EL NO EUROPEO AL MANGONEO

 

 Artículo de José Javaloyes en “La Estrella Digital” del 16-6-04

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

El no europeo al mangoneo franco-alemán es una de las muchas lecturas o interpretaciones a que se presta la cualificada abstención registrada en las elecciones al Parlamento de la UE. ¿Qué entusiasmo pueden generar, entre los electores, episodios como el de la suspensión de la ley que sanciona las infracciones del Tratado de Estabilidad, porque los infractores de esa norma, a través de sus desequilibrios fiscales reiterados, son precisamente las naciones grandes que se empeñan, además, en que el poder europeo se reparta, con el Tratado Constitucional, del modo más conveniente para ellas?

No pueden ser ajenos los europeos que componen la Unión de los 15, en su sensibilidad, a un panorama político de esta naturaleza. ¿Acaso se les supone desinformados de la sustancia y lo más llamativo de este asunto, o es que simplemente se pretende insultar a la inteligencia de los votantes? En condiciones institucionales como las presentes, de tan desigual reparto de atribuciones entre el Parlamento y las instancias ejecutivas de la Unión, la convocatoria de unos comicios para elegir a los diputados de esa Cámara hubiera tenido aceptación suficiente —incluso aceptación entusiasta en el contexto histórico de la muy reciente ampliación— si el clima político y la práctica europea hubiera discurrido de otro modo que el definido por el abuso de los grandes. Un abuso en el referido asunto del déficit fiscal impune, como en la propia gestación del cambio en la construcción europea, que ha ido del reparto del poder político pactado en el Tratado de Niza a la instrucción franco-alemana para que Valery Giscard d’Estaing, presidente de la Convención Europea, introdujese en el proyecto de Constitución un criterio distinto de reparto de poder; criterio instrumentado con el principio de doble mayoría, mediante el cual se institucionalizaría la Europa de las dos velocidades y los dos géneros de capacidad política (además de instalar en Estambul el otro pivote de Europa, si la Turquía del recrecido islamismo se acaba por instalar en la Unión como miembro de pleno derecho).

Desde el realismo o desde el cinismo político cabría haber dicho aquello de que no hay más cera que la que arde. Pero cosa así no podía merecer más que lo sucedido: la abstención electoral como forma de rechazo. Eso no es capaz ilusionar a nadie, y menos que a ninguno a los europeos incorporados. Las gentes de las pequeñas naciones, que vienen de los bloques y de los imperios, de las dictaduras y del antiguo régimen, o sea desde un pasado de soberanía limitada, distinta de la propia de un proyecto para iguales, no podían menos que expresar su desencanto, su abstención, ante un espectáculo como el deparado por el impropiamente llamado “corazón de Europa”. Más preciso sería hablar de estómago que de corazón, por aquello de la homofagia nacionalista del eje franco-alemán, que reproduce endogámicamente su voluntad de imperio al constitucionalizar sus propios desafueros, como el perpetrado, en aquel Consejo del Ecofín, al suspender la ley de disciplina presupuestaria que habría de sancionarles.

Como en el caso español la referencia electoral que ha prevalecido en la campaña del Gobierno ha sido la que identificaba Europa con la política
franco-alemana, el aliciente negativo, el reflejo disuasorio, se ha dejado notar de forma muy acusada. Las conclusiones de ello parecen especialmente claras para lo que se haga en estos pocos días que restan hasta el 25. La atonía electoral española del domingo —como tantas más—, el desencanto europeo, no encontrará su remedio, ciertamente, en las complacencias con los mangoneos del eje franco-alemán y las sevicias del detestable Giscard d’Estaing.