DOS
CORTAS GIRAS POR CATALUÑA
Artículo
de Luis Bouza-Brey del 21-5-03.
En
estos días pasados de primeros de mayo realicé dos cortas giras por Cataluña,
para desintoxicarme de la guerra, del vértigo agobiante de internet y del
café.
De
la primera salí tonificado. De la segunda frustrado. Me explico:
UNA
GIRA PIRENAICA: ¿RAPIDOS TORRENCIALES, MARASMOS PANTANOSOS O REMANSOS
CRISTALINOS?
Siguiendo
un río del Solsonés conseguimos encontrar un remanso
cristalino en donde nos bañamos un buen rato. Yo opino que por muy fría que
esté el agua ---sobre todo en las cumbres del Pirineo--- es preciso resistir
los primeros diez minutos… después, sales nuevo. Si te
sometes a un baño de estas características en un día soleado de mayo, entre
bosques poblados de pinos, robles y hayas, oyendo el fragor del agua y
acompañado de las personas que quieres, la experiencia es muy grata y
tonificante.
De
vuelta a casa, y pensando sobre los ríos y las elecciones catalanas, me
formulaba la hipótesis de que el problema de Cataluña es uno de
circulación, en el que quizá no esté claro el modelo de país que se quiere, o
quizá nuestra cultura política esté congelada en sobrerreacciones
cristalizadas.
En
efecto, siendo un país de altos flujos inmigratorios, ¿Cuál es el modelo de
integración que hemos de buscar y cuáles los que hemos de evitar?
Durante
los años sesenta del pasado siglo, el modelo de integración fue el de un rápido
torrencial, el de un flujo masivo de población desde el resto de España al que,
con el catalán prohibido por la dictadura, no se pudo integrar positivamente,
creando un choque cultural, identidades heridas y sobrerreacciones por parte de
los autóctonos frente a la avalancha. Resulta significativa la anécdota de
aquella madre que prohibía a sus hijos bajar a jugar a la plaza del barrio
porque había muchos “charnegos”.
La
reacción defensiva de muchos, frente a la avalancha, fue el rechazo de “los
otros” y la búsqueda de fórmulas políticas radicales para defender la identidad
y “el país”.
El
problema de los rápidos torrenciales es que si no vas equipado con casco y
flotador te ahogas, o a causa de los remolinos, o por los choques con las rocas
que emergen a lo largo del curso del río. Y además, los rápidos no son
habitables para los humanos: todo lo más, para hacer “rafting” de vez en
cuando, o para contemplarlos desde la distancia.
Pero
la solución al problema no es la sobrerreacción de cegar el cauce, o
reducir el flujo a un nivel tan bajo que el río se transforme en un
pantano marasmático, en el que el estancamiento haga
emerger miasmas putrefactas, anofeles propagadores del
paludismo o serpientes sinuosas y agresivas.
La
solución está en el equilibrio, en un flujo equilibrado de entrada y salida que
permita crear un remanso cristalino de agua corriente en el que la vida sea
gratificante y tonificante.
La
democracia y la autonomía han permitido construir un sistema educativo propio,
en el que las segundas generaciones de gentes venidas de fuera puedan hablar
los tres idiomas necesarios para el intercambio interior y exterior. Pero se
trata de evitar las sobrerreacciones, tanto a nivel institucional como
individual, y que los actores políticos y los individuos resuelvan el
pluralismo cultural con las transacciones y compromisos en los que el pueblo
catalán se desenvuelve tan bien. Se trata de integrar, y no de atosigar con
sobrerreacciones cargadas de rencores o metafísicas, que mantienen y reproducen
un problema que ya debería estar resuelto por lo que se refiere a la
inmigración del pasado (Vean un agudo artículo reciente de Francesc de Carreras sobre este asunto). Los niños
catalanes descendientes de la población autóctona e inmigrante del resto de
España del siglo XX pueden hablar el idioma que quieran: el catalán, el
castellano y, con un poco de esfuerzo añadido, el inglés. Y de eso se trata.
