LA VIDA DESPUÉS DE SADAM


 Artículo de Samán Abdul Majid  en “La Razón” del
29/04/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

Samán Abdul Majid es traductor de Al Yazira y fue intérprete de Sadam Husein durante 15 años (Texto extraído del libro «El verdadero Sadam»)
La tarde del 9 de abril de 2003, mi sobrina Nasrine me llamó por teléfono deshecha en lágrimas. En aquel estado de desconcierto, no se creía lo que veían sus ojos. La televisión acababa de retransmitir las imágenes de la caída de la estatua de Sadam en la plaza de Al Ferdús.
   Durante las primeras semanas tras la caída del régimen, me sentí terriblemente vacío. Por primera vez en la vida, me levantaba sin ningún objetivo. Estaba ocioso y con la moral por los suelos. En casa de mi cuñada me sentía como un león enjaulado. Me decía que a los cincuenta y ocho años, después de haber sido el intérprete de Sadam, tenía que volver a empezar desde cero y eso hacía que me sintiera profundamente inútil.
   En Oriente, el hombre es el jefe de la casa y sobre él recae la responsabilidad de mantener el hogar. La jubilación no está nada bien vista entre nosotros. No estaba asustado, porque tenía la conciencia tranquila, pero a pesar de todo temía los posibles arreglos de cuentas. Los miembros de la oposición en el exilio o cualquier individuo manipulado podría tomarla con los míos. La caza de los antiguos baasístas y funcionarios se había abierto y los estadounidenses buscaban personalidades implicadas en el régimen de Sadam.
   Tras el arresto de Alí, pensé en entregarme, pero tenía mis dudas. Los estadounidenses habían prometido veinte dólares a los funcionarios para compensar los sueldos que no estaban cobrando. Me negué a hacer colas de horas bajo un sol de justicia para que me dijeran que regresara a la semana siguiente. De todas formas, Paul Bremer, el administrador civil estadounidense, había disuelto los servicios de la presidencia. Los funcionarios habían sido despedidos sin indemnización ni pagas de jubilación. Una secretaria que había trabajado en el diwán durante veinte años se encontró de pronto sin nada. Yo no me esperaba ningún trato de favor, pero tampoco una depuración tan brutal por parte de la administración. Los americanos parecían decididos a usar la misma tabla rasa para todo el Estado baasísta.
   Con Sadam, cientos de miles de iraquíes teníamos la tarjeta del partido Baas. No, por convicción política, sino porque nos facilitaba la vida y nos evitaba muchos problemas con la Seguridad. Siempre me he considerado apolítico, demasiado decepcionado por la actitud de los partidos, que siempre hacían lo contrario a lo que habían asegurado hacer. El Baas, muerto y enterrado desde hacía mucho tiempo, se había convertido en el partido de Sadam Husein. Nadie discutía ninguna de sus decisiones, ni siquiera aunque fuesen en contra de la ideología. Cuando se embarcó en el proceso de islamización de la sociedad, en los años noventa, los principales laicos del Baas, atravesaron momentos de pérdidas y beneficios sin que se alzara ni una sola voz.
   Unos cuatro meses antes de la caída del régimen, la dirección del partido estableció un plan de emergencia en vista del posible conflicto. Cada barrio de la ciudad se dividió en comités. Los militantes, repartidos en grupos, recibieron un kalashnikov y trescientos cartuchos por persona. Cada comité tenía un papel bien definido: enfermería, abastecimiento, «refugiados» (cuya función principal era evitar cualquier huida de Bagdad). Nada de esto resistió a los combates. La revuelta no tardó en ganar las filas baasístas, sin que cesaran de emitirse órdenes y contraórdenes. La última consigna que recibieron los bagdadíes de la dirección les invitaba a recuperar la unidad del barrio.
   Durante las primeras semanas tras la caída de Bagdad, la mayor parte de los iraquíes se mostraban encantados por haberse deshecho por fin del tirano y de los baasistas. Yo no lamento el papel del régimen, la historia juzgará. Pero hay que pasar página. Sin embargo, si Paul Bremer me pidiera que trabajara como intérprete para él, me negaría. Él simboliza la ocupación de mi tierra. Un régimen detestable ha dado paso a una ocupación aún más detestable. Sadam era un tirano, pero al menos era iraquí.
