EL CIRIO DE MESOPOTAMIA



  Artículo de José Javaloyes en “La Estrella Digital” del
27.08.2003

 

Dos interrogantes capitales penden sobre Iraq. El atentado de Nayaf contra el ayatolá Al Hakim, estrella mayor en el firmamento político iraquí, ha sido episodio que añade modificación cualitativa y supone un salto adelante en la complejidad de la posguerra. La ignición del frente religioso –tanto da que exprese una pugna entre facciones o sectas, o que resulte de una acción del residual sadamismo suní contra los chiíes mayoritarios del país (más de un 60 por ciento de la población) – edmpuja a dos preguntas de fondo.

Una pregunta: la de la viabilidad del proyecto democrático para después del doble periodo de transición, es decir, desde el actual Consejo de Gobierno, instrumento de la autoridad militar de ocupación, a una Administración soberana que establezca el sistema de libertades. Otra pregunta, quizá previa a la primera: la del propio Iraq como proyecto posible. Contra una idea y contra la otra pugna el proceso de “libanización” (doble espiral, de violencia y de complejidad) de ese conjunto mesopotámico de tan variados factores – étnicos, culturales, religiosos –. Conjunto cuyo inestable equilibrio y cuya conflictividad potencial se disparan, a cada semana que pasa, por uno u otro de sus costados.

El atentado de Nayaf viene a complicar mucho más las cosas que ya estaban complicadas. Objetivamente, se trata de un factor de guerra civil, al margen de quienes hayan sido sus autores. Ha sido violencia que no ha tenido como blanco a las fuerzas militares de ocupación, ni a una embajada extranjera ni, tampoco, a la sede de una representación internacional, como la Delegación de la ONU.

Un hipotético escenario de guerra civil a varias bandas no sólo oscurece el propuesto futuro iraquí en democracia; lo que hace, más en el fondo, es bloquear la propia viabilidad de Iraq como nación. Habrá que recordar, una vez más, que fue el petróleo el factor determinante de la creación del Estado iraquí, hace 80 años. Cuando, después de la Paz de Versalles, estaban los kurdos con las maletas hechas y esperando en la estación, para montarse en el tren de su soberanía por medio de un Estado propio, se cruzó el petróleo de Kirkuk. Fue desviado el expreso aquel, procedente del desmantelamiento del Imperio Otomano, derrotado en la Primera Guerra Mundial.

Viable el Estado iraquí desde el plano de los factores económicos – con espacio, población, agua y petróleo en proporciones menos que adecuadas, estrictamente ideales -, el proyecto partía, sin embargo, de un cúmulo poco superable de factores adversos en lo correspondiente a las religiones, las etnias y las culturas. Otras herencias de la entonces llamada Guerra Europea vendrían a complicar aun más las cosas. La siembra que se había hecho del nacionalismo por parte de las potencias aliadas, introdujo una dinámica de desestabilización del Oriente Medio cuyas manifestaciones más expresivas son el propio conflicto iraquí –que tiene en su seno la cuestión kurda, como una bomba de tiempo – y el problema palestino. Los vencedores en aquella guerra retribuyeron cumplidamente a los nacionalismos semitas movilizados contra el Imperio Turco, pero no a los arios del Kurdistán. Los árabes tuvieron sus Estados y los judíos su Declaración Balfour, que les prometía un Hogar Nacional. Hubieron éstos de esperar a que la guerra mundial siguiente acabara, y de pasar por el Holocausto nazi, para que en 1948 se les hiciera el pago prometido.

La complejidad iraquí, el cirio de Mesopotamia, es el quemante vértice de esa asimetría histórica que han dejado como aluvión, en el Oriente Medio, las dos guerras mundiales y las particulares que han librado entre sí árabes y judíos. El problema de la viabilidad del Estado iraquí dentro equilibrios elementales es cuestión paralela, incluso previa, a la de la libertad soberana y política de sus gentes. Son cosas, en fin, que se columbran desde el atentado de Nayaf.