EL DISCURSO DE BUSH
Artículo de WALTER LAQUEUR en "La Vanguardia" del 30-1-03
La guerra política ha sido siempre el eslabón débil de la
estrategia estadounidense. El presidente Bush intentó reparar en su discurso del
martes pasado algunos desperfectos y omisiones, y habrá otros intentos
semejantes por parte de Colin Powell en los próximos días. Se presentarán
informes de los servicios de espionaje y mapas para demostrar que Saddam ha
estado engañando a los inspectores. Sin embargo, puede que sea muy poco y que
llegue muy tarde. Porque no se trata de si Saddam Hussein esconde armas
biológicas y gases venenosos, algo de lo que no duda nadie en su sano juicio. La
cuestión decisiva es cuán peligrosas son esas armas y cuánto daño podrían
causar. Si no son peligrosas, ¿a qué viene tanto revuelo y tanta precipitación?
La mayoría de los europeos y muchos estadounidenses no han empezado ni siquiera
a entender la magnitud del peligro. No han entendido que, por primera vez en la
historia de la humanidad, unos pequeños grupos de personas tienen acceso a armas
de destrucción masiva y el consiguiente horror que podría derivarse de ello. No
quieren aceptar que se ha abierto la caja de Pandora y que no hay manera de
volver a cerrarla. Entienden que todo es una cuestión de precios del petróleo,
algo por lo que no vale la pena derramar una gota de sangre.
El presidente Bush y sus principales asesores no han acertado a describir lo que
sucedería si algunas ciudades importantes fueran atacadas con gases venenosos y
virus letales. (La cuestión preocupó mucho al presidente Clinton durante su
mandato, pero sintió que no estaba en posición de tomar una iniciativa
decidida.) Los efectos del VX y otras sustancias químicas similares son
limitados en el espacio, pero las bacterias y los virus no conocen fronteras.
¿Podría haber cientos de miles de muertos, sin contar las consecuencias del
pánico desencadenado? Los expertos de Washington han estado jugando a sus juegos
de guerra, pero el público general no ha sido informado.
Sobre Bush habrían caído, sin lugar a dudas, acusaciones de alarmismo: ¿cómo lo
sabe?, seguro que está exagerando... Al fin y al cabo, no ha sucedido nunca
antes, salvo quizá, hace unos años, en el caso de la secta japonesa de la Verdad
Suprema, y el daño fue entonces bastante pequeño. En cualquier caso, el objetivo
será Estados Unidos, no otros países si se comportan con sensatez. Y es bien
cierto que de diez intentos de utilizar esas armas, quizá sólo uno tenga éxito.
Asimismo, es probable que el ataque con éxito no se produzca el año que viene,
sino dentro de unos cuantos años. Sin embargo, de lo que no cabe duda es de que
tarde o temprano se producirá y que las consecuencias podrían superar los peores
temores.
En todos los países hay personas que opinan que cuanto está ocurriendo es culpa
de Estados Unidos, y ni todas las pruebas del mundo las harán cambiar de
opinión. De todos modos, la mayoría, como decimos, ni siquiera ha empezado a
pensar en los enormes peligros a los que se enfrenta hoy la humanidad. Y el
presidente Bush, concentrado en Saddam Hussein y Ossama Bin Laden, todavía no se
dedica a hacer frente a otras amenazas más amplias. En vez de eso, invierte
mucho tiempo en intentar demostrar la existencia de una relación entre Al Qaeda
y el régimen de Bagdad, entre terrorismo y proliferación de armas. Con toda
probabilidad, semejante relación existe, pero, ¿cuál es su importancia? ¿No
debería haberse dedicado a dejar claro que, al igual que los seres humanos
pueden padecer más de una enfermedad, los países se enfrentan a más de una
amenaza y que esas amenazas pueden ser igualmente peligrosas, aun cuando no
aparezcan combinadas reforzándose unas a otras?
El fenómeno es extraño: el país de la avenida Madison y de la publicidad moderna
siempre se ha mostrado poco convincente a la hora de explicar y vender su
política exterior. De todos modos, quizá no sea un casualidad: hasta ahora, toda
la estrategia estadounidense es una labor de retales. A los militares se les ha
concedido el papel protagonista en la campaña contra el terrorismo,
probablemente porque emplean a más personas y tienen el mayor presupuesto; sin
embargo, por razones bastante evidentes, el terrorismo contemporáneo no es un
problema para los ejércitos, las fuerzas armadas y las aéreas actuales. Su ayuda
será necesaria en ciertos casos cuando, por ejemplo, los terroristas se hayan
hecho fuertes en algún país.
No obstante, la lucha contra el terrorismo es más una lucha política y el arma
más importante es el espionaje. Sin espionaje, las fuerzas armadas más poderosas
están ciegas.
No cabe hacerse ilusiones: la "guerra contra el terrorismo" no es una guerra en
el sentido tradicional y nunca se ganará como se ganan las guerras
tradicionales; continuará mientras existan conflictos sobre la faz de la tierra,
es decir, en el futuro tal como somos capaces de imaginarlo. Con todo, los
riesgos pueden reducirse mediante una estrategia que combine política,
movilización del apoyo político, espionaje y fuerza militar. Por ahora tal
estrategia no existe, ni tampoco el liderazgo para llevarla a la práctica.
Bush acaba de crear una nueva institución encargada de coordinar la información
obtenida por los servicios de inteligencia interiores y exteriores. Tenía que
haberse hecho mucho antes: el que el FBI (que se encarga de los asuntos
internos) no comunicara a la CIA lo que sabía (y viceversa) contribuyó al gran
fracaso del 11 de septiembre. Sin embargo, esta medida únicamente es un paso muy
pequeño en el camino hacia una estrategia eficaz, porque lo que hace falta no es
sólo intercambio de información, sino una autoridad que decida las prioridades y
los principales peligros, así como las acciones que deben emprenderse.
W. LAQUEUR, director del Centro de Estudios
Internacionales y Estratégicos de Washington
Traducción: Juan Gabriel López Guix