EL ENGAÑO DE LA NACIONALIDAD (Y IV)
Artículo de Jesus Lainz en “El Semanal Digital” del 30-9-04
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
En
su día los nacionalistas presionaron para que la Constitución incluyera el
término nacionalidades con el doble fin de justificar un techo
competencial mayor y de utilizarlo, en el momento que estimasen maduro, como
trampolín hacia la reivindicación de la categoría de nación y la subsiguiente
secesión, lo que no es ficción puesto que ya lo han hecho. Ya con el término
nacionalidades pretendieron imponer la constitucionalización de la
existencia de esas naciones, pues parece que la existencia de una nación lleva
implícito el derecho a regirse por sí misma. Pero una generación después aspiran
a zanjar la cuestión de forma inequívoca, introduciendo directamente la
categoría de nación. Este salto cualitativo ha sido posible debido a la
ingeniería ideológica que desde los gobiernos del PNV y CiU se ha llevado a cabo
sobre todo entre la intelectualmente más manipulable juventud. Y,
fundamentalmente, ha sido posible a causa del terreno despejado de toda
controversia del que el PNV ha disfrutado gracias a sus compañeros del
terrorismo nacionalista vasco.
Para ello, naturalmente, se precisa la sustitución de los actuales estatutos y
la reforma de una Constitución que deja bien claro en su artículo 2 que la
nación española es una e indisoluble. El motivo de este empeño de los
nacionalistas está muy lejos de ser un pueril matiz terminológico, pues lo que
con esta modificación pretenden es verse libres de la carga de probar la
realidad de las naciones por ellos inventadas y así evitar un pleito que tienen
perdido de antemano por falta de pruebas. Mediante la oficialización de esta
categoría para sus regiones se estaría admitiendo una plurinacionalidad de
España completamente ajena a su realidad, quedando ésta reducida a un mero
esqueleto estatal cuya carne estaría constituida por diversas naciones
yuxtapuestas. Naciones a las que, en un siguiente paso, nadie podría negar su
derecho a la secesión del artificial Estado común.
Pujol lo dejó bien claro en aquellas declaraciones de octubre de 1998 que tanta
polémica levantaron:
"Mientras que Cataluña es una nación, España no lo es. (...) Decir que España es
una nación de naciones es una vaguedad. (...) Si Cataluña, Euskadi o Galicia son
naciones, es difícil que el Estado que las contiene también lo sea".
No podemos estar más de acuerdo en que eso de la nación de naciones es
una vaguedad. Pero porque, al contrario de lo afirmado por Pujol, si España es
una nación, es difícil que sus regiones también lo sean.
Que España es una nación es algo evidente hasta para el más obcecado, mientras
que las nacioncitas de cartón piedra surgidas de la imaginación de cuatro
iletrados e impuestas a la población mediante una sistemática intoxicación de la
opinión pública necesitan algo más que las declaraciones de un político para
tener existencia. Por eso las dan por ciertas, las proclaman dogmáticamente,
vociferan contra el que disienta, y niegan la realidad española con patética
testarudez.
Y su aspiración es que algún día un político débil y desorientado les dé la
razón sancionándolo constitucionalmente.