CRISIS ESTRUCTURAL Y CAMBIO DE PARADIGMAS EN LAS RELACIONES
INTERNACIONALES
Artículo de Luis Bouza-Brey, 13-4-04, 20:00.
Llega un momento en que
uno dice ¡basta! en el proceso de elaboración intelectual. Es ese momento en
que te decides a cortar por lo sano en lugar de reconcomerte en la indecisión y
la necesidad de más certezas. Así que te dices: “Bueno, démosle únicamente
forma de verdad provisional, pero démosle forma de una vez, que estoy
deshaciéndome en la incertidumbre y la indecisión”.
Y eso sucede con este
artículo, que tengo que fijarlo, y poner negro sobre blanco lo que creo en
estos momentos, por muchas lagunas y nieblas que existan en el camino.
Vamos a ello.
PARADIGMAS Y ESQUEMAS
Ya hace años que Kuhn habló de los cambios de paradigmas como forma de
desarrollo basada en transformaciones cualitativas de los elementos básicos de
las perspectivas científicas, que abren nuevos horizontes a la ciencia.
Pero quizá en estos
momentos sea más bien la realidad internacional la que está cambiando sus
parámetros, y por ello se haga preciso y emerja inevitablemente un cambio de
paradigmas en el análisis científico de las relaciones internacionales.
Recordemos los dos
paradigmas, realismo e idealismo, predominantes en el análisis de
las relaciones internacionales. Paradigmas que, en el nivel de la práctica
política, constituyen enfoques o esquemas de aproximación a la realidad.
El realismo se
caracteriza por una percepción del Estado como actor predominante de las
relaciones internacionales, cuyo comportamiento se orienta hacia la defensa del
interés nacional mediante el uso del poderío militar y la diplomacia, y cuyo
objetivo es la consecución de la hegemonía sobre otros Estados o, al menos, el
equilibrio de poder entre ellos a fin de evitar el predominio de alguno.
La consecuencia de esta
interacción hobbesiana en la búsqueda de poder e
interés es la probabilidad de la guerra como forma de reajuste de equilibrios
de territorios, alianzas o potencias.
El idealismo,
por el contrario, busca desarrollar una ciudadanía mundial cosmopolita, que se
oponga a las luchas de poder entre los Estados mediante la defensa de la paz,
los principios de la moralidad universal, el predominio del Derecho
Internacional y la construcción de un gobierno mundial articulado en
instituciones internacionales.
La consecuencia de este
cosmopolitismo moral plasmado en Derecho Internacional efectivo sería la
desaparición de la guerra como fenómeno histórico, y la resolución pacífica de
los conflictos internacionales.
A mi juicio, en la
interacción entre ambos enfoques, esquemas o paradigmas, es necesario mantener
la cabeza fría y el corazón apasionado: no dejarse clausurar en el cinismo
interesado y carente de ideales o en el cortoplacismo, pero tampoco en el
desvarío de confundir los deseos con la realidad, que lleva a encerrarse
obcecadamente en un delirio ético presuntamente limpio de impurezas, que
conduce en la práctica a la victoria del mal. Siempre me vienen a la mente dos
dichos populares: “no pongas el carro delante de los bueyes” y “el infierno
está empedrado de buenas intenciones”.
(Permítanme un
inciso para aquellos que traducen sin mediaciones de sentido la ética
individual a colectiva: algunos creen que la resignación ante el mal, el
apaciguamiento ante el fanatismo, la debilidad ante la agresión, es
obligada por las normas de una religión de paz, y al menos les será retribuida
en otro mundo, si no lo es en éste. Convendría que se dieran cuenta de que si
eso a lo que llaman Dios existe, les ha hecho responsables de este
mundo, lo que exige dar respuestas firmes ante el mal aquí y ahora, a fin de
vencerlo ya, y no dejarle la batalla al Supremo en un combate eterno que
desconocemos. El mandamiento de “no matarás” tiene como corolario indisoluble
el “no te dejarás matar”, si se quiere evitar el riesgo de inhumanidad que se
derivaría de la creencia de que se muere o se mata “por Dios”. No vayamos para
atrás: la modernidad excluye el martirio, propio o de los demás).
