OJO, QUE MR. BEAN NOS QUIERE GOBERNAR
Artículo de Julián Lago en “La Razón” del 15.01.2004
Bien que los tiene colocados Ibarra, el cual dice lo que
piensa, que es por lo general lo que el personal no hace, a mayor gloria de los
partidos, del suyo propio mayormente. Es decir, que a las primeras de cambio uno
de los «diez notables» con los que Zapatero pretende su aval electoral va y
disiente sobre la redefinición del Estado en que está embarcado el PSOE con tal
de tocar poder tras el 14 de marzo. Desde luego, si Maragall no hubiera
alcanzado el pacto con Carod tengan ustedes la certeza de que Zapatero nunca
hubiera liado la que está liando, que no es sino fruto de su debilidad.
Así que el presidente extremeño, por supuesto más socialista que Zapatero de
aquí a Lima por biografía y principios, no se corta un pelo cuando aspira a
parar los pies al ventajismo con que vienen jugando los partidos vascos y
catalanes merced a la prima otorgada por la actual Ley Electoral en su
representación en el Congreso de los Diputados. Para que todos nos enteremos,
que si durante el proceso constituyente tuvo sentido ceder para integrar en un
proyecto común a los nacionalismos históricos, tal cual están ahora las cosas no
parece lógico mantener unas reglas de juego que benefician a quienes aspiran a
hacer rancho aparte con un proyecto diferenciado, amén de insolidario como se
ve.
De momento, digan lo que digan los independistas vindicativos, el centralismo
madrileño, tan denostado él, aporta más solidaridad regional que cualquier otra
autonomía, por muy histórica que sea, miren ustedes por dónde. De forma que,
aunque luego se haya visto obligado a retirar su propuesta de reforma de la ley
electoral, Ibarra ha tenido la lucidez y la honradez política más allá de los
intereses de su propio partido también, al prever los riesgos que supone el
revisionismo constitucional, que no persigue que España funcione mejor, que es
lo que argumentan, sino sencillamente que no funcione, que no exista, a poder
ser.
Así que a Ibarra, desde la coherencia constitucional, le asiste toda la razón
del mundo en su intento de proteger la cohesión territorial ante tanto desvarío
de los propios. O sea, que frente al «todo a diecisiete» de Zapatero, que dice
el vicepresidente Arenas, el constitucionalismo habría de articular mecanismos
de autodefensa, el apuntado por Ibarra o el que fuere, para que unos listos no
sigan comiéndose el pan y, además, cagándose en el morral, dicho sea con perdón.
«Un país con diecisiete precios distintos para la gasolina nunca podrá
funcionar», confesó al regreso de un exilio sufriente y reflexivo el molt
honorable Tarradellas, temiendo que el desarrollo de las autonomías derivara
hacia fórmulas cantonalistas y desagregadoras del Estado, que es con lo que
ahora anda jugando Zapatero, el cual por cierto cada día se parece más a Míster
Bean, cosa que es para empezarnos a preocupar. Y nos preocupa.