HORA DE ELEGIR

 

  Artículo de Santos Juliá  en  “El País” del 25.01.2004

 

 

Imaz parece querer iniciar una etapa distinta. Cabe esperar que la suya sea una voluntad de integración.

Una cosa ha dejado clara en su primer discurso el nuevo presidente del Euskadi Buru Batzar (EBB): no es masoquista, como su antecesor, que se despide revelando el motivo de su conducta política: disfrutaba con que los demás le zurraran la badana, por decirlo en términos familiares a tan castizo y pintoresco personaje. Imaz no parece sacar particular goce de aquellos alardes retóricos, tan hartibles, y no ha dedicado ni un minuto a provocar la respuesta airada, o desolada, de sus adversarios políticos.

Un nuevo estilo, por tanto, que revela otro talante. ¿Sólo eso? De ninguna manera, pues el estilo no sería más que anécdota si no envolviera otro discurso, el manejo de otros conceptos y el planteamiento de otras cuestiones. Por decirlo brevemente: el postulado clave del nacionalismo étnico, un pueblo milenario, se rebaja al mismo nivel que el postulado clave del nacionalismo democrático: una nación cívica, una nación de ciudadanos, lo que Imaz llama una patria abierta e integradora. Todos los ciudadanos son nacionales por el hecho de ser ciudadanos, no por su origen, por su lengua o por su identidad. Mucho sería que ante una asamblea que acababa de aprobar una ponencia política construida sobre la identidad milenaria del pueblo vasco, lo identitario cediera todo el terreno ante lo cívico. Pero algo es algo: en el lenguaje del nuevo presidente del EBB, pueblo milenario de ayer es nación cívica de hoy.

¿Puede alguien mantener esos dos amores durante mucho tiempo y no volverse, o estar, loco? No es fácil: si el énfasis se coloca sobre el valor supremo de la identidad, la política será por necesidad, cuando no asesina, excluyente: todo el que no se identifique con el ser del pueblo milenario quedará fuera de la comunión de los elegidos. Si, por el contrario, se acentúa lo cívico, el valor supremo de la ciudadanía, entonces la política será por necesidad incluyente, integradora, y el pueblo milenario pasará a la historia. No es fácil, pero durante un tiempo es posible: un nacionalismo cívico con una base fuerte de pertenencia ya se conoció en Euskadi en la primera posguerra mundial: el grupo que lanzó la magnífica revista Hermes se definió por su voluntad integradora. Lástima que durara tan poco y que al final los herederos de esa línea quedaran excluidos de la comunión identitaria.

Imaz parece querer iniciar una etapa distinta. Tomándole por su palabra, cabe esperar que la suya sea una voluntad de integración, como corresponde a su insistencia en la nación cívica. La nitidez de su condena de ETA calificándola de totalitaria y fascista, la referencia a la pluralidad de la sociedad vasca, el énfasis en lo comunitario como base de la solidaridad, el aviso sobre lo que es o no es posible hoy en Europa y la perentoria llamada a nacionalistas y no nacionalistas, independentistas, soberanistas, autonomistas y centralistas, son elementos de un discurso que puede quedar como uno más de la larga ristra de palabras que se lleva el viento, pero que sería precipitado y erróneo dejar caer en el vacío.

Sin duda, la palabra, el discurso, no es la acción. Pero no hay acción política sin discurso. Por la raigambre de los conceptos que lo van engranando, el de Imaz pertenece a la estirpe de los que culminan con una llamada al diálogo. Tenemos que dialogar con todos, dice. Bien, ese "tenemos" constituye, ante todo, una exigencia dirigida a sus propios correligionarios, como si dijera: el PNV tiene que dialogar con todos. Para eso, nada mejor que ponerse en situación de diálogo e ir retirando todo aquello que procede del núcleo identitario sin haber pasado, porque no cabe, por el tamiz cívico. La lista es voluminosa y se ha ido agrandando desde el malhadado pacto de Lizarra: magnífica prueba de voluntad de diálogo sería que, como promete pero no cumple en su ponencia la asamblea a la que se dirigía el orador, se sometiera aquel pacto a una verdadera autocrítica.

Y puesto que en la base del pacto se tildó al PP y al PSOE de enemigos de la construcción nacional vasca, no estaría mal que se retirara tan insidiosa acusación, aunque no fuera más que para mostrar con ese detalle que en efecto se quiere ahora dialogar con unos partidos a los que se colocó en la diana de ETA. A partir de ahí, tal vez fuera posible resolver la flagrante contradicción entre los postulados excluyentes del plan Ibarretxe y de la ponencia recién aprobada por la asamblea del PNV y las palabras integradoras pronunciadas por el presidente del EBB. O pueblo milenario o nación cívica: es hora de ir, aunque sea paso a paso, eligiendo.