LA PARADOJA DE LA DISUASIÓN

Artículo de EMILIO LAMO DE ESPINOSA en "El País" del 18-2-03

Emilio Lamo de Espinosa es director del Real Instituto Elcano. Este artículo refleja sólo sus opiniones personales.

Las masivas manifestaciones del sábado exhiben lo que ya sabíamos: que una poderosa corriente de opinión pública se opone hoy a la intervención armada en Irak. Podemos banalizar esa opinión indicando que lo sorprendente sería ver manifestaciones a favor de la guerra. Incluso podemos menospreciarla recordando que también hubo manifestaciones, y masivas, contra la OTAN en España y contra el despliegue de los euromisiles en Europa, y la historia ha mostrado su grave error. Pero ni lo uno ni lo otro es suficiente, y menos en democracia.

El tremendo desfase entre Gobiernos y opinión pública sólo tiene dos explicaciones. Bien los Gobiernos que apoyan la guerra están equivocados, bien no han sabido explicar sus posturas. Creo que hay algo de todo (veremos por qué) pero sospecho que más de lo segundo que de lo primero.

Efectivamente, sólo los niños creen que basta con tener razón para poder exigirla. Los adultos sabemos que, además de tener razón, es necesario exigirla con buenos argumentos y del modo, manera y procedimiento adecuados. Creo que la posición liderada por Estados Unidos falla, no tanto porque no tenga razón (aunque nadie tiene "toda" la razón), sino porque la argumenta mal y extemporáneamente. Y de este modo, puede acabar perdiendo la razón.

¿Por qué creo que tiene razón? Porque todo el mundo se la da y hay unanimidad en lo básico, a saber, que la comunidad internacional tiene hoy la obligación de desarmar a Irak, si es que pretende conservar alguna credibilidad en el futuro. Aznar y Zapatero, Powell, Blair, Scröder y Villepin, todos están de acuerdo en esto. Los segundos informes de Blix y El Baradei, y el debate subsiguiente, no modifican esta postura, que es lo que afirma tajantemente la resolución 1.441.

Los problemas comienzan al hablar del por qué y, sobre todo, del cómo. Powell y, sobre todo, Bush han insistido en que la razón del desarme es la conexión entre Sadam Husein y Al Qaeda, de modo que estaríamos ante un caso próximo a la legítima defensa de EE UU y en el campo donde la guerra preventiva podría tener sentido. Un argumento que sirve para legitimar el conflicto ante la ciudadanía americana. Pero hete aquí que las conexiones supuestas entre Irak y Al Qaeda no aparecen por ningún lado, y puesto que los europeos no perciben la amenaza terrorista con la misma intensidad que los americanos, ese discurso, que genera legitimidad al otro lado del Atlántico, se la resta en éste (aunque me pregunto qué ocurriría si, como puede suceder en este mismo instante, se produjera otro atentado hiperterrorista en Nueva York, Londres, París o Madrid).

Es por ello que las malas razones de EE UU, aceptadas inicialmente por algunos Gobiernos europeos, están siendo sustituidas por otras más dignas de consideración. Por fortuna, pues el tema de Irak reposa (por el momento) en el reiterado incumplimiento de la legalidad internacional y poco tiene que ver con la guerra preventiva.

Pero el cambio de "por qué" es también un cambio del "cómo". Si no es guerra preventiva, la amenaza ya no es inminente y por lo tanto la respuesta militar no tiene tampoco por qué ser inmediata. Ni siquiera es necesaria si se encuentran modos alternativos para el desarme. Y es aquí donde aparecen las divergencias y se constituyen los dos bloques. Unos piensan que la exigencia del desarme justifica la guerra; otros argumentan que la guerra es desproporcionada y exigen un desarme pacífico. La pregunta es pues la siguiente: ¿es posible desarmar a Irak pacíficamente?

Y la respuesta es que sí, bajo una de las dos alternativas siguientes. La primera, que Irak acepte el desarme voluntariamente, como han hecho muchos otros países. Desde luego, durante 12 años no lo ha hecho. Cuando hace una semana Alemania sugirió que deberíamos enviar a los cascos azules, se apresuró a rechazar la propuesta, y lo que Blix reitera con rotundidad es que Irak sigue sin colaborar, de modo que esa alternativa queda descartada. Irak, simplemente, no coopera.

La segunda alternativa es violentar la voluntad de Irak, forzando a Sadam a aceptar el desarme bajo la amenaza de la fuerza, que es la situación actual. Podríamos, pues, afirmar, con Powell, que es la hora de intervenir, pues la disuasión no ha tenido éxito hasta ahora. Y tiene razón. O podemos afirmar con Villepin que la disuasión aún puede funcionar y necesita tiempo pues las inspecciones funcionan. Y también la tiene.

Creo que ambas posiciones no están tan lejos como parece, pues lo que encontramos debajo de ambas es la lógica paradójica de la disuasión: que el mejor modo de evitar la guerra es con frecuencia, la amenaza creíble de su uso.

Sin la amenaza creíble de EE UU de que desean intervenir y de que van a hacerlo ya mismo, no habría inspectores trabajando en Irak y la esperanza franco-alemana de desarmar pacíficamente a Irak sería vana. Veámoslo en sentido contrario jugando a un contrafactual: si EE UU retirara hoy la fuerza, los inspectores encontrarían más y más dificultades, serían finalmente expulsados (como en 1998), y Sadam reanudaría de nuevo la producción de su armamento.

