PERO, ¿DÓNDE ESTÁ EL TÚNEL?

 

Artículo de SAMUEL HADAS en "La Vanguardia" del 24-9-02

La ilusoria calma duró apenas poco más de un mes. Mientras la "intifada" palestina "celebra" en estos días su segundo aniversario, palestinos e israelíes retornan a la normalidad, que en esta parte del mundo sólo significa más atentados terroristas suicidas y las consiguientes represalias. La bomba humana que el 19 de este mes voló un autobús en pleno centro de Tel Aviv, frente a la Gran Sinagoga, que causó seis muertos y más de sesenta heridos y la fulminante respuesta israelí, que aisló nuevamente a Yasser Arafat en Ramallah, con lo que se reanudó el cerco de su residencia, después de demoler gran parte de los edificios adyacentes utilizados por su personal y reforzó el asedio a casi todas las ciudades palestinas, ha restaurado un estado de "normalidad" que en los últimos dos años ha causado más de dos mil muertos y decenas de miles de heridos, el desmoronamiento económico y social de los territorios palestinos, así como graves perjuicios a la economía israelí y, sobre todo, ha creado un abismo prácticamente infranqueable entre las sociedades israelí y palestina. Los acuerdos de Oslo se han desplomado y ha cundido el desánimo entre aquellos que intentaron la conciliación entre israelíes y palestinos.

Los diplomáticos que intentaron nuevamente domeñar la violencia no disfrutaron esta vez de la pausa veraniega. Pero sus esfuerzos, que en algún momento parecieron dar algún fruto, no fueron otra cosa que un ejercicio de "diplomacia souffle": mucho aire y poca materia. Y el nuevo atentado terrorista ha puesto en entredicho nuevamente cualquier propósito de rescatar a israelíes y palestinos del fango. Quien estas líneas escribe, intentando una analogía que permita una descripción de la situación, utilizó en más de una oportunidad el símil del túnel y la luz, recurrencia favorita de los comentaristas que intentan explicar la situación: la conferencia de Madrid (1991) y los acuerdos de Oslo (1993) permitieron divisar, por vez primera, la luz al final del largo y tortuoso túnel que conduce a la paz entre israelíes y palestinos. Pero al final de la luz sólo surgió un nuevo y oscuro túnel. La luz que se vio nuevamente con las negociaciones impulsadas por el presidente Bill Clinton no fue sino el resplandor del estallido del incendio causado por la "intifada". Pocos meses atrás, un diplomático estadounidense, involucrado en las negociaciones durante años, comentaba que subsiste la luz al final del túnel, pero nadie sabe cómo introducir en él, simultáneamente, tanto a Ariel Sharon como a Yasser Arafat. Pero hoy, aunque sabemos cómo se ve la luz al final del túnel (seguridad para los israelíes, soberanía para los palestinos), todos nos preguntamos dónde está el túnel.

La situación provoca profunda consternación incluso entre los más optimistas. No obstante, hay quienes no cejan en sus esfuerzos. El "cuarteto", el grupo integrado por Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y la ONU, acaba de presentar un nuevo programa de paz en fases, que exige de los palestinos el cumplimiento firme de cooperación en materia de seguridad y reformas institucionales, así como la re-tirada israelí de los territorios reocupados durante la "intifada" y la creación de un Estado palestino en el 2005. El eurodiputado Sami Naïr, en un artículo publicado en "El País" el 25 de julio, nos recuerda que se han intentado todas las soluciones y que ninguna ha logrado resistir al fanatismo de los más extremistas de ambos bandos. El verdadero problema es éste y no la viabilidad de una solución negociada. Pero la nueva iniciativa tendrá que esperar. Los ánimos exacerbados de los israelíes y palestinos, la incapacidad de Arafat de controlar a aquellos que buscan hacer descarrilar definitivamente el proceso de paz así como la negativa de Sharon de considerar una alternativa política mientras prosigan los actos de terror (y seguramente incluso aunque éstos cesen) hacen casi imposible cualquier avance. El tan deseado "horizonte político" sigue siendo víctima de la letal espiral de violencia. El horror y la ira de los israelíes y la incapacidad de los palestinos para comprender que el terrorismo y la violencia no acercarán la solución seguirán impidiendo todo intento serio de reanudar el proceso político. Ambos dirigentes constituyen en estos momentos el principal obstáculo en el camino de las negociaciones. Ambos buscan la "victoria" pero este es un conflicto en el que no habrá vencedores: solamente vencidos. El único objetivo de Sharon es hoy eliminar políticamente a Arafat. La durísima represalia al acto terrorista en Tel Aviv reivindicado por la fundamentalista Hamas no es sino una nueva etapa en el logro de dicho objetivo, proclamado ya de forma abierta. La negativa de Sharon de ofrecer un horizonte político priva a los palestinos de incentivos para negociar. Por su parte, el líder palestino, que al superponer las dos guerras palestinas (la legítima por su autodeterminación y soberanía y la de los terroristas que buscan la destrucción de Israel) ha perdido toda legitimidad frente a los israelíes, seguirá aferrándose al poder, intentando diluir reformas exigidas también por su pueblo ante el temor -plenamente justificado por cierto- de que su poder será menoscabado. Y seguirá haciendo poco o nada para desmantelar la infraestructura terrorista.

En la comunidad internacional crece el consenso sobre su responsabilidad para poner fin al conflicto, escribe Terje Larsen, enviado del secretario general de la ONU para Oriente Medio. Todos saben, sin embargo, que, mientras Estados Unidos no vuelque todo el peso de su influencia, nada se moverá. Pero nadie ignora que la Administración del presidente George W. Bush tiene actualmente otra prioridad: eliminar a Saddam Hussein. Todo lo demás seguirá condicionado a este propósito.

SAMUEL HADAS, analista diplomático; primer embajador de Israel en España