   Estados Unidos ha hecho que en Iraq soplen vientos de libertad. Los iraquíes han recuperado las palabras que les confiscaron hace años. Se han cubierto los tejados con antenas parabólicas y han aparecido periódicos nuevos. Pero nos sentimos decepcionados. Aunque llegaron como libertadores, los estadounidenses se han transformado en ocupantes. Los iraquíes fueron tan inocentes que creyeron que solucionarían sus problemas y, sin embargo, los han empeorado.
   Desde la caída de Bagdad, la población vive en un estado permanente de inseguridad. Robos, ataques a mano armada, secuestros en plena calle. Esto no pasaba con Sadam. El país estaba sujeto por una mano de hierro, pero se podía circular libremente por la capital a cualquier hora y sin riesgo alguno. La disolución del Ejército, de la policía y de los servicios de Seguridad ha creado un vacío propicio para todos los excesos. Muchos iraquíes ya no envían a sus hijas a las escuelas o a la universidad por miedo a las agresiones, violaciones o incluso raptos. Mi mujer ya no conduce por la ciudad, prefiere quedarse en nuestro barrio.
   Una de mis cuñadas, originaria de Bulgaria, me contó el desastre que conoció su país tras la caída del comunismo. Cuando el partido fue expulsado del poder, las nuevas autoridades decidieron disolver la policía. El caos permaneció durante mucho tiempo. Incluso hoy en día, un hombre de negocios que viva en Sofía no puede salir de su oficina sin guardias de seguridad y por eso la actividad más próspera es la de los servicios personales de seguridad. Espero que Iraq no vaya por ese mismo camino.
   ¿Qué valor tiene la libertad sin seguridad? Los estadounidenses se regodean con las palabras «democracia» y «pluralidad». Después de años de tiranía, nadie puede estar en contra de la situación actual, pero sigue siendo necesario que se controle el proceso. Están jugando con fuego al favorecer los intereses comunitarios. Iraq es un frágil mosaico de tribus con identidades muy arraigadas que funcionan, de manera casi autónoma, ya que pueden impartir su propia justicia. Fundar el -Consejo de gobierno transitorio sobre bases confesionales es un gran error, además de un seguro portador de conflictos futuros. Hubiera preferido que reunieran a un colegio de personalidades competentes y honradas. ¿Qué credibilidad tiene un Ahmed Chalabi, responsable de la quiebra del banco Pétra en Jordania? Su reputación de estafador es bien conocida por todos los iraquíes que le han apodado como « el jefe de los Alí Babá». La mezcla de confesionalismo personales puede llevar al país por la peligrosa vía de la «libanización», o las comunidades étnicas y confesionales se levantarán unas contra otras. Es necesario preguntarse si EE UU no tiene intención de dividir para reinar mejor.
   Éste es el germen de los conflictos de mañana. A pesar de todos sus errores y excesos represivos, Sadam evitó la intranquilidad de Iraq. Bajo su gobierno, uno era iraquí antes que kurdo, suní o chií. Ni siquiera con la represión diferenciaba el rais entre comunidades étnicas o religiosas. Los partidos políticos fomentaban estas divisiones, amplificadas por los medios internacionales. Los periodistas no podían evitar interrogar a «un suní de Bagdad», un «chií de Nayaf» o incluso un «kurdo de Suleimaniya». Aquello me entristecía profundamente. ¿Dónde encajaba Iraq en todo eso? Tenía la sensación de que intentaban descuartizar a mi país. Nuestra decepción era terrible. Esperábamos de Estados Unidos menos «ocupación» y más «reconstrucción». La lentitud de la puesta en pie del país y de la puesta en marcha, en algunas zonas, de infraestructuras públicas (agua, teléfono, electricidad) acentúa el resentimiento de la población. Los iraquíes, que jamás han aceptado una ocupación así, sienten ahora el nacionalismo a flor de piel.