IBARRETXE, ETA Y EL 22 DE DICIEMBRE

Artículo de RAMÓN JÁUREGUI, diputado socialista por Álava, en "El Correo" del 18-12-02

El pasado 1 de diciembre, ETA dijo no al plan de Ibarretxe. En su comunicado, revestido de esa fraseología violenta que tanto gusta a nuestros terroristas y a sus acólitos, ETA desprecia el proyecto político que presentó el lehendakari y reitera su voluntad criminal. A los pocos días, sólo 48 horas después, el lehendakari sorprendió a propios y extraños convocando en solitario una manifestación contra ETA bajo el lema 'ETA kanpora/ETA fuera'. Varias conclusiones pueden extraerse de estos acontecimientos.

Primera. No hay solución política para la violencia. Todos sabemos que Ibarretxe está empeñado en ofrecer a la izquierda abertzale una plataforma de unidad nacionalista basada en un proyecto político hacia la independencia, sin violencia. Lo hizo en Lizarra, con tregua indefinida por medio y lo ha hecho ahora con su plan, ante la ilegalización judicial y quizás política, de Batasuna. Que ETA desprecie esta oferta sólo puede entenderse en dos claves: la primera responde a la vieja y profunda querella que la izquierda abertzale mantiene con el PNV y a su rechazo visceral a que este partido protagonice o rentabilice su historia y 'su lucha'. La segunda confirma una trayectoria de fundamentalismo, inasequible a cualquier razonamiento. ETA sólo quiere imponer su proyecto máximo y éste es un imposible, por razones de todos conocidas.

La conclusión es clara. Con ETA no hay nada que hacer (políticamente hablando), excepto acabar con ella. Veinte años de negociaciones públicas o secretas, en Argel o en Santo Domingo, en las cárceles francesas o en Ginebra, en Lizarra o con el plan Ibarretxe, para ser un Estado libre asociado, han demostrado que ETA mantiene su fanatismo violento, su quimera de la Euskadi irredenta. Jamás ha cedido nada. Jamás ha renunciado a algo. Jamás ha pactado. No saben. No pueden y no quieren. Son prisioneros de una lógica militarista, de una subcultura violenta y de una paranoia fanática, sin remedio. Que el nacionalismo democrático tome nota de estas evidencias sería muy útil para recuperar la unidad democrática y una estrategia consensuada de pacificación.

Segunda. Han pasado tres meses desde que Ibarretxe anunciara su plan. El balance de su campaña informativa no puede ser más pobre. Excepto su Gobierno, nadie lo apoya. Los rechazos más sonoros han sido los económicos, empresariales, los intelectuales, la universidad, los movimientos sociales y pacifistas, la prensa internacional. Están produciendo un sonoro vacío sobre esta propuesta. La inversión exterior en el País Vasco ha caído un 90% en este año y crece la sensación de que este clima político que ha generado el lehendakari con su plan perjudicará seriamente los mercados, las expectativas económicas y el bienestar general de los vascos.

Todo el mundo sabe que el plan divide a la sociedad vasca peligrosamente e impone un proyecto de más nacionalismo (hasta la independencia en la práctica y en el futuro) a una mitad larga de la población que no quiere ese destino. Pero si el plan fuera la llave de la paz me temo que algunos, aunque engañados o resignados, lo acabarían apoyando. Ahora sabemos que tampoco sirve para eso. A ETA no le basta. Entonces, lehendakari ¿para qué sirve esto? ¿Qué sentido tiene introducir semejante conflicto en nuestras relaciones políticas y sociales sin ninguna virtualidad como proceso de paz? ¿Para qué persistir en una fórmula que sólo trae perjuicios? Urge reconducir una situación política bloqueada en todos los sentidos: bloqueo en los Presupuestos y en la gobernación del país, en las expectativas económicas, en las relaciones con la oposición y con el Gobierno central, en los esquemas de pacificación y en el marco político de juego sobre el que asentar nuestro futuro.

Tercera. La manifestación del día 22 en Bilbao está muy mal convocada. Si de verdad se desea una respuesta unitaria contra ETA que incluya a toda la sociedad democrática y principalmente a quienes sufren su violencia, debieran haberse pactado con ellos las condiciones de la convocatoria.

Al no hacerlo así, el lehendakari ha dado pie a todo tipo de conjeturas sobre sus intenciones. Pero sean éstas cuales sean, hay dos buenas razones para acudir el día 22 a esa manifestación contra ETA. La primera es precisamente abortar cualquier pretensión de convertir esa convocatoria en un nuevo ejercicio de equidistancia política entre ETA y el Estado. Si el lehendakari pretendía que el 'ETA kanpora' del día 22 fuera la respuesta al comunicado de la banda rechazando su plan, nada mejor que una manifestación plural, con fuerte presencia de víctimas y de autonomismo constitucional, para evitar esa interpretación política. Si el lehendakari quiere que esta manifestación pueda parecer o percibirse como un apoyo indirecto a su plan, nada mejor que acudir ostensiblemente a ella quienes no compartimos sus proyectos, para dejar claro que allí se está contra ETA y punto. Nada más (y nada menos).

Pero es que además tenemos que legitimar y acreditar la necesidad de la unidad democrática. Aunque otros no crean en ella. Aunque el PNV y el lehendakari estén en otra estrategia y busquen más «la unidad nacionalista». Aunque resulte difícil coincidir detrás de una pancarta contra ETA en esta situación de creciente división política y social. A pesar de todo, tenemos que ser capaces de poder seguir diciendo no a la violencia, ese 90% largo de pueblo vasco que quiere la paz y condena a los terroristas.

Quienes hemos defendido la unidad democrática desde siempre, desde el Frente Democrático de los primeros 80 hasta el Pacto de Ajuria Enea que otros dilapidaron en 1998; quienes creemos que nuestra división les fortalece y que un proceso de aislamiento y deslegitimación democrática de la violencia tiene que acompañar la desarticulación policial de la banda, tenemos que proclamar y ejercer la unidad como terapia y como actitud, para que la unidad de los partidos e instituciones democráticas traslade a la sociedad el convencimiento de su victoria y a los terroristas la seguridad de su derrota.