Y volviendo al hilo de
la reflexión anterior: El problema práctico de la vida política consiste, por
tanto, en percibir la realidad tal como es, orientándola hacia los ideales
mediante la acción, sabiendo encontrar en cada hito del camino la dirección y
el ritmo correctos, a fin de evitar fracasos globales en la realización de las
grandes empresas históricas, o estancamientos en laberintos sin salida, o
desastres derivados de alucinaciones colectivas, o de prisas narcisistas e
inmaduras.
Pero adquirir y
conservar este equilibrio exige mucha disciplina intelectual, una depuración
constante de la identidad, trabajo infatigable, madurez afectiva y ausencia de
demagogias y oportunismos. Y conseguir eso es muy difícil hoy, cuando abunda la
frivolidad, el ir a lo fácil, el sectarismo, la corrupción de la democracia y
la carencia de liderazgo.
Por eso es
imprescindible la contribución de los intelectuales, a fin de reequipar a
nuestra civilización con valores renovados, ideas afinadas y motivos poderosos,
frente a un fanatismo retrógado y anacrónico que nos
ha declarado la guerra. Pero hace falta un trabajo intelectual libre y
riguroso, y no esa “cosa” pseudocultural, ignorante y
guerracivilista que tenemos por este país.
Permítanme aportar
algunas ideas a esta empresa colectiva.
LA CRISIS ESTRUCTURAL DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES
El derrumbe de la URSS
en 1991constituyó la concreción histórica más evidente de los efectos radicales
de la globalización, y abrió una década de transición hasta el 11S del 2001, la
de la postguerra fría, caracterizada por la crisis del sistema internacional,
la aparición de un nuevo tipo de conflictos y la extinción de la estructura
bipolar de las relaciones internacionales.
En la década de los
noventa del siglo XX entra en crisis el sistema de Estados que emerge en
Westfalia en el XVII, y se inicia un proceso de transición que se caracteriza
por la puesta en cuestión del principio de soberanía y el ascenso de la
convicción de la necesidad de intervención de la comunidad internacional en el
ámbito interno de los Estados. Pero esta intervención, por razones de
genocidio, crisis humanitarias o agresión internacional, implica
simultáneamente la necesidad de más liderazgo global, instituciones mundiales
efectivas y mayor cooperación internacional.
La aparición de nuevos
conflictos en los Balcanes y el Cáucaso, Oriente Próximo, Ruanda o Somalia, y
el fracaso en las medidas para su resolución, ponen de manifiesto la
transformación de la estructura de las relaciones internacionales, la inadaptación
de las instituciones mundiales a la nueva situación, y la emergencia de nuevas
propensiones de configuración del sistema.
¿Cómo caracterizar
estas propensiones? Algunos intentan establecer una dialéctica, a mi juicio
errónea, entre unipolaridad y multipolaridad, entre dominio imperial de los
EEUU y reparto de poder entre las potencias en las instituciones de la ONU.
Pero antes de entrar en
este asunto conviene analizar los acontecimientos del siglo XXI, de los tres
últimos años, a fin de ver qué novedades producen sobre la situación anterior.
Los atentados del 11S y
acontecimientos posteriores (Afganistán, Palestina, Irak, nuevos atentados en
Asia y Africa, 11M en España) constituyen el elemento
catalizador definitivo de la crisis de la década anterior, iniciando una nueva
situación bélica mundial como expresión de la crisis, con nuevas zonas de
conflicto, nuevas amenazas y actores y nuevos reajustes de poder e
institucionales que están comenzando a desenvolverse.