Pero
existe un problema pendiente de la época anterior en Cataluña: la metafísica de
la identidad, todo el conjunto de sobrerreacciones ideológicas producidas
durante el siglo XX, que han servido de mecanismo de defensa frente a la
represión y el torrente anterior, pero impiden normalizar el país, o incluso
pueden conducirlo a embarrancar. Se ha hecho de la necesidad virtud, y se han
elaborado, partiendo de situaciones europeas y españolas que provienen del
siglo XIX, todo un conjunto de esquemas de interpretación de la situación y de
mitos nacionalistas que en la actualidad no tienen sentido. Y ello lleva a que
sectores importantes del pueblo de Cataluña no se sientan integrados en el
país, y pasen olímpicamente de las instituciones y de los problemas más
generales del mismo.
Por
eso Maragall tiene razón en quejarse y en intentar buscar aire nuevo. Al PSC y
a la autonomía catalana les va la vida en ello. Y no exagero. Observen, sino,
las tendencias actuales: el nacionalismo vasco se pasa a la ruptura; el
nacionalismo catalán se mimetiza con el vasco; el PP se cierra en banda y el
PSOE no encuentra su posición. ¿No les parece que es necesario y urgente desatascar
todo esto de una vez, si se quiere evitar la degeneración?
Y
aunque Pilar Rahola
señala con razón que el problema más apremiante ahora es el de la nueva
inmigración, se equivoca al no tener en cuenta que el anterior todavía no está
totalmente resuelto.
El
ejemplo más inmediato para concretar lo que quiero decir en los párrafos
anteriores es aquel lema de Arzalluz para el país
vasco, de defensa de la “independencia en Europa”. Eso significa haber pasado
del siglo XIX al XXI emboscado en un marasmo pantanoso, del que se emerge ahora
con ideas putrefactas provenientes de la prehistoria de hace dos siglos. Es
cierto que en Cataluña las cosas se hacen de otra manera, pero curiosamente el
nacionalismo vasco se está transformando en un modelo digno de admiración para
sectores importantes del nacionalismo catalán.
Volveré
sobre ello al comentar mi segunda gira por Cataluña.
Pero
centrándonos en el problema señalado por Pilar Rahola,
si se mantiene el esfuerzo y la tolerancia, sin metafísicas ni actitudes
patrimonialistas o rencorosas, la integración de la nueva inmigración puede que
sea exitosa. Sólo hace falta ver a los demás como lo que son: seres humanos,
hermanos que si son bien atendidos enriquecerán de vida nueva el país.
Pero
el flujo ha de ser equilibrado: si se atosiga a la gente y si además la
inmigración que llega viene sobrerreaccionada,
cargada de metafísicas fundamentalistas y rencor frente a Occidente por la
miseria, la corrupción y la dictadura de sus países de origen, la cosa se
complicará enormemente.
Por
eso, es demencial el empantanamiento nacionalista o la postura del avestruz ---
de meter la cabeza debajo del ala--- mantenida por algunos políticos que
intentan desentenderse de los problemas de Oriente Próximo y de la necesidad de
políticas activas por parte del mundo Occidental sobre esta zona. Si no se
actúa ahora, el Magreb y todo el Oriente Próximo se transformarán en
un avispero de integrismo y terrorismo islámico que nos inundarán
irremisiblemente. Y recordemos que somos “tierra del Islam” desde Gibraltar o
“Al Jazira” hasta Lérida, Zaragoza y Asturias.
La
capacidad humana de delirio fanático es inmensa. Y si no lo ven así, observen
la experiencia de Euskadi, y tomen nota.
UNA
GIRA POR LA CATALUÑA EMPANTANADA
La
segunda gira me defraudó, me hizo percibir el lodo pantanoso de ideas en
descomposición. La gira consistió en la asistencia a un seminario sobre
“nacionalismo, intelectuales e izquierda” realizado en Barcelona.
Debo
decir, para empezar, que la muestra de asistentes no era representativa de la
sociedad catalana ni mucho menos, pero sí de corrientes mentales vivas y
fuertes en las bases del nacionalismo catalán.
La
mayor parte de los asistentes eran gente muy joven, estudiantes, posiblemente
de la Pompeu o la Autónoma.
Y
digo que me resultó frustrante la experiencia porque me pareció estar volviendo
a revivir las actitudes y comportamientos de los años ochenta, pero ---y
permítanme la expresión--- más encabronados y ciegos. Por mi parte, en cuanto
comencé a ver el sentido de las primeras intervenciones, decidí hacer el papel
de aguafiestas de un ambiente esquizofrénico, endogámico y recocido.
