GLOBALIDAD Y TERRORISMO


 Artículo de José Javaloyes, periodista,
en “La Razón” del 05/09/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 


La detectada presencia por los servicios secretos rusos de nueve terroristas árabes entre los secuestradores del centro escolar de Beslan, en Osetia, confirma espectacularmente la vis expansiva del terrorismo islámico. Integra éste en su onda, más allá de lo incidental y episódico, gentes no árabes: así chechenos y otros nacionales del espacio euroasiático. Parece como si el Islam, igual que pasto reseco, estuviera dispuesto a arder con la tea terrorista de sus adeptos politizados, movilizados, militarizados.
   El integrismo musulmán facilita enormemente el proceso: de la religión hace política y de la política religión. Es la condición mecánica para el incendio. Pero esta condición dormía, era globalmente inerte hasta la anterior contienda de Afganistán, cuando fue despertado por EE UU y sus aliados del Golfo. Se reclutó la fe islámica para combatir a la impiedad soviética, implantada en el país que se resuelve en desfiladero hacia los caminos del Asia profunda. La URSS se cernía de tal manera sobre el petróleo árabe, apalancada en el propio despliegue militar y en el apoyo político de un Gobierno títere de Moscú. Los soviéticos insistían, sin embargo, en que lo suyo, lo que buscaban, no era el petróleo de los árabes. Querían cortar el paso a la entrevista desestabilización islámica de sus repúblicas orientales.
   Aquella movilización del integrismo islámico contra el asentamiento soviético en Afganistán fue un éxito para EE UU y sus aliados árabes del Golfo. En términos de coste, sin embargo, ha resultado una catástrofe histórica. El integrismo islámico, en la primera guerra de Afganistán, ardió contra la URSS, y ahora, ese integrismo arde contra todos: Rusia, EE UU, cuanto huela a Occidente y lo que sea ajeno a lo musulmán. Desde aquel fuego puntualmente prendido en el último gran episodio de la Guerra Fría, el del tebeo de Rambo, viene ahora la llama global del terrorismo islámico. Un fuego que nos quema a todos: a rusos, a españoles, a norteamericanos. Los islamistas se orientan por la luz colosal del 11 de septiembre del 2001.
   Por larga que sea la historia de las tensiones y enfrentamientos entre Chechenia y Moscú, lo sucedido en Beslán, por sus características de horror, crueldad y barbarie tiene mucho más que ver con el fanatismo islamista de la última generación de los llamados «afganos» (pues se curtieron en la campaña de Afganistán contra los soviéticos) que con las facturas que el nacionalismo chechenio pueda tener pendientes por la destemplada represión rusa a lo largo de más de dos siglos. Hay que recordar la crueldad extrema del terrorismo islamista argelino contra sus propios connacionales. Las decenas de miles de muertes causadas en su última campaña no guardan proporción ni nexo causal con el golpe militar que barrió de un escobazo la victoria de los islamistas en las primeras elecciones celebradas en Argelia, a la salida de la dictadura del Frente de Liberación Nacional.
   La dinámica del terrorismo islámico es ajena a toda idea de proporción o de adecuación entre motivos y propósitos con la violencia y la crueldad puntualmente desplegadas. Se ha probado hasta el espanto y la náusea con los niños osetios de Beslan, pero también se está probando en la interminable posguerra de Iraq; en la bestialidad de los ataques contra la población civil de Israel –por más que el Gobierno de Sharon no discrimine en sus represalias ni evite cuanto pueda alentar esa demencia–; en el referido e inmediato pasado argelino; en los ataques terroristas de Casablanca; en el 11 de marzo de este año… No hay en el terrorismo islámico razón, por poderosa que pudiera ser, que no se pierda, anule y desaparezca por la brutalidad humana y la saña teológica que ese fanatismo aplica en sus actuaciones.
   Es verosímil la explicación dada por las autoridades rusas sobre el modo como se desencadenó la carnicería de Beslan: que la explosión accidental de uno de los artefactos dispuestos los secuestradores, en el minado centro escolar, desencadenara el tiroteo y la muerte entre los rehenes. Pudo ser perfectamente así, luego de las manifestaciones de Vladimir Putin contra la eventualidad, en principio, de una actuación armada contra los terroristas. Verosímil por lo elevado del coste político de una actuación como aquella de hace dos años en un teatro de Moscú. Pero lo que no resulta verosímil es que a estas alturas, con el grado de metástasis alcanzado por el terrorismo islámico, no se hayan concertado las políticas de las grandes potencias –la propia Rusia y Estados Unidos, potencia máxima– para una actuación conjunta contra un problema de esta naturaleza. En este sentido, más que de «choque de civilizaciones» a lo Huntington, de lo que habría que hablar, propiamente, es del choque contra las civilizaciones por parte de la barbarie islamista, tan capaz de poner una cabeza teológica de potencia nuclear en cualquier conflicto político o bélico.
   Luego de mirar atrás sin ira, y de advertir cuán inmenso error fue aquella movilización antisoviética, en Afganistán, del integrismo durmiente del sunismo wahabí, cabe decir y preguntarse si errores como aquél fueron globales y contribuyeron decisivamente a la eclosión del terrorismo en el mundo islámico, no cabrían ahora, contra los errores aquellos, aciertos globales también capaces de parar, templar y resolver la embestida terrorista del islamismo integrista. En Occidente había brotado antes el terrorismo izquierdista, durante la Guerra Fría y como una de sus secuelas. Asimismo se acuñó durante ese tiempo el terrorismo de Estado, como barbarie inducida por el terrorismo revolucionario.
   Al aire de los radicalismos de Mayo del 68, paralelos al sovietismo, surgieron dentro del capítulo europeo ETA en España, las Brigadas Rojas en Italia y la Baader Meinhof en Alemania; en el asiático, el Ejército Rojo japonés, y en el Cono Sur de América los Tupamaros de Uruguay, los Montoneros y las gentes del ERP que prendieron fuego literalmente a la Argentina, los miristas del castrismo y otros radicales que sacaron de carril la Unidad Popular de Allende. Todos en su conjunto arruinaron las democracias de esa región y trajeron las dictaduras. Y todas las izquierdas europeas fueron benevolentes con este otro terrorismo, al que absolvieron con distingos bajo la condena sin paliativos a las dictaduras que lo reprimió.
   Todos los terrorismos de la segunda mitad del Siglo XX fueron secuelas de la Guerra Fría. El terrorismo islámico también lo es. Pero ahora, por medio de los correspondientes ajustes en la relación ruso-americana, éste puede ser combatido y sustancialmente derrotado como lo fueron los otros. Pero con la ley y el Estado de Derecho.