El 11S significa el
intento del islamismo fundamentalista de dirigir la crisis del mundo árabe e
islámico ante la modernidad hacia el enfrentamiento con Occidente, su derrota,
y el regreso al aislamiento del mundo premoderno
y las teocracias islámicas. Y este intento de gobernar la crisis en dicha
dirección se realiza con medios extraordinariamente nuevos, como son la
estructura en red, la capacidad del nuevo terrorismo de actuar como un actor
global y al mismo tiempo difuso, superior, por tanto, en su capacidad, a la de
muchas potencias, a las que puede atacar desde su interior, y el uso de todas
las últimas tecnologías ---financiación mundial, telecomunicaciones
digitales, propaganda universal, estrategia de ámbito mundial, armas de
destrucción masiva, tácticas de insurrección y guerrilla urbana---.
Pero estos primeros
años del siglo XXI, que vendrá definido por la guerra global contra el
terrorismo, y la crisis del mundo islámico en algunos de sus territorios, van
perfilando simultáneamente nuevas amenazas y problemas que circundan el
problema y las crisis principales anteriormente definidas: se pone cada vez más
de manifiesto la crisis medioambiental, el peligro del narcotráfico y del
tráfico de seres humanos, la acentuación de las crisis humanitarias
---principalmente en el Africa subsahariana--- la
emergencia de Estados fallidos y “canallas” que pueden constituirse en
bases del terrorismo global y de la difusión de armas de destrucción masiva, y
por último, aunque quizás este factor esté en el fondo de todo, la crisis de las
políticas neoliberales para gobernar el mundo de la globalización y de las
multinacionales y transnacionales de todo tipo.
Pero pasemos ya desde
el enfoque fenoménico al estructural, a fin de retomar el curso del
razonamiento de párrafos atrás. ¿Cuáles son las propensiones de configuración
del sistema internacional emergente en estos momentos? ¿cuáles
los mecanismos de interacción internacional?: ¿Unipolaridad?, ¿multipolaridad?;
¿unilateralismo?, ¿multilateralismo?
Parece indudable que la
crisis actual, en su traducción a la práctica de la política internacional,
produce varias exigencias combinadas, y en ocasiones contradictorias: por un
lado, la gravedad y profundidad de la crisis hace imprescindible un liderazgo
global mucho más fuerte que el existente anteriormente. Por otra parte, la
globalidad de la crisis hace que ninguna potencia sea capaz de gobernarla en
solitario. Pero además, la invisibilidad y difuminabilidad
de la amenaza hace imprescindible asimismo una muy estrecha colaboración de la
comunidad internacional para combatirla.
Pero estas exigencias
combinadas y contradictorias hacen brotar actitudes y presiones también
contrapuestas por parte de los actores de las relaciones internacionales: las
agresiones o amenazas inducen a la necesidad apremiante de acción de la
superpotencia, que se irrita ante la inoperancia o pasividad de las
instituciones mundiales o la parálisis de los mecanismos multilaterales; la
acción de la superpotencia suscita desconfianzas e intentos de bloqueo por
parte de las demás potencias, recelosas ante el temor a un desequilibrio hacia
la hegemonía incontrolada de los EEUU; la gravedad y complejidad de la
situación, no obstante, hacen aparecer inmediatamente los límites de la
superpotencia para gobernarla, pero también los de un multilateralismo
paralítico y una multipolaridad de bloqueo del liderazgo imprescindible de los
EEUU.
¿Cuáles son las
consecuencias de todo ello, manifiestas recientemente durante la crisis de la
guerra de Irak? Que los EEUU se encierran en el paradigma realista (“marciano”
en el sentido de viril, en términos de Kagan) de la
defensa del interés y la seguridad nacional, ante la agresión del terrorismo
global, y que las demás potencias ---principalmente las europeas--- se
encierran en el paradigma idealista (“venusino”, en el sentido de
afeminado, en términos de Kagan y Maquiavelo) del
ilusionismo ético y jurídico, basado en la confianza irrealista en los ideales
y el Derecho Internacional actual para gobernar la situación.