Intentaré
hacer un relato breve de lo que me parece más significativo de las diversas
intervenciones:
Empezando
por los asuntos instrumentales, el idioma resultó un problema, incidental, pero
provocador de tensiones y de manifestaciones reveladoras. Una madrileña y un
sudamericano, recién llegados a Cataluña pero que ya entendían el catalán,
comenzaron sus intervenciones pidiendo disculpas por no expresarse en catalán,
como si el artículo tres de la Constitución no existiera, y como si
tuvieran que renunciar a su identidad para someterse a la identidad de los
demás.
Para
los que decidimos expresarnos en castellano, sin pedir disculpas por ello, vino
inmediatamente la respuesta agresiva. Una jovencita encantadora (¿un anofeles?)
reprochó, sin señalar a nadie, el comportamiento de aquellos que viven en
Cataluña y no se sienten catalanes puesto que no hablan en catalán. Propuso que
no se les debería considerar catalanes a efectos políticos, recordándome ideas
similares de Euskadi referentes a la creación de un “censo vasco”.
Uno
de los problemas básicos de Cataluña, que aflora de momento sólo
indirectamente, es el de que existe un gran número de catalanes no autóctonos
que respetan el catalán, que han educado a sus hijos en catalán, que han
defendido el catalán contra la dictadura, pero que también se respetan a sí
mismos, y cuya identidad es ninguneada o no reconocida en las instituciones. Y
las fuerzas populares, frente a esta situación, se encuentran bloqueadas y
embarrancadas por el tabú estúpido y grosero del “lerrouxismo”
o por la incapacidad estructural e intelectual de romper la hegemonía
nacionalista.
Para
algunos, en Cataluña, la idea del pluralismo constitucional sólo se aplica de
puertas afuera, para reclamar la “plurinacionalidad del Estado”, pero no la
plurinacionalidad de Cataluña.
Me
permití el derroche intelectual de intentar señalarles a mis contertulios algún
problema político de Cataluña, como el de que no haya alternancia en la
Generalitat debido a que el PSC, que gana las elecciones generales, no gane
nunca las autonómicas, a causa de la abstención de sus votantes en las ciudades
donde predomina la población inmigrada de los años sesenta. Obtuve la sensación
de que no era un asunto que les preocupase, por lo que añadí que toda reforma
del Estatuto de Autonomía necesitaba mayorías populares elevadas. Tampoco
pareció preocuparles gran cosa.
Un
día se van a producir sorpresas graves: está finalizando un ciclo, y no se
puede mantener a la mitad o más de la población catalana bloqueada en la pasividad
política indefinidamente, so pena de estancamiento político, para después
sentirse frustrados por la autonomía y pretender la ruptura implícita de una
“Cataluña sin límites” o la independencia a palo seco. Todo esto se asemeja
cada vez más a un delirio esquizofrénico, endogámico e irresponsable.
Entrando
en los temas más directamente políticos, nadie defendió la autonomía, sino todos la independencia, por lo que me permití nuevamente el
lujo intelectual de recordarles la conciencia de identidad nacional mixta del
pueblo de Cataluña, así como la existencia de algo que se llama Unión Europea,
en la que Cataluña está integrada, como parte de España. No sé si captaron
algo. Pero cuando mencioné que el modelo vasco de nacionalismo no era el
adecuado para Cataluña, las reacciones fueron contrarias a esta opinión.
Cuando
se trató el tema de la izquierda, la noción de solidaridad fue descartada, bajo
la idea de que podía resultar un robo, y que “a cada uno lo suyo”. Pero lo más
revelador fue cuando se plantearon las patologías de izquierda,
identificándolas con el estalinismo. Cuando se me ocurrió el lujo de intentar
comparar las patologías de la izquierda con las del nacionalismo, como el
sacrificio del pueblo real a la revolución o a la nación, y se me ocurrió
mencionar a Herri Batasuna, las sonrisas irónicas
asomaron a muchos rostros.
En
fin, como ven, el tarugismo y la zoquetería
del nacionalismo vasco se están difundiendo también hacia el nacionalismo
catalán, y resulta altamente preocupante. Los que no somos nacionalistas, en
Cataluña y en el resto de España, debemos defender activamente la España plural
definida por la Constitución, y elaborar la alternativa ideológica e
institucional a un nacionalismo periférico ciego, empantanado y esquizofrénico
ante una realidad mucho más compleja que sus esquemas ideológicos obsoletos.