HASTA ITALIA AGUANTÓ EL TIPO EN IRAQ

 

 

Artículo de  José JAVALOYES  en “La Razón” del 29/09/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 


La liberación de las dos cooperantes italianas y la de otros extranjeros que habían sido también secuestrados en Iraq parecen dar un cierto giro a la inseguridad global en que permanece sumido el país. Mejor suerte han tenido las dos jóvenes que su compatriota periodista que fue asesinado por sus captores. Pero los dos colegas franceses continúan en paradero desconocido desde el 24 de agosto, aunque el Gobierno de su país pudiera haber pactado con quienes les secuestraron la fórmula de proponer la incorporación de los sectores de la Resistencia a la conferencia política internacional sobre el conflicto iraquí. Aunque el secuestro fue por la cuestión del velo islámico, el pago puede tener otra naturaleza política. Como la propia de las cooperantes italianas. En este caso el cambio ha sido el pago de un millón de dólares y no la retirada de las tropas italianas. El terrorismo tiene también su zoco en Babilonia. Previo pago, por lo que se ve, pueden evitarse degollinas y decapitaciones. Con dinero por medio, ser extranjero en Iraq deja de ser pasaporte para la muerte. Lo que ocurre entre el Éufrates y el Tigris tiene algo más que sólo una lectura para españoles. El mismo día en que el terrorismo islámico atentaba contra la Embajada australiana en Indonesia, en vísperas de elecciones, el presidente Rodríguez invitaba en Túnez a los gobiernos con fuerzas en Iraq para que siguieran su ejemplo. La ocurrencia tunecina se probaba como desatino mayor aún que la orden de repliegue. Sumaba a la defección de entonces con los aliados la reiterada obstrucción a la ONU. España había suscrito la Resolución 1.546, legitimadora de esa fuerza multinacional cuya disolución invoca el Meternich leonés y cuya presencia no han afectado secuestros ni atentados. No le ha importado mucho el nexo entre su decisión primera y el disparo de la actual dinámica de asesinatos, secuestros y extorsiones. Tras de la defección española el terrorismo islamista se ha precipitado torrencialmente por esa brecha. El atentado pre electoral de Yakarta y el discurso del envalentonado Al Zarqawi, prometiendo la victoria en Iraq y Afganistán, enmarcaban el disparate tunecino. La deserción supo a engaño entre los propios y alentó a los islamistas. Al errado Bush de la guerra de Iraq no le ha faltado razón en esto. Para el terrorismo islámico, las rentas del 11 de marzo permitían muchos sueños; especialmente por su repercusión electoral en España, dentro de Iraq y fuera de Iraq, como se ha demostrado también en Rusia al aire de las presidenciales chechenas. Pero los alcances últimos de estos sueños eran impensables. De ahí que los franceses tampoco pudieran columbrar que caerían piedras sobre el tejado de su política. Mucho relanzó y alentó Rodríguez la determinación islamista.
   La retirada de Iraq fue el segundo escalón de rentas del 11-M. Aquellas bombas de Atocha –guiadas por control remoto–, además de tumbar a un Gobierno, consiguieron invertir, con daño a los aliados, la estructura diplomática y los compromisos exteriores del Estado. La bobada de Túnez sería después la rúbrica, y el pórtico de la convocatoria en la ONU de una alianza entre Occidente y el islam. Pero a lo que íbamos. Para los autores del 11-M, el rumbo quedaba claro: las acciones se podían extender, desde Iraq, contra la nación que fuera, y por otros motivos que los de la guerra. Podrían alcanzar incluso a la propia Francia, que se había opuesto a la contienda, y a la misma Rusia, alineada en ello con Francia. Se había evidenciado, para terroristas de toda condición, que Occidente, por el punto español, tenía el vientre más blando que lo pensado.
   La estrategia islamista, desde la multinacionalidad, está diseñada al aire de sus propios objetivos: más allá de los conflictos que cursan en Oriente Medio. Es algo que ya se sabía desde la detención de «El Egipcio», supuesto diseñador del 11-M. Los atentados se decidieron mucho antes de la guerra de Iraq. El emplazamiento electoral del 11-M, el secuestro de los periodistas franceses y el ataque plurinacional en Beslán han evidenciado que no existía nexo causal entre las bombas de los trenes y la política de Aznar sobre el conflicto de Iraq. A Rusia, madrina de Sadam Husein, la derriban so pretexto de Chechenia dos aviones de pasaje, atentan contra el metro de Moscú y masacran Osetia del Norte. Y a Francia, con todo lo que hizo y hace contra la política norteamericana en el Oriente Medio, la dejan sin bragas internacionales con el sostenido secuestro de los periodistas.
   El islamismo –mucho más que los nacionalistas iraquíes– ha obtenido de la defección en Iraq rentas y alientos que son directamente proporcionales al descrédito mundial en que chapotea nuestra política exterior. En diplomacia no hay actos ociosos, defecciones impunes ni deserciones sin coste. Las defecciones arrastran consecuencias de onda larga y sensible duración. El impacto de la estrategia terrorista en la conciencia política de Francia, después del secuestro de los dos periodistas, también debe tener efectos de larga duración y amplio registro. Históricamente responsable –con el Reino Unido y EE UU– de la potenciación de los nacionalismos como levadura disgregadora del Imperio austrohúngaro y del Imperio otomano, Francia ha llegado a pensar que con una diplomacia remuneradora de las causas nacionalistas, disponía de pólizas que le aseguraban contra los riesgos de la conflictividad en Oriente Medio, especialmente en Palestina e Iraq. Aparentemente, Chirac ignoró que la violencia islamista es de entidad, origen y propósitos distintos que los del nacionalismo. No se ha reparado en que aquel imperio integrista de la Sublime Puerta, tras de su derrota y posterior desaparición con la revolución laica de Kemal Ataturk, generaría una onda larga de reacción panislámica. Al cabo de 80 años ha propiciado la eclosión del terrorismo musulmán. El islamismo fue movilizado en la Guerra Fría, igual que lo fue el nacionalismo en la Primera Guerra Mundial. Al respecto, conviene recordar que el choque de los Hermanos Musulmanes, en Egipto, con el régimen de Gamal Abdel Naser, marcaría la colisión del nacionalismo árabe y el integrismo islámico. Han sido 40 años de pugna y recíproco desprecio, acompañados de episodios como el asesinato de Anuar el Sadat. A esa crónica de conflictividad entre islamismo y nacionalismo perteneció, en su parte principal, lo que fueron las malas relaciones del régimen de Sadam con todos los integristas musulmanes, suníes y chiíes. Desavenencias ignoradas en los análisis sobre la situación en Iraq y las actividades, dentro y fuera de Oriente Medio, de los integristas de Al Qaida. Distancias inadvertidas hasta el punto de atribuir complicidades y connivencias prebélicas entre el baazismo laico y el islamismo en armas. La guerra de Iraq desencadenó procesos de cambio opuestos a lo que se esperaba. Pero tan puntualmente perturbadoras como la confusión combatiente de islamismo y nacionalismo –en Iraq, Palestina y el Cáucaso– han sido las ocurrencias del presidente Rodríguez.
   
   José Javaloyes es escritor  y periodista