Y con motivo de todo
ello, la crisis de las instituciones internacionales está servida: se rompe el
vínculo trasatlántico; se paralizan las NNUU; se divide la Unión Europea, y se
fortalece al enemigo global de la libertad y la democracia.
Por eso es necesario y
urgente comenzar a repensar los paradigmas y enfoques teóricos de
interpretación, para afinar el análisis de la situación y la definición de
objetivos y medios, si se quiere evitar que la crisis se agrave en beneficio
del integrismo y en perjuicio de la civilización y la libertad. Y parece
indudable que estamos ya insertos en una estructura del sistema internacional
en la que existe una superpotencia que tiene que gobernarlo, en cooperación con
diversas grandes potencias, a fin de crear un nuevo orden UNI-MULTIPOLAR
que cristalice en instituciones mundiales renovadas, que puedan afrontar las
nuevas amenazas con más operatividad e integración que hasta ahora.
Hace falta liderazgo y
cooperación. Hacen falta mecanismos multilaterales ágiles y cooperativos para
responder a crisis graves y apremiantes. Pero las respuestas a las crisis no se
pueden bloquear por la parálisis de los mecanismos multilaterales y la
inoperancia de las estructuras multipolares sin
liderazgo. Si las instituciones fallan, el liderazgo no se puede quedar
inmóvil, pues las consecuencias serían nefastas.
Por eso, se hace
inevitable un fortalecimiento del vínculo trasatlántico que impulse una reforma
de las Naciones Unidas, a fin de ponerlas a punto para servir de cauce a la
resolución de la crisis actual.
Por eso, se hace
imprescindible y urgente una nueva unidad de la UE derivada de la colaboración
con los EEUU y no del enfrentamiento con ellos.
Por eso, se hace
imprescindible superar los errores norteamericanos y europeos producidos en los
últimos tiempos, a fin de soldar la fractura existente. EEUU debe asumir más
lúcidamente las exigencias derivadas de su liderazgo, y superar las
contradicciones que ha manifestado en la reciente crisis. Y la Unión Europea
debe superar también esquemas y actitudes obsoletas de relación con la
superpotencia y de interpretación de la situación internacional.
LA CRISIS DE LIDERAZGO DE LOS EEUU Y LA UE
Los EEUU deberían
asumir una perspectiva nueva sobre la realidad mundial, a fin de responder a
las exigencias de liderazgo de la misma, superando las perspectivas
excesivamente nacionalistas derivadas del predominio del interés nacional y el
neoliberalismo en las políticas económicas y sociales y en la relación con la
globalización y las empresas multinacionales y transnacionales. La derecha
europea debería superar igualmente el nacionalismo y el aislacionismo. Y por
supuesto, el gaullismo: así no se puede construir Europa.
Y la izquierda no puede
basar su interpretación de la situación internacional en el sectarismo de la
lucha por el poder, en el anticapitalismo y en el
antiamericanismo. Ni tampoco formular sus políticas de manera rutinaria,
siguiendo las pautas establecidas y ya comprobadamente ineficaces en Palestina
o en el Irak de Hussein:
Arafat es un cadáver
político; Hamas es el enemigo terrorista con el que
no se puede seguir negociando; Israel tiene derecho a defenderse y obligación
de retroceder a las fronteras definidas por la ONU cuando se garantice su
seguridad; Oriente Próximo necesita políticas que fortalezcan y apoyen a los
sectores reformistas y el desarrollo económico y social, y no el pacto y la
negociación con las élites corruptas y dictatoriales; a Hussein era preciso
derrocarlo para impulsar el cambio en el Oriente Próximo; el terrorismo actúa
porque se le han eliminado sus bases de apoyo; y la izquierda internacional
debe apoyar a los EEUU en sus intentos de impedir el pudrimiento del Oriente
Próximo e impulsar su desarrollo.
