LA BESTIA DE SIEMPRE
Artículo de Cristina Losada
en “Libertad Digital” del 12.09.2003
Con un muy breve comentario al final:
DOS INEPCIAS SUICIDAS
L. B.-B., (14-9-03, 00,00hs.)
Una de las primeras
personas con las que hablé después de los atentados del 11 de septiembre de
2001 y que era, como yo, de izquierdas de toda la vida, respondió a mis
expresiones de duelo y preocupación con estas palabras: “A ver qué hace ahora
ese animal”. El animal era George Bush, el presidente elegido por el pueblo que
acababa de ser víctima del mayor atentado terrorista de la historia. La bestia
seguía siendo la de siempre: el gobierno de los Estados Unidos, no el
terrorismo islámico que había perpetrado el ataque. Así que tranquilidad en las
gradas de la izquierda: la sede del Mal continuaba en la Casa Blanca.
Tranquilidad dentro de la zozobra. Porque zozobra había.
El diario El País expresó aquel temor más finamente en el titular que
sacó el día 12: “El mundo en vilo a la espera de las represalias de Bush”.
No era del todo exacto. Una parte del mundo, entre la que me contaba yo, seguía
en vilo por los atentados mismos y por lo que éstos nos decían: que estábamos
amenazados. Todos. Todos los que no fuéramos aquellos fanáticos. Pero es cierto
que otra parte del mundo no quiso verlo así y que, ante la amenaza brutal,
irracional, casi inimaginable, apartó la mirada y transfirió su miedo: el
peligro no eran aquellos musulmanes dispuestos a morir matando, y de los que se
sabía poco –porque ¿quién prestaba atención a los atentados en Israel?–, el
peligro eran aquellos liantes y prepotentes americanos.
El mismo día de los atentados, la izquierda ideológicamente más vetusta, la
progresía menos avispada, se embarcó en una de sus aventuras más estúpidas e
inmorales. Los que entonces formábamos parte de aquella familia
asistimos repugnados a la culpabilización de las
víctimas, a la justificación de los atentados, y a aquella transferencia del
miedo que condujo casi de inmediato a oponerse a combatir el terrorismo con determinación.
No, no había que provocar a los terroristas. En todo caso, buscar a Ben Laden y atraparlo, pero no tomar “represalias” de gran
alcance, no atacar a un país, ¡eso era lo que estaban esperando! El terrorismo,
¿no nacía del odio y de la pobreza? Pues lo que había que hacer era ayudar más
a esos países, ser más tolerante con su cultura, no ponerse del lado de sus
enemigos, como Israel. Lo que había que hacer era contentar al enemigo.
Aquella izquierda, y con ella, buena parte de la población europea, regresó a
los años treinta, al appeasement frente a
Hitler. Lo que con aquel enemigo y con éste, equivale al harakiri. Pero los
atentados del 11-S nos mostraron que teníamos entre nosotros a muchos suicidas,
la mayoría de ellos, inconscientes, otros, en cambio, deseosos de que alguien,
aunque sea un grupo de fanáticos religiosos, destruya “el sistema” que tanto
odian. El rechazo al libre mercado y a la democracia unió a extrema derecha y
extrema izquierda en la celebración de los atentados. Ambas percibieron
correctamente contra qué iban los ataques.
No es fácil aceptar la existencia de una amenaza terrorista global,
impredecible, que puede atacar en cualquier lugar, en cualquier momento, a
cualquier tipo de personas, ricos y pobres, negros y blancos, cristianos o
hindúes. Tranquiliza más pensar que esa amenaza sólo se cierne sobre los
americanos, que únicamente hay dos contendientes: los terroristas y los Estados
Unidos. Puede que la gente duerma mejor pensando tal cosa, pero esa idea
conduce a la estrategia suicida. A creer que nos salvaremos si hacemos lo
contrario de lo que hacen los EEUU, si aplicamos el paño caliente, ponemos la
otra mejilla y rendimos pleitesía al que nos quiere liquidar. Y ese es el
programa de una izquierda que es incapaz de renunciar a la superstición según
la cual todos los males proceden del capitalismo, en especial, del
norteamericano, y cree que este nuevo peligro ha nacido de ese mismo huevo.
Muy breve comentario final:
DOS INEPCIAS SUICIDAS
L. B.-B., (14-9-03, 00,00hs.)
Lo que más indigna es que se junten dos inepcias que conducen al
suicidio frente a un enemigo fanático, virulento y muy peligroso, por su
dificultad de identificación y su potencial de letalidad.
La primera inepcia es la que retrata tan bien Cristina Losada en
este artículo, de una izquierda obsoleta, irracional, fóbica e ignorante,
incapaz de percibir la realidad mundial y elaborar respuestas y políticas
adecuadas.
La segunda inepcia es la de la derecha gaullista francesa, cuya
política se limita a ir a la contra de los norteamericanos para mantener su
capacidad de influencia en la política internacional. Parten del esquema
ideológico también obsoleto de la multipolaridad en abstracto y actúan
contra el liderazgo norteamericano para evitar que su poder crezca. La consecuencia
de este cortoplacismo miope es que caminan a ciegas frente a los peligros
objetivos del fundamentalismo y el terrorismo global, e instrumentalizan todo
al servicio de bloquear a los EEUU y fortalecer el papel de Francia en la
política internacional. Le tienen sin cuidado las tiranías ,
los iraquíes, y los riesgos de desestabilización o catástrofes internacionales.
Las dos inepcias sumadas, combinadas con antiamericanismo y
retórica europeísta, producen una pasta ideológica repulsiva. Uno no puede
sentir más que desprecio ante tanta ceguera, ineptitud e irresponsabilidad. Y
todo ello hay que desenmascararlo y hablar claro: ya está bien de paños
calientes y lenguaje políticamente correcto cuando están en juego la libertad y
los valores básicos de nuestra civilización. Ojalá que despierten antes de que
se produzca el próximo ataque en Europa.