ZAPATERO: EL PRINCIPIO DEL FIN
Editorial de “Libertad Digital” del 01.07.2003
El formateado es mío (L. B.-B,)
Como ya anunciábamos ayer, Zapatero
ha sido incapaz de
oponer alguna crítica seria y fundamentada a la gestión del Gobierno. Nada más
lógico, pues para ello antes es necesario tener un proyecto sensato de gobierno
que, al menos, no ponga en peligro los resultados de una gestión del PP
aceptable en la mayoría de las áreas e incluso brillante en lo que respecta al
capítulo económico y al de la lucha contra el terrorismo. Tres años, los que
lleva Zapatero al frente del PSOE, habrían sido más que suficientes, incluso con
su mediocre equipo, para elaborar un proyecto alternativo al del PP que adoptara
y reconociera sus innegables logros, añadiendo algunas mejoras como la efímera
propuesta de Jordi Sevilla del tipo único en el IRPF.
Sin embargo, desde que Zapatero, para evitar correr la misma suerte que Redondo
Terreros, aceptó hacer política al toque de corneta del grupo PRISA, toda
pretensión de programa elaborado y coherente fue sustituida por la pretensión
única de llegar cuanto antes al poder por los atajos de la propaganda, la
demagogia, la pancarta; e incluso el insulto, la agresión y la difamación.
La
política del PSOE –excepción hecha del Pacto Antiterrorista, la mayor aportación
de la izquierda a la democracia, como ya hemos señalado muchas veces–, podría
resumirse como una enorme y continuada campaña de publicidad organizada desde
los medios de Polanco, donde ha faltado lo esencial: el producto que justifique
esa campaña. Y hoy, Zapatero y el PSOE empiezan a recoger los frutos de esa
política.
Recuperado Aznar de una “pájara” que le duró más de seis meses –desde la huelga
general del 20 de junio de 2002, pasando por boda de El Escorial, hasta que el
chapapote amenazó con sepultar las posibilidades electorales del PP– y
enterrados el Prestige y la guerra de Irak por los resultados del 25 de mayo, el
PSOE se ha quedado sin discurso y Zapatero ha mostrado todas sus carencias como
político y como parlamentario en el debate sobre el estado de la nación. Era
evidente hasta para el más lego que los flancos por donde podía atacarse a Aznar
y al PP no eran precisamente la política económica y la “regeneración
democrática”. Zapatero ha cometido el error de arrimarse al fuego cuando tiene
la cola de paja, acostumbrado a la antigua benevolencia de Aznar y a su práctica
ausencia de la vida política en el segundo semestre de 2002.
Al negar los evidentes progresos que en materia económica y de empleo ha
experimentado España, para pintar un escenario irreal de progresivo declive y
pauperización, Zapatero pedía a voces a Aznar que le dejara en ridículo con un
simple relato de hechos incontrovertibles: casi cuatro millones de nuevos
empleos, crecimiento económico en un periodo de recesión mundial, impuestos más
bajos, Seguridad Social saneada y, además, con el Presupuesto equilibrado.
Traer a colación el asunto de la “regeneración democrática” a cuenta de la
tragicomedia de la Asamblea de Madrid –donde, por cierto, Simancas finalmente no
fue investido presidente tras un intenso minidebate en el que Esperanza Aguirre,
pasando al contraataque, brilló a gran altura y se sacudió con elegancia y
convicción las inmundicias que desde el día 10 le han arrojado constantemente
los ventiladores de PRISA-PSOE, devolviéndoselas al tándem Simancas-Porta– era
pedir también a gritos que Aznar recordase a Zapatero los años de González,
donde era más fácil contar las instituciones del Estado que el PSOE aún no había
corrompido que enumerar los casos de corrupción. Y también significaba exponerse
a que Aznar le destrozase literalmente recordándole su evidente debilidad y
falta de liderazgo con los ejemplos de Cantabria y de Navarra, y con la
situación del PSE y del PSC: “¿Quién le hace caso a usted?", le espetó Aznar,
para decirle a continuación que “si quiere hablar de regeneración empiece por su
propio partido. Hágalo rápido porque tengo la impresión de que algunos de su
partido quieren regenerarlo a usted”, poniendo además en duda su continuidad al
frente del PSOE en las próximas Elecciones Generales y recordándole que ocupa su
escaño gracias a Filesa, y la secretaría general del PSOE gracias a Balbás y
Tamayo.
Tras su incapacidad para replicar a los tremendos golpes de Aznar, Zapatero
–cuya única reacción ha sido mostrar su despecho anunciando que no sancionará a
los concejales rebeldes de Navarra– ha quedado sumido en el ridículo y el
descrédito al que, tarde o temprano, necesariamente tendría que llevarle su
incapacidad para poner orden en el PSOE y su política de los últimos meses: una
completa vaciedad programática envuelta en el celofán mediático de Polanco;
quien, con González y Cebrián, ha empleado a Zapatero como carne de cañón en una
batalla de desgaste contra el PP que, a todas luces y según indican las últimas
encuestas de intención de voto, ha sido un rotundo fracaso.
El tórrido otoño político que se le avecina al PSOE puede significar para
Zapatero el golpe de gracia a su precario liderazgo: Unas elecciones en la
Comunidad de Madrid prácticamente perdidas de antemano, dado el lamentable
espectáculo que ha ofrecido Simancas y la FSM, en agudo contraste con la
coherencia que ha mostrado Esperanza Aguirre en la crisis madrileña. Elecciones
también en Cataluña, con el antecedente del descalabro electoral del PSC en las
municipales, íntimamente asociado al “federalismo asimétrico" de un Maragall que
se declara independiente de Ferraz. Y el próximo envite de Ibarretxe, que goza
de las simpatías de Odón Elorza y de la pusilanimidad de Patxi López. Todo ello
requiere un liderazgo y unas propuestas programáticas que Zapatero, por lo que
ha demostrado el lunes en el que fue el último debate sobre el estado de la
Nación de Aznar, no está en condiciones de ofrecer. A no ser que el PP cometa
gravísimos errores en los próximos meses –todavía queda por saberse el nombre
del sucesor de Aznar–, o que el líder del PSOE sea capaz de imponer su autoridad
en su partido, puede decirse que estamos asistiendo al principio del fin de
Zapatero.