Cuando muchas veces se
critica a la administración Bush por su política en el Oriente Próximo uno se
subleva por la ceguera de cierta élite sedicentemente progresista, pues quien
realmente es merecedora de una crítica a fondo es la izquierda sectaria, pseudoprogresista, ciega y oportunista, incapaz de ver los
peligros hasta que le revientan en las narices. Lo que esa izquierda está
haciendo es debilitar la libertad frente al integrismo islámico por puro
oportunismo y obsolescencia ideológica.
LA NECESARIA TRANSFORMACION DE LOS PARADIGMAS
En fin, quisiera
terminar con un apéndice sobre la necesidad de transformar los paradigmas
y esquemas de interpretación de las relaciones internacionales: a mi juicio, se
hace preciso realizar una transición dirigida por un liderazgo atlántico
fuerte, apoyado por las potencias regionales, a partir de las realidades
definidas por el paradigma realista actualizado, y hacia la realización
de unos objetivos y valores ideales, pero asentados en la realidad de un mundo hobbesiano, que costará transformar en la dirección del
desarrollo humano.
El paradigma
realista debería ser modificado en el sentido de redefinir el papel del
Estado y el interés nacional: la superpotencia debería prestar más atención a
los intereses globales, y las grandes potencias orientarse hacia una mayor
articulación, aceptando el liderazgo de los EEUU en unas instituciones
mundiales reformadas.
Es preciso que ambos
actores se convenzan de la imposibilidad de continuar gobernando las relaciones
internacionales desde el Estado únicamente, sin articular alianzas sólidas
con las potencias regionales, o hacerlo sin cuestionar el marco de las
instituciones mundiales tal como están configuradas. Es preciso, asimismo,
formular nuevas terapias y políticas frente a las nuevas amenazas globales:
nuevas políticas antiterroristas, económicas, sociales y medioambientales. Y se
hace imprescindible y urgente atender a los nuevos focos de conflicto de
Oriente Próximo, Palestina y Asia Occidental, sin quedarse anclados en las
políticas de los años ochenta y noventa, que han
resultado un fracaso.
Por lo que se refiere
al paradigma idealista, es preciso modificar la concepción negativa del
Estado y la concepción idealizada de la ONU y la Moral y el Derecho
Internacionales. Las Naciones Unidas sólo han tenido éxito en la
actuación de sus instituciones y organismos especializados en el desarrollo,
pero el Consejo de Seguridad ha resultado totalmente inoperante a lo largo de
su Historia. El Derecho Internacional resulta eficaz en la regulación de
ámbitos sectoriales o funcionales, pero cuando se trata de regular el conflicto
de poder entre Estados se paraliza en vetos mutuos o en resoluciones
inoperantes, o se bloquea en la inacción por temor al veto. Lo que realmente ha
funcionado durante largos años para evitar la guerra ha sido la disuasión
mutua, que en la actualidad ya no existe. Por eso es preciso modificar la
estructura de la ONU, integrando a las verdaderas potencias regionales en el
Consejo de Seguridad. Y respaldar las decisiones de la ONU con alianzas militares
operativas.
También en esto, la
unidad de la UE y EEUU es imprescindible para impulsar el cambio de las
instituciones mundiales.
Por lo que se refiere a
los principios de la Moral internacional, este siglo XXI se va a caracterizar
por el enfrentamiento con un fanatismo integrista trasladado desde el fondo de
la Historia, desde el siglo VII, a la actualidad, y articulado con medios
totalitarios y expresiones ideológicas teocráticas absolutamente contrarios a
los principios universales del respeto a los derechos humanos, a la igualdad y
a la libertad. Para contrarrestarlo, la defensa idealista de los principios de
la libertad y los derechos humanos resulta inoperante. Es preciso oponerle
actuaciones coercitivas firmes, basadas en las alianzas militares globales, en
la cooperación de los servicios de inteligencia y en el fomento de las reformas
y el desarrollo económico y social del mundo árabe e islámico. Pero, sobre
todo, es imprescindible la unidad en la defensa de la libertad y de la
civilización común. Las zancadillas internas, frente a un enemigo de la
virulencia y peligrosidad de éste, no tienen justificación, para decirlo
suavemente.