Es cierto que podemos encerrar a Sadam en una caja y contenerlo eliminando toda amenaza; pero sólo en tanto haya inspectores circulando por Irak, y sólo habrá inspectores mientras haya soldados al otro lado de la frontera. Tan pronto se retiren la probabilidad de desarme pacífico se desmorona. Creo que nadie sensato puede dudar de ese escenario, que, por cierto, es el más temido por los países árabes pues haría de Sadam el gran triunfador y el hombre fuerte de Oriente Próximo (y del petróleo). Así que Francia y EE UU están jugando, sin saberlo, al policía bueno y al policía malo, y casi podríamos decir que los mueve una mano invisible hegeliana en un eficaz reparto de papeles. Francia representa la posibilidad del desarme pacífico; EE UU representa la amenaza que hace viable la propuesta francesa. Los argumentos "blandos" de Francia parasitan la "dureza" de Washington, pues sin esa dureza carecen de probabilidad alguna de éxito.

La conclusión es, pues, obvia: la única posibilidad de desarmar a Irak pacíficamente es haciendo creíble la amenaza de que vamos a desarmarlo por la fuerza. Cuanta más unidad y determinación perciba Sadam en la comunidad internacional, más posibilidades hay de que la guerra sea innecesaria. Y al contrario, si debilitamos la credibilidad de la amenaza, reforzamos a Sadam y la probabilidad de tener que recurrir a la guerra para el desarme. Una vez más, el infierno está empedrado de buenas intenciones y si Europa puede jugar a un mundo kantiano es porque EE UU vive en un mundo hobbesiano (Robert Kagan dixit). Pero ojo, también viceversa, pues nadie puede sentarse sobre las bayonetas y el mundo hobbesiano de la fuerza necesita del orden jurídico y de la legalidad.

Pero más allá de la paradoja de la disuasión, la lógica de la guerra preventiva y la de la defensa de la legalidad internacional tienen, a su vez, exigencias procedimentales muy distintas. Pues la segunda, evidentemente, no permite saltarse la legalidad internacional para forzar su cumplimiento. Es posible, como en Kosovo, intervenir al margen de la ONU generando otro marco de legalidad alternativo (OTAN y UE), pero de ningún modo sería aceptable intervenir en contra. ¿Cómo están pues las posiciones en el terreno del procedimiento?

Aseguraba Churchill irónicamente que los americanos hacen siempre lo correcto, pero nunca antes de haber agotado todas las restantes alternativas. Pero también los europeos estamos hoy siguiendo ese camino zigzagueante. Los primeros, con Bush a la cabeza, aseguraban que irían a la guerra incluso sin el apoyo de la ONU. Los segundos, encabezados por Alemania, aseguraban que no irían a la guerra, incluso si la ONU la apoya. Nótese que éstas eran hace pocos días las posiciones respectivas de Aznar y Zapatero. Las más extremas. Y nótese también que ni una ni otra posición parece exhibir mucho respeto de la ONU. Por fortuna, este extremismo va siendo matizado, y si EE UU (y el PP) parecen hoy apoyar una nueva resolución, Francia (y Alemania) parece no descartar la intervención si fracasan las inspecciones. Estamos pues en el reflujo que puede preludiar un encuentro. Bienvenido sea, aunque, en el camino, hemos tensado al límite los organismos multilaterales y sembrado de prejuicios a las opiniones públicas de ambos lados del Atlántico.

¿Cuál puede ser ese punto de encuentro? Apoyándome en un argumento de Paul Kennedy y en las tesis de Chile, esbozaré una posibilidad. Supongamos que la ONU aprueba una nueva resolución en la que (aparte de comprometerse a analizar en breve la situación de Palestina) impone condiciones muy duras a Sadam Husein. No tanto más inspectores (el propio Blix asegura no necesitar más), sino una actividad más intrusiva de la ONU que incluya cascos azules, control de derechos humanos y un largo etcétera de limitaciones y controles que sean de evidente aceptación por la opinión pública occidental y que caminen hacia la democratización de Irak. Y supongamos que la ONU define, unánimemente, que ésa es, de verdad, la última oportunidad (¿será creíble?) y que Sadam dispone de una semana para aceptarla y cumplirla. Si la acepta, hemos evitado la guerra y conseguido el desarme "pacífico", por supuesto entre muchas comillas. Los soldados continuarían unos meses más (¿quién paga las facturas?), mientras el sistema de inspección y control se pone en marcha debilitando la dictadura iraquí. Si por el contrario, y como es casi seguro, Sadam no la acepta, estaremos donde estábamos hace 12 años y donde se inició la 1.441 hace algunos meses. Pero en el camino habríamos ganado buena parte de la opinión pública internacional, lo que no sólo es bueno, sino imprescindible.

Hacer la guerra es, siempre, la última solución y, desde luego, salvo legítima defensa, ni debe ni puede hacerse contra la opinión pública mayoritaria. Nunca basta con tener razón. Además, hay que poder exhibirla en modo y manera. Si no, simplemente, se pierde.