a los asesinos y a las víctimas; y los silencios cómplices de sociedades, de grupos y de individuos, más o menos atemorizados, más o menos contemporizadores, fueron factores más que suficientes para extender esa conciencia de fracaso y de culpa de la vieja cultura de Europa. El sentimiento de superioridad de esa civilización se vino abajo, agravada por el fin de la supremacía política y los imperios coloniales de los europeos, ante la emergencia de las dos grandes superpotencias vencedoras, que se enfrentaron durante medio siglo en la «guerra fría»: la democracia capitalista norteamericana y la dictadura totalitaria soviética. Es comprensible que especialmente los jóvenes, desconcertados y horrorizados ante tanta locura bélica, ante tanta destrucción ecológica, material y moral, hayan reaccionado, con el lenguaje de las flores o de la revuelta radical, contra el eurocentrismo y la prepotencia étnica y cultural de Occidente, volviendo su mirada hacia otras culturas. A veces, incluso demasiadas veces, esa reacción ha llevado a la búsqueda de inexistentes jardines edénicos y de utópicas repúblicas inocentes entregadas a la justicia virtuosa. Pero, en cualquier caso, se trata de un legítimo impulso de reparación por el daño causado, y de búsqueda de nuevas «verdades», que den más tranquilidad de espíritu a la conciencia, aunque sea a costa de silenciar otros horrores y otras insensateces de las nuevas identidades. La moda del multiculturalismo tiene sus justificaciones, pero resulta preocupante que tal moda esté arrasando viejos valores y libertades, conquistados con mucho sufrimiento y esfuerzo, en el avance histórico de la libertad. La exaltación del multiculturalismo y el culto de la diversidad pueden llevar a una relativización axiológica que entronice el despotismo en aras de la protección del grupo, etnia o credo que más pueda perjudicar a la libertad y dignidad de los humanos. Una ideología fundamentalista e intolerante, una identidad asesina y terrorista, una secta racista y ególatra no son una bendición multicultural, ni constituyen una diversidad enriquecedora. Son un peligro, una peste y una lacra para una sociedad que aspire a convivir en libertad. Hay que denunciar el verbalismo vacío que quiera encubrir, con referencias oscuras al pluralismo y la diversidad, las prácticas sectarias, intolerantes y antidemocráticas que puedan darse. Y hay que ensalzar el pluralismo que llegue como una promesa de luz y libertad para los ciudadanos. Sólo en este sentido cobra relevancia la España plural, invocada en mítines y discursos. Y con la nueva devoción multicultural sucede lo mismo.